Eliana Caballero (39) y su esposo Juan Pablo viven en Tunuyán, pero el domingo decidieron salir a pasear por la magnética geografía mendocina, esa que puede combinar desde extensos valles y ríos hasta la imponente Cordillera de los Andes. Para escaparle a la rutina, eligieron ir hasta el icónico monumento del Cristo Redentor, ubicado en Las Cuevas.
Matías Carrazco (35) y Dana Coronel (31), en tanto, también están casados y tienen un puesto de artesanías en Puente del Inca. Viven en Polvaredas, a 30 kilómetros de donde está situado su puesto de trabajo y a casi 50 kilómetros del Cristo que Eli y Juan Pablo visitaron hace unos días. Hasta el domingo, Eliana, Juan Pablo, Matías y Dana no se conocían entre ellos. Pero el accionar de la segunda de las parejas se convertiría en fundamental; para Eli y Juan Pablo, y también para cinco familias más que quedaron varadas en Alta Montaña luego del alud.
Y es que Matías y Dana resguardaron y cobijaron a la pareja tunuyanina y a las otras cinco familias para que la cruda noche –con temporal de verano incluido- no fuese una pesadilla. Primero, les prepararon ravioles a todos en las instalaciones del comedor comunitario que, a pulmón, han logrado levantar. Y luego, desinteresadamente y sin cobrarles ni pedirles nada a cambio, lograron ubicar a cada una de las personas varadas en una casa; para que no tengan que dormir en el auto y sin siquiera una manta. “Matías habló con el dueño de una de las casas, y quien había quedado varado del otro lado del alud –por lo que no iba a poder regresar-; y ese señor le dijo que podía romper el candado de su casa para que nosotros durmiéramos allí. Además de nosotros había una familia de Córdoba con niños, otra de Rosario y hasta una chica en silla de ruedas; y nos ayudaron de forma desinteresada, sin cobrarnos ni pedirnos nada a cambio”, destaca Eliana a Los Andes, ya de regreso en su Tunuyán natal.
“Hace 10 años nos vinimos a vivir a la montaña; vinimos por cuestión de trabajo y nos enamoramos, formamos una familia con tres hijos y uno más en camino, y acá nos quedamos. Siempre trabajamos con el turismo, pero con el tema de pandemia; la verdad es que todos la hemos pasado bastante feo. Y en Polvaredas somos muy poquitos los que podemos tener nuestro propio trabajito, la mayoría son trabajadores temporales. De forma fija, somos 125 personas las que vivimos acá. De hecho, las casas son del ferrocarril, por lo que -desde lo técnico y legal- casi que seríamos como usurpadores todos. Pero uno va arreglando su casita como puede”, destacó Dana en el interior del comedor comunitario Corazón de Montaña, que abrieron junto a otros vecinos en octubre, y con el que no solo dan de comer, sino además brindan contención.
“Se nos dio con un grupo de vecinos armar un comedor comunitario. Conseguimos una casita chiquita, y la idea del comedor no es solamente el acompañamiento diario con comida, sino también juntar reservas de alimentos para situaciones como la que ocurrió el domingo. O que se repiten en invierno, cuando empiezan las nevadas y se corta el camino por 10 o 15 días. No todos pueden abastecerse”, destaca una de las coordinadoras del espacio.
En medio de la charla, insiste con un pedido que ya se ha convertido en un permanente Déjà vu: que dejen de ser “los olvidados” de Alta Montaña, que se les asigne un médico o una enfermera, que no tengan que trasladarse 40 kilómetros hasta Uspallata o hasta Puente del Inca para poder contar con atención médica de forma constante. “Siempre está hasta el riesgo latente de que cierren la escuela, porque son pocos alumnos. El problema de Polvaredas es que no hay fuente de trabajo; y mucha gente se va porque no hay horizonte acá”, agrega.
Eliana y Juan Pablo
Luego de subir al monumento del Cristo Redentor y donde se encontraron con otros turistas en el mismo plan, Eli –quien tiene algunos problemas de presión- experimentó algunos mareos y decaimientos. De regreso en la ruta, se acomodó en su auto; y ambos se disponían a emprender el regreso. Pero cuando transitaban por el corredor internacional con dirección a Mendoza, fueron sorprendidos por el alud.
“Cuando estábamos arriba se formó una nube oscura de tormenta, con unos rayos increíbles. Íbamos en el auto, pasamos la zona de Polvaredas e incluso la curva en la que minutos después fue el derrumbe. Y en ese momento vimos que un camión venía marcha atrás. Creo que tuvimos un Dios aparte al tener ese camión adelante, porque fue el primero que vio que venía la avalancha e hizo marcha atrás. Nosotros, desde el auto, vinos como venían con dirección a la ruta los dos aludes”, reconstruye Eliana.
Al igual que el camión que iba delante de ellos y el propio matrimonio tunuyanino, todos los vehículos que venían detrás de ellos giraron en “U” y regresaron con dirección –nuevamente- hacia Alta Montaña. “Un camionero nos dijo que la gente de Vialidad no iba a poder trabajar mientras hubiera lluvia, y había una tormenta muy fuerte”, agrega Eli, quien es esteticista.
