Por Néstor Sampirisi - nsampirisi @losandes.com.ar
Los mendocinos deberíamos aprender de los habitantes de Longyearbyen. Son unas 2.200 personas de un pueblito perdido en el archipiélago de Svalbard, en la zona ártica de Noruega, a 1.400 km del Polo Norte. Aunque viven cuatro meses de noche casi permanente y el mayor peligro de convivencia que enfrentan son los osos blancos, aseguran ser las personas más felices del mundo.
Poco importa el rigor de la temperatura, que en invierno llega a ser de 40 grados bajo cero y en verano apenas sube a 10 grados. Tampoco los disparatados precios de los productos -absolutamente todos importados- que se consiguen en un único supermercado, que harían sonrojar hasta a los remarcadores seriales de la Argentina. Pese a todo, se jactan de vivir en una suerte de El Dorado polar.
Porque valoran la tranquilidad y la seguridad, la solidaridad con sus vecinos, la confianza incluso en cualquier turista desconocido. Tanto que ni siquiera ponen llave a las puertas de sus casas y autos, algo que no hace tanto ocurría acá, en nuestra pueblerina Mendoza, y que se ha perdido irremediablemente.
De acuerdo con la fuerza policial de Longyearbyen -conformada por 10 efectivos-, los últimos delitos graves que se recuerdan son el asesinato de un minero en una pelea (ocurrida en 2013) y la detención de una decena de personas que fueron encontradas fumando marihuana (en 2015). El delito más habitual, en tanto, es el robo de las botas que se dejan en la entrada de los edificios. Esto porque es costumbre sacarse el calzado al ingresar a prácticamente cualquier lugar, algo que también es tradición en Alemania o Nueva Zelanda, por caso.
A los mendocinos, en cambio, parecen no ayudarnos los más de 300 días anuales sin nubes, los oasis urbanos repletos de árboles, las zonas productivas donde se cultiva gran cantidad de frutas y verduras o elaborar los mejores vinos del país y estar en el top de los del nuevo mundo vitivinícola.
De acuerdo con un informe de “Felicidad y Trabajo” realizado por la Universidad Siglo XXI, estamos bien arriba en el ranking de infelicidad laboral, sólo por debajo de quienes viven en la ciudad de Buenos Aires y en Rosario y apenas por encima de los habitantes de Córdoba. En cambio, nos ubicamos un poquito mejor que porteños y cordobeses en cuanto a la satisfacción con la vida.
Quizás parte de la explicación la encontremos otra vez en la comparación con aquel lejano archipiélago boreal. Los requisitos que se exigen a quienes se radican en el lugar son: tener un trabajo remunerado o un medio de vida (no se puede ir a probar suerte), un alojamiento (hay que recordar las extremas condiciones que ofrece la naturaleza) y no depender de nadie (esto porque salvo un hospital no hay ningún tipo de servicio social).
Ni más ni menos que las necesidades de cualquier mendocino de a pie: trabajo, vivienda y salud (educación, agregaríamos) asegurados. Según los últimos datos disponibles, casi 38% de los mendocinos trabaja en negro y uno de cada cinco jóvenes de entre 18 y 24 años no estudia ni trabaja. El déficit habitacional alcanzaba a casi 82 mil familias ya en el Censo 2010 y cerca de 37% de la población no cuenta con cobertura social. ¿Tendrá esto que ver con ese sentimiento de infelicidad?
Aunque los expertos digan que la felicidad es un concepto subjetivo y del informe al que hacemos referencia surja que el dinero explica apenas 7% de la satisfacción general con la vida, la incertidumbre laboral y los reiterados vaivenes de la economía contribuyen decisivamente a un sentimiento que se manifiesta como angustia, ansiedad y estrés, de los que se busca salir mediante un creciente consumo de tranquilizantes que ubican a Mendoza en el podio de las provincias en las que más se prescriben.
Es duro aceptar que no somos una sociedad feliz. Pese a la innegable subjetividad de ese sentimiento hay razones objetivas que contribuyen. No alcanza con ocultar las cifras de delitos, con tergiversar los datos de la inflación o con echar culpas al pasado.
Los sondeos de opinión son recurrentes: desde hace años la inseguridad, la inflación y el desempleo encabezan cualquier encuesta de preocupaciones sociales. Junto con la educación y la salud, pero también con los bajos sueldos, la corrupción, la falta de vivienda y el trabajo en negro. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
Tal vez una manera de encontrar algo parecido a la felicidad sea empezar a recorrer un camino hacia el futuro enfocándonos en las demandas más urgentes y cotidianas para salir de este pantano en el que, desde hace años, cada día parecemos hundirnos un poquito más. Para dejar de sentirnos unos infelices.