Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
“¿Qué es lo que más te llamó la atención?”, le pregunté a la hija de un amigo que venía de vivir seis meses en Nueva Zelanda por un intercambio estudiantil.
La chica, que tiene 17 años, pensó un momento, me miró y soltó: “Que la gente va por la calle sonriendo. Me di cuenta de que nosotros andamos como enojados, serios y allá la gente parece más feliz”.
La respuesta me sorprendió. Hubiera esperado que me hablara de lugares, edificios, costumbres, nivel económico. La observación, en cambio, apuntaba a algo mucho más profundo, tanto que casi es un intangible.
Inmediatamente me vino a la cabeza una imagen que se repite en cada negocio que uno ingresa: “Sonría, lo están filmando”. El cartelito, pegado en algún lugar, es una invitación a cambiar el semblante. Uno no sabe si es verdad que lo están filmando o si es la confirmación práctica de aquello que esta adolescente percibió durante su viaje por el otro sur del mundo, uno que en apariencia sería más feliz. Ahora, ¿se puede medir la felicidad?
Hace dos años, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) instituyó al 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad con la idea de generar conciencia sobre el bienestar de las personas. Y elaboró una suerte de ranking basado en el PBI per capita, la esperanza de vida saludable, el apoyo emocional con que se cuenta, la libertad para tomar decisiones, la generosidad y la corrupción en el entorno.
Con esos elementos determinó que los países más felices son Dinamarca, Noruega, Suiza, Holanda y Suecia. Entre los latinoamericanos, Chile aparece en el lugar 28 y la Argentina en el 29. Los últimos lugares, en tanto, están ocupados por países africanos: Burundi, República Central Africana, Benin y Togo. ¿Y Nueva Zelanda? ocupa el puesto número 13.
Si bien esto parece confirmar aquella percepción inicial, como en este mundo todo es opinable, la consultora Gallup tiene su propio ranking de la felicidad de las naciones.
Elabora su listado a partir de lo que denomina “índice de emociones positivas” (divertirse, sentirse descansado y ser tratado con respeto) y desde hace tres años Paraguay está en el primer escalón del podio.
Es más, según este trabajo, nueve de los diez países más felices están en América Latina, a saber: Panamá, Guatemala, Nicaragua, Ecuador, Costa Rica, Colombia, Dinamarca, Honduras, Venezuela y Ecuador. La Argentina está más abajo en la lista, cerca de Chile, Suecia y los Estados Unidos. ¿El peor?: Siria.
Como advertirán, por este camino es difícil encontrar una respuesta. Los críticos más duros consideran estos trabajos pura basura. Otros, más moderados, creen más importante consultar sobre la infelicidad, sobre las cosas que no nos hacen felices, para luego tratar de solucionarlas. Quizás sea eso lo que muchos buscan por vías químicas, echando mano a pretendidos placebos de la felicidad.
La Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) alertó que 10% de los medicamentos que se venden bajo receta en la Argentina corresponden a drogas que modifican la conducta, en especial tranquilizantes.
Los números muestran que por año se venden casi 900 millones de pastillas de este tipo en nuestro país. Lo que más se receta son tranquilizantes, seguidos por antidepresivos, antipsicóticos y sedantes. Se calcula que en la última década el consumo creció 75%. Y ese es el costado legal.
Los últimos datos oficiales de la misma Sedronar sobre el consumo de estupefacientes muestra que sólo en la provincia de Buenos Aires entre 2001 y 2011 se produjo un fuerte incremento del consumo de drogas duras entre los estudiantes secundarios. Si bien la marihuana continúa siendo la más consumida, el del éxtasis aumentó 1.200%, el de cocaína 300%, el de inhalantes 227% y el de paco 120%.
Podemos convenir que a los argentinos nos envuelve cierto aire tanguero, quizás por eso como contraste solemos decir que la alegría es brasileña. La nostalgia y la melancolía parecen estar en nuestro ADN.
Pero le hemos agregado dosis variadas de frustraciones, angustia, ansiedad y desesperación que nos hacen andar por ahí con el ceño fruncido. ¿Será que como sociedad cargamos las rejas de la inseguridad? O que se nos hizo carne el cíclico sube y baja económico que cada cinco o diez años nos lleva de la salvación al infierno.
O que ya no soportamos arriesgarnos a que cada juntada de amigos o reunión familiar pueda terminar en un intercambio de chicanas, ironías o gritos destemplados si se habla de política.
La pregunta y la búsqueda de la felicidad es casi existencial, al menos de un siglo a esta parte. Una aspiración humana -individual para muchos, colectiva para otros- cuyo significado y concreción dependen de la cultura, los intereses y gustos personales, del lugar en el mundo.
Cabe preguntarnos, entonces, en qué cruce del tiempo se nos desdibujó la sonrisa.