Segundo Raimundo Bravo (64) y su esposa Nilda Antonia Díaz (58) son pobladores de Malargüe que estos días están padeciendo en carne propia los fríos extremos que azotan a Mendoza. En su caso, con un plus especial: las dificultades propias de la zona, donde abunda la nieve, no hay gas natural y los campos no son propicios para la existencia de leña, por lo que deben recorrer grandes distancias para conseguirla. Como si todo esto fuera poco, los caminos muchas veces resultan intransitables.
Como se sabe, una ola polar se ha instalado en gran parte del territorio provincial y desde el Servicio Meteorológico Nacional establecieron una alerta amarilla por temperaturas extremas. En este contexto, Malargüe lideró el ránking de las localidades más frías del país en la mañana del lunes con -7,7° y una sensación térmica de 10 grados bajo cero e idénticos valores se registraron ayer.
Casado y padre de tres hijas, Segundo vive en Agua Escondida. Ningún distrito de este territorio mendocino posee gas natural, de modo que el hombre tiene escasas opciones para calefaccionar su hogar. Por un lado, comprar la garrafa que, dependiendo el uso, dura alrededor de un mes en su cocina. “Cuidándola”, dice, mientras su esposa asiente con la cabeza.
Sin embargo, casi como un hábito, Segundo y Nilda deben caminar al menos cinco kilómetros entre ida y vuelta hasta una zona descampada para conseguir algo de leña. Muchos incluso, como ellos, se acercan a la zona del límite con La Pampa, donde hay más posibilidades de conseguirla. Eso sí, siempre buscándola en lugares donde no invadan territorio privado, hecho que podría ocasionarles problemas.
“Es la única zona donde hay algo de leña gruesa. En Malargüe no hay, es un campo llano, imposible conseguir”, señala el hombre, de pocas palabras. Segundo trabajó desde los 10 años de edad, según cuenta, en medio de climas rigurosos. Primero, en un puesto junto a sus padres; más tarde en las minas, siempre en Mendoza.
“Estoy acostumbrado al sacrificio. A esta altura, caminar no es nada. Llevo soga, junto la leña más pesada, la ato y la llevo al hombro. Otras veces, si mi yerno consigue, me da un poco, pero de lo contrario camino muchas veces junto a mi esposa, no nos queda otra”, señala Segundo, quien está casado y una de sus tres hijas, Ruth, vive con ellos.
Y reflexiona, mientras empieza la larga travesía hacia su casa, en Agua Escondida, a casi 30 cuadras: “Sólo hay esperar que el solcito, que siempre es bienvenido en esta época, empiece a calentar”.
Una odisea
Según cuenta el delegado Celso Forquera, a cargo de dos pequeñas y desérticas localidades de Malargüe: Salinilla y El Cortaderal, donde viven escasas familias, conseguir leña resulta una odisea. “No tenemos por el tipo de suelo, por eso suele acercarse un proveedor de La Humada, que es una localidad del departamento Chical Co, provincia de La Pampa, a unos 70 kilómetros de nuestro pueblo. Claro que el flete lo encarece”, aclara.
Él mismo padece la situación, ya que muchas veces su pequeño hijo Ian suele colaborar, a su manera, con el acarreo de ramas para encender el fuego. Según cuenta Forquera, tiempo atrás se vendían los 8 kilos de leña a 600 pesos. Hoy, el metro cuadrado cuesta alrededor de 10.000.
“No todos pueden acceder a esos valores, por eso es común observar a la gente caminar hacia el límite con La Pampa, aunque el frío muchas veces cala los huesos y las distancias sean largas. No queda otro remedio”, señala Forquera.
En el mejor de los casos, apunta, algunos vecinos se trasladan en bicicleta o en algún vehículo (lo ideal son camionetas, por los caminos intransitables) y siempre que se puede reparten entre varios.
En el caso de las garrafas, los valores oscilan entre los 2.500 y los 3.000 pesos, mientras que la garrafa social cuesta 900, aunque no siempre se consigue o requiere un trámite burocrático, papeleos y autorizaciones que no todos realizan. “Por eso muchos hacen el esfuerzo y la terminan comprando”, aclara.
Para Forquera, la zona Sur de Malargüe es la que más padece las temperaturas rigurosas del invierno, a lo que se suman las distancias, ya que Salinilla (donde viven 23 familias) y El Cortaderal están situadas a alrededor de 160 kilómetros de la ciudad cabecera de Malargüe.
Vivir con frío
Angélica Pérez es enfermera jubilada y, aunque ama esta zona donde trabajó toda la vida, asume que pasar el invierno allí es difícil. “En mis épocas, la mayor cantidad de consultas médicas por temas respiratorios se daba desde mayo a agosto, pero me cuentan mis compañeras que hoy se extendió. Después de la pandemia, los centros de salud atienden intensamente durante todo el año”, dice.
En ese sentido, el médico rural Francisco Pinol, muy conocido en esta zona, la más extensa y menos densamente poblada de Mendoza, confirma que, si bien la falta de calefacción adecuada, es decir, sistema de gas natural, no es causante de enfermedades, sí representa una dificultad en el día a día. “En general, para muchos pacientes llegar a la sala médica es un problema por la nieve, las distancias, la falta de recursos. Las enfermedades respiratorias suelen llegar más tarde y es cuando los chicos se contagian en las escuelas albergue, sobre todo si alguno viajó a algún lugar poblado y estuvo en contacto con otra gente”, explica el galeno.
Osvaldo Sagal es celador de la escuela albergue Embajador Pablo Neruda, situada en Carapacho, Malargüe, donde también concurre su hija. “El lunes, cuando fui a dejarla, en la escuela se habían congelado los caños. Comienza ahora la época en que los recreos se dan en el medio de la nieve. Quien vive en esta zona está acostumbrado, las temperaturas son extremas y la garrafa es prohibitiva, solamente se utiliza para la cocina y cuidándola muchísimo”, señala, en diálogo con Los Andes.
“Por eso hay que rebuscárselas como sea. Tengo una camioneta y cada dos o tres días me voy al monte a buscar leña, aunque tampoco puedo traer en grandes cantidades. Nos ayudamos entre todos, pero insisto, el invierno es duro en esta zona”, apunta.
Osvaldo no llega hasta el límite con La Pampa pero sí debe recorrer varios kilómetros con el único objetivo de calefaccionar su casa.
“El colegio relativamente se mantiene calefaccionado porque utiliza gas envasado. Nunca hemos escuchado que los chicos pasen frío, aunque sabemos que en los hogares, es decir, en los puestos, la situación es complicada. Muchas son familias de bajos recursos que no tienen vehículos para buscar la leña, el único modo de mantener calientes los hogares”, concluye el celador.
Sostuvo Sagal que el plantel docente de la escuela donde él se desempeña realiza una profunda tarea de contención y colaboración para con las familias, sobre todo con la de menores recursos.
“Acá tenemos de todo, chicos que vienen adecuadamente abrigados y otros que no, pero para estos últimos los docentes y directivos siempre tienen una respuesta, una solución, a partir de ropa de abrigo, zapatillas, medias, camperas. En fin, la escuela es un lugar de contención”, subrayó.
Dijo en tal sentido que el establecimiento de Carapacho recibe donaciones durante todo el año. Su teléfono es el 261 461-4255.