El 2 de agosto de 1947 el avión británico Star Dust desapareció mientras cruzaba los Andes con 11 personas a bordo. Despegó de Morón (Buenos Aires) y se comunicó por radio cuando sobrevoló Mendoza. A las 17.41 envió un mensaje en código Morse al aeródromo de Los Cerrillos, en Santiago de Chile, anunciando que aterrizaría en cuatro minutos. Pero, como sabemos, el bombardero reacondicionado para transportar pasajeros nunca llegó a destino. La ausencia total de datos alimentó durante más de medio siglo uno de los grandes misterios de la aviación mundial.
Algunos datos concretos dieron sustento a las especulaciones: la relación algo tensa entre el gobierno peronista y los Aliados tras la Segunda Guerra; en el avión viajaba un “Mensajero del Rey” que llevaba correspondencia diplomática a Chile; un mensaje en código Morse al que no se le encontró el significado.
También crecieron mitos sin base probada, como la existencia de un cargamento de oro en lingotes, o la trama de un sabotaje criminal.
Hasta que en enero de 1998 dos montañeros de Tandil dieron con la punta de la madeja, al pie de un glaciar en la cordillera mendocina. Pablo Reguera y Fernando “Pollo” Garmendia desandaban sus propios pasos en el volcán Tupungato cuando se toparon con el improbable cuadro de un motor de avión sobre un penitente (pináculo de nieve), como si estuviera en exposición sobre un atril. La escena no podía ser más ajena al caos de roca y hielo que es la cara Este del Tupungato. Pero eran jóvenes y despreocupados como hobbits y siguieron con sus propios asuntos.
Ambos habían intentado alcanzar la cumbre, sin éxito, tres años antes. Y en esta segunda expedición el glaciar les había cerrado el paso. Como último recurso habían decidido bajar al campamento base y completar el ascenso por la ruta normal. Querían llegar a la cumbre para colocar una placa, en homenaje a dos mentores del andinismo tandilense que habían muerto en esta montaña.
Casi 20 años después, Reguera recuerda bien esa jornada. “Veníamos bajando una morena al final del glaciar de la (cara) Este. Yo iba adelante y Fernando me gritó ‘¡Mirá, mirá, un motor! Me paré y lo busqué hacia los costados sin ubicarlo... ¡No lo veía porque lo tenía al lado de la cabeza, encima de un penitente! -cuenta-. Pero veníamos tan calientes por volver a subir que ni nos demoramos... Pensé que sería el motor de una avioneta, tal vez de algún contrabandista, así que me llevé un pistón en la mano y al rato lo tiré. Recién como a los mil metros encontramos un pedazo de chapa, después un pedazo de tela y más adelante un cinturón de seguridad. Pero no le dimos mucha importancia, por supuesto que no teníamos ni idea de la dimensión que tenía”, relata.
Los andinistas finalmente depositaron su placa en la cumbre del volcán (6.570 m) y regresaron al refugio militar Coronel Plaza. Allí comentaron el encuentro del motor y demás restos al sargento Armando Cardozo, un conocedor de la zona. “Le dijimos que era un motor pequeño, probablemente de una avioneta, y nos decía que no podía ser”, dice Reguera entre risas.
Cardozo sería una pieza crucial en el desarrollo de la historia. El suboficial del regimiento de Tupungato (RIM 11) y andinista no olvidó el tema y al poco tiempo se lo refirió a José Moiso, un andinista que tenía un interés especial en el enigma del avión inglés. Moiso escuchó con atención y en noviembre buscó la opinión de Gustavo Marón, un abogado especialista en historia de la aviación. Marón quien confirmó la alta probabilidad de que los restos correspondieran al Avro Lancastrian desaparecido en el 47.
José Moiso también se contactó con Pablo Reguera. “Me llamó a Tandil, se presentó y me preguntó dos cosas: si el motor del Tupungato tenía pistones, y si tenía alguna marca -recuerda Pablo-. Le dije que sí tenía pistones, y que la marca era Rolls Royce. Hubo un silencio y me dijo que podía ser un avión inglés y que iba a tratar de encontrarlo. Me ofreció participar, pero yo no podía y además tenía la cabeza en otras cosas... Así que le mandé una foto de la cara Este indicando el lugar”, detalla.
A partir de ahí la historia es más conocida. Moiso logró el apoyo del RIM 11, regimiento que controla el acceso más directo al volcán Tupungato. En marzo de 1999, hizo una primera visita a la cara Este del Tupungato (la faz más visible desde la Ciudad de Mendoza y alrededores). Pero el mal tiempo frustró la búsqueda. Durante el invierno, Moiso veía alejarse la posibilidad de ubicar los despojos con cada nevada. Llegó el verano, pero lograr el apoyo logístico para una segunda exploración no resultó tan fácil. José y su hijo, Alejo Moiso, llegaron a asegurar que irían solos y a pie, si era necesario. Finalmente, el Ejército dispuso las mulas y apoyo nuevamente, y permitió que Cardozo los acompañara.
La persistencia tuvo su recompensa. Mientras José -que tenía más años y menos resistencia- esperaba en el campamento, Alejo y Cardozo finalmente encontraron las piezas del motor. Pero también encontraron partes de cuerpos humanos, lo que opacó un poco la euforia de la jornada. En cuanto a la certeza que buscaban, una hélice, las placas identificatorias del avión y el motor dejaban poco margen a la duda.
