Vendimia: una fiesta popular, siempre igual y siempre distinta

No hay modo de pasar por alto de ella. Para los mendocinos, es la fiesta que mejor expresa nuestra identidad. Para los turistas, un espectáculo único. Incluido el de su reina, pues sin ella no sería igual la celebración.

Vendimia: una fiesta popular, siempre igual y siempre distinta
Via Blanca de las Reinas

Multitudinaria y brillante, leve pero sin por ello dejar de tener un significado cultural profundo, la Fiesta de la Vendimia es la madre de las fiestas mendocinas, la que expresa nuestra identidad de una manera rotunda, de principio a fin, tan moderna como tradicionalista, tan universal como localista, tan cosmopolita como costumbrista, patrimonio y espectáculo a la vez. Para los mendocinos que hacen colas infinitas en pos de obtener su entrada al acto central, es una misa laica. Para los turistas, incluso para los que han recorrido el mundo, es un espectáculo único. Por eso nunca deja de llamar la atención y de generar polémicas en torno a ella. Porque es demasiado importante para los mendocinos en la medida en que los mismos se sienten tan identificados con ella, para amarla más o para amarla menos, para criticarla o afirmarla. Porque ella, la celebración vendimial, es como ellos, los mendocinos, una afirmación de identidad capaz de ser disfrutada plenamente por todos los que vienen a conocernos, que son quienes más se maravillan mientras que a los locales les gustan los que se maravillan, al modo de un orgullo que sienten bien propio.

Lo principal es la culminación que cubre una semana, aunque la Fiesta Central es sobre todo una noche, la primera noche, cuando se inaugura la puesta en escena artística y se elige la reina. Pero ello es el resultado de muchos meses de trabajo. De los que hacen la Vendimia armando el anfiteatro e iluminando los cerros, pero sobre todo de los barrios y distritos mendocinos, donde desde muy abajo, desde bien abajo, se van eligiendo las aspirantes a reinas departamentales con fiestas que van de muy pequeñas a más populosas. Primero son festividades populares y luego a eso se le suma la oficialización municipal y provincial, como si fuera una política de Estado, que lo es.

Por eso el festejo final es la punta de una pirámide que abarca toda la provincia desde abajo hacia arriba hasta llegar al trono vendimial que eso es la noche del sábado, luego de los carruseles y vías blancas donde el pueblo llano colma las calles de Mendoza , de día y de noche, vivando a sus reinas, con asombro renovado o con acostumbramiento entusiasta, según cada cual. Están los que la ven siempre igual pero otros la miran todos los años con ojos distintos, y la extrañan a horrores en momentos como el año pasado en que crueles pandemias la impidieron. Pero ahora vuelve por la revancha infinita, como la piedra que reina infinita en el desierto y el agua cuya necesidad para construir oasis protectores es igual de infinita. La Vendimia las sintetiza a ambas, a la dureza de la tierra y a la bondad del líquido que la hace fértil y fecunda.

La elección de la reina se mantiene desde sus orígenes, porque sin ella la celebración sería otra cosa. Pasaron las modas pero su majestad se siguió eligiendo, porque se trata de algo muchísimo más profundo e interesante que un concurso de belleza, aunque quizá mañana pueda ser reemplazado por otro tipo de elección, qui lo sa. Es que lo importante no es optar por una mujer bonita o incluso la más bonita, sino por una reina que simbolice ese imaginario monárquico que tenemos los mendocinos en nuestra cultura que le rinde homenaje a la uva y al trabajo más representativo de toda nuestra provincia casi como algo religioso. Nos sacamos el sombrero frente a ese homenaje, ofrecemos una plegaria al valor de nuestra tierra y nuestro trabajo, que bien se merecen tener una reina que los proyecte metafóricamente al país y al mundo. Es la constitución de una monarquía simbólica que ornamenta sin enfrentarla a la república institucional de los mendocinos.

Por eso es mucho más que un mero concurso de belleza, tiene relación con sentires profundos. Ahora bien, reiteramos, es posible que el modo actual de elección no pueda adaptarse a los tiempos que vienen con la misma fuerza que la fiesta en sí, pero entonces en vez de lisa y llanamente suprimir la elección habrá que imaginar otros criterios de evaluación para tener a la soberana que año tras año viene conduciendo nuestra monarquía cultural desde hace casi cien años. Que nunca ha sido manipulada o usada, sino que ha gobernado simbólicamente con todo el respeto que se merece. Porque es la reina quien aparece en todas las instancias desde el barrio al anfiteatro como el elemento convocante. Pero ¡qué se le va a hacer!, así como muchos quieren eliminar las monarquías europeas, es comprensible que a otros les disgusten nuestras más modestas reinas. Sobre gustos no hay nada escrito, pero conviene recordar que para el mendocino lo que se eligió en todas estas décadas es precisamente una reina, no un producto. Con el debido respeto. Por lo cual, más que ir eliminando lo que es constitutivo de la fiesta popular, convendría más bien pensar en cómo adaptarlo a los tiempos. Mendoza está un poco cansada de que se dejen de lado tantas cosas para que no sean reemplazadas sino por la nada. Y no sólo en los temas vendimiales.

En fin, que en nuestra fiesta grande la pelea entre tradición y modernidad no se detiene jamás, la Vendimia cultural ha demostrado ser capaz de incorporar a ambas, de allí su gran permanencia en el tiempo. Es, como bien se dice cada vez más, un patrimonio que no deberíamos abandonar porque es muy valioso, muy sentido y muy convocante tanto para quien quiere conocernos como para que nosotros nos conozcamos más a sí mismos.

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