Eli y Juan Pablo fueron parte de una caravana de entre 10 y 15 vehículos que no pudieron bajar. Y mientras que algunos de los varados continuaron hasta Puente del Inca, los tunuyaninos y otros visitantes se quedaron en Polvaredas. Ya era de noche y no tenían muchas opciones en el horizonte más cercano: el destino les deparaba una inevitable noche en la ruta, resguardados en el auto y únicamente con lo puesto. Algunos gendarmes ya les habían avisado que esa noche, al menos, no iban a poder cruzar la zona del alud.
“Nos paramos frente a un comedor y preguntamos para poder usar el baño, no teníamos ni siquiera una manta. En ese momento, un muchacho nos golpeó la ventanilla. Se presentó como el presidente de la unión vecinal y nos dijo que era feo estar allá arriba sin nada. Nos contó que tenía un pequeño comedor en el lugar y se fue encargando de ubicar a todas las familias”. No era un ángel de la guarda ni mucho menos una aparición milagrosa, aunque las familias varadas lo vieron –y todavía lo ven- como tal. Quien se presentó y ofreció ayuda era Matías Carrazco.
Matías y Dana
Lo primero que hizo Matías, quien salió de su casa para asistir a los desamparados turistas en medio de la intensa lluvia, fue intentar acomodarlos para que queden bajo resguardo.
“Nos enteramos de que los ‘vivos’ de siempre en algunos lugares habían empezado a cobrarles como turistas a los varados; nos contaron que estaban pidiéndoles hasta 2.000 pesos para quedarse. Pero Matías y Dana simplemente querían que estuviésemos protegidos y no pidieron nada a cambio”, recapitula Eliana; quien se quedó junto a su pareja en la casa de otro hombre que –pese a que no estaba en el lugar- autorizó a Matías a que se rompa el candado de su casa para que puedan resguardarse.
“Prepararon ravioles para todos los que estábamos y después se encargaron de que todos tengamos un lugar donde quedarnos para pasar la noche. Pudimos comer algo y resguardarnos con, por lo menos, un techo y un colchón. Si no hubiesen estado Matías y Dana, ¿qué habría sido de nosotros?. Yo seguía con problemas de presión y, gracias a Dios, Dana me pudo dar una pastilla. Si no, quizás yo moría allá arriba”, prosigue la esteticista tunuyanina.
Ya pasadas las 9:30 del lunes, las primeras familias varadas pusieron atravesar la zona del alud –que estaba en vías de ser despejado por completo-. Cuando llegaron a Uspallata, Eliana y Juan Pablo avisaron a sus familias que se disponían a regresar a sus rutinas. “Fue un milagro haber tenido señal arriba, y haber encontrado a Matías y a Dana. Con la gente de Rosario y Córdoba con quienes estuvimos allá arriba, nos pusimos de acuerdo en hacer campañas para ayudar a los chicos”, concluye Eli.
“Lamentablemente, lo que pasó el domingo es algo común cuando quedan personas varadas. Hace algunos años vimos que algunos comerciantes se abusaron con precios de comida. Pero una cosa es trabajar con el turismo, y otra cosa es abusar de la gente. Quienes vivimos en la montaña quedamos mal por dos o tres vivos que siempre quieren cobrar a la gente que está varada”, agrega Dana.
Casi abandonados
Las 125 personas que viven en Polvaredas son, sin intención alguna, víctimas de una problemática que marca a los pueblos de Alta Montaña desde hace ya varias décadas. Y que, coincide, con la “muerte” del ferrocarril.
“Tenemos la infraestructura para tener un centro de salud, pero no tenemos profesionales de salud fijos. Durante muchos años, estaba a la Señora Margot; quien era una enfermera que vivía en Polvaredas, pero asistía a toda Alta Montaña. Estaba en todos los accidentes y era la primera en llegar. Pero se jubiló y nos quedamos sin nada. Hace algunos años teníamos un doctor de Gendarmería, pero luego de algunos problemas nos quedamos sin médico, sin asistencia de salud. Todos los pueblos de Alta Montaña han ido pidiendo lo suyo de a poco; y aquí en Polvaredas hace dos años conseguimos un agente sanitario. Pero ni siquiera está autorizado a tomar la presión. Hay un enfermero que viene, aunque solo unas horitas y no alcanza. A veces ni siquiera hay insumos”, recapitula Dana.
La madre de la mujer es enfermera y se desempeña en el sistema de salud provincial. Y ella misma ha pedido que se le autorice el traslado a esta localidad, para poder ocupar ese lugar que alguna vez dejó “la Señora Margot” y que tanta falta les hace a los habitantes de Polvaredas. Pero aún están a la espera.
Comedor comunitario, y a pulmón
Corazón de Montaña es el nombre que Matías, Dana y otros lugareños han habilitado en Polvaredas. Y, como la propia Dana resume, es más que un comedor; y cumple todas aquellas funciones sociales de las que están huérfanos en ese paraje montañés.
“No tenemos nada de recreación para los niños. Lo único que tenemos es una placita y una canchita que están en la escuela, pero al estar cerrada no pueden ir. Entonces en el comedor apuntamos a distintas actividades. Un día hacemos deportes, por ejemplo; otro baile, y así. A quien quiera y pueda ayudar, estamos pidiendo leña y mercadería –no solo para el comedor, sino para cuando alguien se quede varado-. Y lo único que le pedimos a cambio a la gente que pudo quedarse acá el domingo, durante la tormenta, es que nos ayuden con difusión”, concluye Dana.