Regresaron a Tupungato el 21 de enero. Cardozo enseguida comunicó las novedades a su superior, el teniente coronel Ricardo Bustos, quien a su vez informó al entonces coronel, y luego general, Mario Luis Chretien. El Ejército hizo público el hallazgo y lo comunicó a la Justicia; la cuestión tomó estado público y generó un interés voraz por parte de medios de todo el mundo. Todo esto ante la desesperación creciente de José Moiso, que desde el primer minuto había apostado a manejar el tema con el mayor sigilo posible. Moiso llegó a plantearle al juez que impidiera el rescate con participación de periodistas, pedido que fue desestimado.
El periodista inglés Jay Rayner realizó una investigación muy documentada sobre el tema en los dos años posteriores. En su libro “Star Dust Falling” sugiere que la posibilidad de que realmente hubiera lingotes de oro en la bodega del Star Dust, y por lo tanto en las faldas del Tupungato, podría ser el motivo de las inquietudes de Moiso. El mendocino, por su parte, asegura que sólo pretendía respeto para los muertos. La documentación del vuelo indica que la única carga, fuera del saco de correspondencia diplomática, eran rollos fílmicos de largometrajes subtitulados en castellano, destinados a los cines chilenos.
En la montaña, el terreno parece confirmar lo que dice la letra impresa. Los fragmentos de estas viejas películas se dejan ver entre los despojos del avión.
Las chapas y pedazos de telas ya han tomado los colores del cerro, pero los fotogramas resaltan como una incongruencia en el entorno de piedra, hielo y agua que se forma cuando un glaciar da lugar a una morena.
La desaparición y hallazgo del Lancastrian tuvo su último capítulo en 2002, cuando los científicos argentinos del Cuerpo Médico Forense lograron comparar el ADN de los restos humanos con muestras tomadas a 22 parientes de las 11 personas muertas en 1947. Los peritos lograron corroborar ocho identidades. De este modo, las familias de los seis pasajeros y cinco tripulantes del Star Dust pudieron cerrar de algún modo la historia.
Cronología
2/8/1947, 13.46. El Avro Lancastrian "Star Dust" despega de Morón, Buenos Aires, hacia Santiago de Chile. El plan de vuelo indica un trayecto de 3h 45m.
2/8/1947, 17.00. La tripulación reporta que se encuentra cerca de Los Tamarindos (Mendoza). Indica que están subiendo a 24.000 pies para cruzar la Cordillera, a pesar de un parte meteorológico de tormenta. Da como horario de arribo estimado las 17.43.
2/8/1947, 17.41. Última comunicación. La transmisión radial en código morse da como horario de arribo a Santiago las 17.45. El mensaje termina con una palabra que la operadora de Santiago recibe como "Stendec". La operadora no reconoce la palabra y pide al Star Dust que la repita. En dos oportunidades recibe la misma palabra. El avión no arriba a Los Cerrillos (Santiago).
3/8/1947. Tropas chilenas parten desde Portillo, en una búsqueda terrestre en medio de la tormenta. Militares argentinos realizan exploraciones en Mendoza y en San Juan. Aviones de ambos países inician rastrillajes en la cordillera.
18/8/1947. Se instala en Mendoza el vicecomodoro Don Bennett, un piloto legendario durante la guerra y creador de la aerolínea estatal británica British South American Airways (BSAA) a la que pertenecía el Star Dust.
26/8/1998. Pablo Reguera y Fernando "Pollo" Garmendia encuentran un motor Rolls Royce, tela de un saco y un cinturón de seguridad, al pie del glaciar Este del Tupungato. No registran la ubicación exacta.
Octubre-noviembre 1998. El militar de Tupungato Cardozo refiere el hallazgo de un motor a José Moiso, un andinista y rastreador de accidentes aéreos.
Enero-marzo 1999. José Moiso y su hijo Alejo realizan una 1ra exploración de las quebradas de la cara Este del Tupungato, sin éxito.
19/1/2000. Alejo Moiso y Armando Cardozo encuentran el motor del avión, restos humanos y placas de identificación del Lancastrian.
24/1/2000. Diario Los Andes publica la noticia del hallazgo. El juez federal Alfredo Rodríguez toma la causa que se genera debido a la presencia de restos humanos. El gobierno británico solicita formalmente asistencia para recuperar e identificar los restos humanos. El juez decide que el Ejército realice la expedición de búsqueda de restos, pero que la investigación quede a cargo de la Fuerza Aérea.
18/2/2000. El Ejército organiza una expedición de rescate en las laderas del Tupungato. La Fuerza Aérea envía dos helicópteros Lama.
Junio 2000. La JIAAC presenta los resultados de su investigación. El informe concluye que los pilotos tuvieron un error de navegación: por las malas condiciones meteorológicas no tenían visibilidad del terreno, y fueron afectados por el fenómeno llamado "onda de montaña".
5/9/2002. El Cuerpo Médico Forense argentino compara ADN de los restos con parientes de los pasajeros y logra "aproximaciones identificatorias" en 8 casos.