Yamila Cipolla no pudo evitarlo: venía de dos generaciones de zapateros y, aunque Hugo –su papá, más conocido como “Polito” y famoso en Luján de Cuyo– prefería otro futuro para ella, creció entre zapatos para reparar, herramientas y pegamentos.
Era un trabajo de hombres y Polito, cuyo padre también era zapatero, hacía lo imposible para alejar a su niña de ese lugar. El destino, o la herencia, al final le dio a Yamila el oficio cantado, pero no por eso obligado.
“Me apasiona”, se apura por aclarar, a sus 35 años, en un recreo de una rutina diaria que suele iniciarse muy temprano y finalizar a la noche. “Desde muy chica me gustó la costura, confeccionaba ropa a las muñecas y soñaba con ser diseñadora. Sin querer, porque todos los caminos me llevaban al taller, ingresé a ese mundo que definitivamente me terminó por encantar”, recuerda.
Fue recién a los 15 cuando ayudó por primera vez a su papá a atender al público. De a poco se fue familiarizando con la zapatería. Le gustaba ver a Polito ganándose la vida en su lugar en el mundo: Taboada 366, Luján de Cuyo.
“Con el tiempo, además de atender a los clientes comencé a hacer algunos arreglos. En realidad, también hice un curso de corte y confección porque pensaba en ser modista sin imaginar que eso me iba a ayudar en los trabajos de marroquinería, fundamental en un taller de este tipo”, relata.
Yamila cuenta que se perfeccionaba en el negocio familiar casi naturalmente: ayudaba a Maiker, su hermano, con algunos trabajos que luego él cosía. Pero Maiker se enfermó, murió en 2011 con 27 años y ella, aún derrumbada, al igual que toda su familia, se hizo cargo de la máquina. Salieron adelante.
“Mis padres y mi tío me enseñaron a usar aquella máquina y me dieron algunos trucos para simplificar los trabajos”, relata.
“¿Prejuicios? Puede ser. Una mujer que desarrolla una tarea tradicionalmente masculina tiene lo suyo y, claro, me costó mucho ganarme mi lugar”, advierte, para agregar: “Al principio los clientes no me tenían confianza, incluso a mi propio padre le costó darme el lugar, pero de a poco se soltó y entendió que me apasiona el oficio y, finalmente, fue abriéndome las puertas con el público diciéndoles que soy su sucesora”.
Claro, Polito es un emblema en Luján y todos confiaron en su palabra. Yamila es una trabajadora exigente y profesional y hoy ya todos lo saben. “Hoy a las mujeres les encanta verme en el taller y siempre me alientan. Creo que hubo de todo un poco para llegar hasta acá y la influencia de mi abuelo, una persona muy querida y respetada, fue determinante”, reflexiona.
Cuando conoció a Nahuel, su esposo y padre de sus dos hijos, lejos estuvieron de pensar en compartir el oficio. Sin embargo, ahí estuvo ella haciendo docencia con su marido, quien por entonces tenía 18 años. Nahuel luego abrió su propio taller en el centro, donde hoy prolonga su tarea.
“Yo, en cambio, sigo con mi papá hasta que decida retirarse. Mis hijos, Brian, de 14 años y Kevin, de 5, prácticamente nacieron acá y siempre me acompañaron, incluso desde bebés”, se sincera.
“Amo mi trabajo, le pongo mucha dedicación y me llena de alegría desempeñarme en lo que me gusta. Gracias a Dios, a mi compañero de vida le apasiona lo mismo que a mí, así que doblemente agradecida”, reflexiona.
“Vivimos de esto y nos va bien. Eso sí: trabajamos mucho y sin horarios. Esta es la segunda casa para mis hijos y para mí. El mayor está empezando a ayudarnos en la atención al público, aunque mucho no le gusta”, relata.
“En cambio –remata– el menor me pidió que le enseñara a utilizar la máquina de coser. Quién dice que no forme parte de la cuarta generación…”.
Yamila vuelve a homenajear a su abuelo, Hipólito Cipolla, un sanjuanino que aprendió el oficio en Astilleros de La Plata. “Fue él quien inició este legado que nosotros hemos honrado”, concluyó.
El periodista y editorialista de Los Andes, Miguel Títiro, amigo de “Polito” y cliente durante más de 30 años, sostuvo: “Aunque hoy hablemos de Yamila, no podemos ignorar a su padre, quien aprendió el ABC del oficio con su padre Hipólito y hoy sigue al frente del negocio”.
“La tercera en cuestión era la mamá, María Angélica Segovia. Hugo Omar empezó a trabajar con sus padres en la década del ‘70″, recordó Títiro.