Somos todos “relatores” de WhatsApp

El fenómeno de la posverdad, podría resumirse así: en algún momento, a los ciudadanos de Occidente, el narcisismo nos empezó a cegar, y se comenzó a creer que es más importante nuestra opinión sobre algo, que ese algo en sí. No es el fin de la verdad pero

Somos todos “relatores” de WhatsApp

Leonardo Rearte - leorearte @losandes.com.ar

Me tiene repodrido eso que se conoce como la grieta, el relato (o los relatos), la posverdad, y la mar en coche. Me tiene harto ver gente que considero bien pensante y bien intencionada, defender lo indefendible, culpar a víctimas y no prestarse a un diálogo abierto. Intentemos desmenuzar estos conceptos y entender por qué el discurso público argentino, des-pa-ci-to, se fue al joraca. Por qué cada vez nos cuesta más discutir y por qué da la sensación de que la grieta surgió para quedarse, amenazando siempre con la posibilidad de tragarnos en su garganta profunda (estemos del lado en el que estemos o creamos estar).

El fenómeno de la posverdad, podría resumirse así: en algún momento, a los ciudadanos de Occidente, el narcisismo nos empezó a cegar, y se comenzó a creer que es más importante nuestra opinión sobre algo, que ese algo en sí. Todos empezamos a narrar cómo nos sentimos, nos indignamos o nos entristecemos frente a algún hecho en sí, y tomamos partido con una velocidad y liviandad que sorprendería a Borocotó.

No es el fin de la verdad pero se le parece bastante. Porque nadie se preocupa por averiguar si tal cosa es cierta o no; sencillamente hacemos prevalecer lo que pensamos o sentimos. Para el filósofo británico A.C. Grayling, el mundo de la posverdad afecta negativamente la "conversación pública" y la democracia. "Es una cultura en la que unos pocos reclamos en Twitter tienen el mismo peso que una biblioteca llena de investigaciones. Todo es relativo. Se inventan historias todo el tiempo", dijo.

Pero como somos tan narcisistas como especie, el panorama se ensombrece aún más. La línea de pensamiento que suele verse en las redes sociales, sigue este caminito:

1. Me entero de algo pero no me interesa averiguar si eso pasó realmente. Sin embargo, opino sobre eso.

2. Creo que eso que pienso y expreso es más importante que el suceso en sí. Como dice Grayling: "Mi opinión vale más que los hechos".

3. Y si el resto no está de acuerdo conmigo, tengo un ego tan grande que creo que no ataca mis ideas, sino a mi persona.

4. Los algoritmos de las redes sociales tienden a juntarme y hacerme leer información de gente que piensa como yo. Entonces refuerzo todo aquello que opino y me desacostumbro al hecho de debatir.

Esto último es a lo que el pensador recientemente fallecido Zygmunt Bauman se refería con el concepto de "trampa". Dijo en una de sus últimas entrevistas, al diario El País de España: "La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Éstas las desarrollas cuando estás en la calle, o vas a tu centro de trabajo, y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo. (...). Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes sino, al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros pero son una trampa".

Es decir, cuando alguien está frente a su Facebook o a su WhatsApp, por ejemplo, no tiene vocación ni energía de andar cambiando sus valores y su ideología. El juego que proponen las redes sociales es la búsqueda del agrado, del congeniar. Es decir, la realidad compleja de este mundo, tan inasible, tan grande, nos empuja a buscarnos otras realidades módicas, cercanas, que se adapten fácilmente a nuestro imaginario. Esto explica, en parte, por qué hay una grieta y, fundamentalmente, por qué nadie la salta.

El argentino, a lo largo de su historia, ha demostrado un amor tamaño baño por confirmar su propia identidad, por intentar asegurar su propia manera de ver el mundo gritándolo a los cuatro vientos, y sumando adeptos. El famoso Boca-River que marca nuestro sesgo.

En ese sentido, le pongo un me gusta a la explicación del antropólogo e investigador Alejandro Grimson, quien desarrolló en el podcast llamado justamente, "La batalla cultural", una teoría acerca de qué nos pasa a los argentinos últimamente. Sostiene que en nuestro país particularmente se está viviendo una "batalla identitaria". Se pone en juego todo el tiempo el "nosotros contra ellos". Muy peligroso, porque esa manera de configurar el mundo subordina todo al eje amigo y enemigo. De tal forma que, por ejemplo, alguien cuya cultura, valores e ideología lo han llevado a estar siempre en contra de la corrupción, puede llegar a analizar o banalizar coimas, operetas y trapisondas de otro, de acuerdo a en qué bando esté ese otro.

Existe una batalla identitaria y también generales de este combate (líderes, dirigentes, políticos, periodistas, etc.) que construyen "relatos" para tener la tropa alistada. Todo el mundo hablando (mediante relatos) solamente a los suyos. Todos, "relatores" de WhatsApp.

Como verán, todo lo que nos pasa tiene que ver con un trasfondo de inseguridad, narcisismo, crisis permanente de identidad y necesidad de reforzarla, miedo y violencia. Un cóctel que explica gran parte de nuestros dolores de cabeza... y que explica, también, por qué Argentina tiene esos altos índices de psicólogos por habitante.

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