Camila Ferro era muy chiquita cuando le contaba sus sueños a su mamá. Le decía que cuando fuera grande sería veterinaria y tendría un refugio grande donde albergaría a todos los animales hambrientos y abandonados de la calle.
El tiempo fue pasando y, aunque las necesidades económicas siempre estuvieron a la orden del día en su vida, una parte de ese sueño que parecía lejano lo pudo cumplir. Sin embargo, -relata hoy, a sus 31 años- el proteccionismo es una misión que requiere, además de mucho compromiso y una dedicación infinita, una “inagotable” cantidad de dinero.
“El compromiso y la dedicación los asumí hace años, cuando inicié esta tarea que me apasiona y que no abandonaré jamás. Sin embargo, lo más difícil, especialmente en estos tiempos de crisis económica, es reunir los recursos suficientes, algo que no puedo hacer por mis propios medios”, confiesa, en diálogo con Los Andes, mientras exhibe la foto de su perfil de Whatsapp: su mano sosteniendo una pata de perro.
Camila vive en el asentamiento Piedras Blancas, en cercanías de La Estanzuela, una zona muy carenciada de Godoy Cruz. Su esposo, que hace changas, y sus dos hijos pequeños heredaron el amor por los animales y, prácticamente, hoy es muy común que toda la familia atienda a alrededor de los 10 animalitos que cobijan.
La mayoría se encuentran en tránsito, es decir, a la espera de adopciones responsables, aunque esto no siempre se concreta, según señala. Es que en el barrio hay mucha pobreza y la gente, por más que ame a los animales, apenas puede sobrevivir.
Estudiante de enfermería y con reemplazos esporádicos en una residencia geriátrica, Camila asegura que, si bien vive haciendo malabares para lograr el bienestar de sus “mejores amigos”, como suele llamarlos, nada es suficiente. Por eso pidió ayuda a la comunidad.
“Si bien la municipalidad de Godoy Cruz realiza una muy interesante campaña de castración, los animales se reproducen muchísimo en este sector. La mayoría de los perros y gatos que rescato están abandonados en plena calle y con estos fríos terribles. Aquí la gente es muy pobre y en muchos casos no tiene más remedio que dejarlos librados al azar”, asegura.
“Allí es cuando los levanto y los llevo a casa para, en muchos casos, salvarles la vida, darles leche, alimento y vacunas”, relata. Su vivienda es pequeña y le falta terminar, aunque en la parte trasera su esposo construyó un tinglado donde pueden resguardarse de las fuertes heladas que acechan en estos días a toda la provincia.
“Es de pallets y de nylon. Colocamos un viejo colchón de dos plazas y allí se acomodan en las noches para dormir. Es todo lo que tenemos. Suelo administrar el alimento de la mejor manera, visito las carnicerías donde me donan huesos o menudos de pollo, aunque, sinceramente, si bien algunas veces logramos dar en adopción a algunos, nunca me alcanza”, continúa.
Hoy, en el refugio “soñado” por Camila cuando era niña conviven siete perros y cuatro gatos. Una perra muy viejita, también rescatada de la calle, falleció el domingo pasado y fue un día de tristeza para la familia. “Enseguida llegó otra cachorrita que estaba deambulando por el barrio muerta de hambre, acá no hay respiro”, aclara.
Los valores del kilo de alimento balanceado “se fue por las nubes”, según detalla, y ni hablar la consulta al veterinario, que ronda los 10 a 15 mil pesos. Un valor similar tiene la primera dosis de la vacuna.
“Lo primero que debo hacer cuando llega un animal es colocarle una primera vacuna que los proteja del parvovirus, una enfermedad que comienza con malestar, temblores, vómitos, diarrea, lagañas y termina con su vida debido a una falla en el sistema nervioso. Me sucedió tiempo atrás con varios perros, apenas llegaron, y la pasamos muy mal, por eso hoy tratamos de evitarlo con la vacuna, pero como siempre digo, todo implica muchísimo dinero”, insiste.
Camila sigue soñando aunque es consciente de que carece de los recursos necesarios. “Pienso que en el futuro me iré del asentamiento donde vivo, por eso proyecto el refugio en otro lugar. Claro que, mientras tanto, debo seguir manteniendo a estos animales y darles lo mejor. Sé que hay muchísima gente que, como yo, luchan por esta causa y espero que puedan darme una mano”, se esperanza.
En síntesis, pide a quienes deseen colaborar que se comuniquen a su teléfono móvil en caso de poder contribuir con alimento balanceado, huesos, menudos, frazadas, colchones, pallets, maderas, tirantes y todo lo que consideren necesario para acondicionar el precario refugio.
“Por supuesto que el dinero también es importante porque los gastos con los veterinarios son infinitos. Entiendo que mucha gente querrá conocer, en caso de donar dinero, el verdadero destino. Por eso invito a quienes deseen que se acerquen a mi domicilio y podrán conocer esta obra humilde pero, puedo asegurar, llena de amor”, reflexiona.
Finalmente, destacó y valoró el rol que cumplen algunos comercios solidarios de Godoy Cruz en pos de los animales. Mencionó, por ejemplo, la avícola “La Granja”, situada en Benegas, que suele entregar sin costo bolsas con huesos o menudos a clientes que tienen animales y se les hace difícil alimentarlos.
“Siempre estoy atenta a esas cosas y, aunque vivo lejos, en Villa Hipódromo, me acerco cada vez que puedo. Lo mismo sucedió días atrás con una fábrica de fideos, donde generosamente nos dieron algunos recortes para que podamos cocinarle algo a los animalitos”, agrega.
Y concluye: “Quiero aclarar que, al igual que yo, mucha gente rescata animales, los protege y los ofrece en adopción responsable. Hay personas de gran corazón y estoy segura de que también hay otra que brindarán su invalorable aporte”, concluye.
Cómo ayudar
- Teléfono móvil: 2612565597 (Camila).
- Alias de Mercado Pago: floresferro.