Violencia a flor de piel: ¿estamos viviendo épocas de mayor agresividad?

La agresión mortal al camarógrafo y entrenador de vóley Carlos Amieva, además de las sendas golpizas a jóvenes en boliches, abrió el interrogante sobre los tiempos en que vivimos. Especialistas advierten sobre la pérdida del sentido colectivo, el individualismo y la crisis socioeconómica.

Violencia a flor de piel: ¿estamos viviendo épocas de mayor agresividad?
Carlos Amieva, el entrenador de vóley que fue agredido tras una discusión de tránsito y terminó falleciendo, producto de los golpes.

Apenas pasó un segundo desde que el semáforo se puso en verde y el vehículo de atrás comenzó a los bocinazos en pleno centro y en hora pico. Furioso, lleno de ira, el conductor hace señas con las manos exageradamente y coloca el dedo índice en la sien en señal de locura. Ambos empiezan a circular, se ubican a la par y el otro propicia insultos de todo tipo. La agresión verbal se desmadra y terminan, en el mejor de los casos, a las piñas.

La escena, real y habitual, que incluso remite a la película Relatos salvajes, se repite casi a diario y excede el ámbito vial: boliches, bares y eventos deportivos resultan verdaderos caldos de cultivo para situaciones de violencia que, incluso, pueden terminar en la muerte.

Días atrás, el caso del camarógrafo y entrenador de vóley Carlos Amieva, quien recibió una feroz golpiza en Tunuyán a raíz de una discusión de tránsito, reavivó el cuestionamiento sobre los tiempos tumultuosos que transitamos.

Porque ese, por cierto, no fue el último caso reciente de violencia que despertó alarma e indignación. El domingo 23, el joven Matías Quiroga fue golpeado salvajemente a la salida de un boliche en Chacras de Coria: lo dejaron en grave estado. Sus agresores fueron otros dos jóvenes, de 20 años, que ya están imputados. Por si eso fuera poco, este viernes a la madrugada, otro joven (de 23 años) vivió una situación similar a esta última, pero en un boliche de Godoy Cruz, donde fue atacado por varios sujetos.

Esto lleva a más de uno a preguntarse: ¿estamos viviendo épocas de mayor agresividad? ¿Aumenta la intolerancia y el desprecio por la vida? ¿Influye la tecnología o los efectos de la pandemia?

Roberto Stahringer, sociólogo, docente de la UNCuyo y director de Sociolítica-Consultora, se refirió, entre otros aspectos, a la pérdida del sentido de lo colectivo y al aumento del individualismo.

En tal sentido, también opinó sobre el efecto de aislamiento que promueven las redes sociales, que generan la segmentación de grupos donde todos piensan del mismo modo y se pierde la diversidad.

“Por lo tanto, en grupos donde todos pensamos igual, frente a la ocurrencia de un momento espontáneo en un ámbito cualquiera, como un boliche o en la calle, nadie discute sus diferencias sino que, por el contrario, aparece la violencia como respuesta. Lo más leve es el insulto, pero puede materializarse en la agresión física e incluso en la propia muerte”, subrayó.

Mario Lamagrande, psicólogo, máster en economía de la salud y docente universitario, planteó una similitud de lo que actualmente sucede con lo que en términos psicológicos se denomina “Efecto Lucifer”.

“En la década del 70′ el psicólogo Philip Zimbardo experimentó en la cárcel de Standford el comportamiento de buenas personas en malas situaciones. ¿La consecuencia? hubo que interrumpirlo mucho antes de tiempo debido a situaciones de desborde registradas”, recordó.

En estos tiempos de violencia extrema e intolerancia y a la luz de los últimos acontecimientos, aquel concepto vuelve a cobrar relevancia.

“Se trata de un poderoso catalizador que lleva a que ciertas personas cambien su accionar y ataquen al otro sin límite en situaciones cotidianas. Todo explota en un minuto, como sucedió hace pocos días en Tunuyán y otros tantos hechos que seguramente desconocemos”, amplió.

En ese sentido, dijo, en ciertas ocasiones los factores ambientales condicionan la respuesta de las personas. Agregó: “Es verdad que, actualmente, factores socieconómicos pueden tener gran incidencia, así como la vulnerabilidad en los roles. Todo esto condiciona y funciona como estresor que facilita conductas de violencia”.

Según el especialista, existen acciones preventivas para evitar que estos eventos se incrementen. “Debemos apelar a las herramientas de autocontrol, que sirven preventivamente para enfrentar esto. Por otro lado –añadió– no desestimemos que se avecina el mes de marzo y con él los cambios de luz que favorecen la aparición de algunos síntomas anímicos”.

Stahringer fue un poco más allá y opinó: “Creo que esto tiene que ver con que estamos empezando a observar algunos resultados del funcionamiento del sistema neoliberal en el que el otro se constituye en una amenaza permanente, es alguien con quien se debe competir y a quien se debe superar, es decir, un alimento de todos los procesos de un individualismo competitivo”.

Agregó la función de la tecnología, que en muchos casos promueve el consumo y el desarrollo personal por sobre el del resto. “De este modo se van generando estas conductas: el otro se constituye en alguien que no puede entorpecer ni estar antes de nuestros intereses, el otro pasa a ser una cosa, no una persona y por ende se diluye la mirada sobre lo colectivo y siempre los reconocimientos son para los procesos personales, para los genios individuales”, consideró.

En esos casos, continuó, “con menos o más violencia, parejas, relaciones personales y familiares van rompiendo las formas del lazo social porque prima el interés individual por sobre todas las cosas”.

“De allí que pondría una luz de alerta en estos discursos libertarios, es decir, en la medida en que pensemos que nuestro proyecto individual no debe ser limitado por ninguna otra fuerza, ya sea una persona, gobierno o empresa, la norma comienza a lesionarse”, dijo.

La moraleja de María Inés

Si algo aprendió María Inés, mamá de dos hijos y vecina de un barrio cerrado de Luján de Cuyo, fue a “cerrar la boca y evitar conflictos en la vía pública”, según ella misma relató a Los Andes.

“Suelo conducir rápido, tocar bocina y ´putear’, pero no lo hago por conflictiva sino por apurada”, se sinceró. Lo cierto es que, en agosto último, a bordo de su camioneta rumbo a la escuela, en el Corredor del Oeste, un vehículo de menor porte le impedía el paso. Ni lerda ni perezosa, insultó.

“Nunca más. La mujer me siguió no sé cuántos kilómetros y a gran velocidad sin dejar de tocarme bocina. Su auto y el mío circulaban a un metro. Al fin pude acelerar, pero el susto nadie me lo quita. Mis hijos lloraban. Creo que esa mujer estaba dispuesta a todo”, confesó.

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