Por los pasillos de tierra -en la feria- pueden transitar cerca de 1.500 personas en horas pico, la rotación del público es alta. Buscando hacer rendir su dinero la gente carga bolsones con mercadería no perecedera… con frutas, verduras, con comida. En Ugarteche, del otro lado del mostrador, en una de las “tiendas” de domingo, algunos productores de la zona se animaron a ofrecer sus verduras de estación; trabajan sin intermediarios, tratando de lograr el contacto directo con el público para sacarle un mejor provecho a lo que han cosechado en sus chacras.
Ana Albornoz, desde hace tres meses, todos los domingos -a primera hora de la mañana- con gran ilusión arma el puesto en el que ofrece cebollas, tomates y pimientos. “Trabajamos en la agricultura y cultivamos verduras de estación”, cuenta. Un par de cajones con mandarinas llaman la atención de los caminantes en la Feria social. “Compramos algunas las cosas, pero la mayoría las cosechamos nosotros”. Hacia el mediodía, la mercadería se ha reducido en forma notable, “la feria nos permite tener mejores precios; la gente viene por un beneficio”, señala.
Hay movimiento, las personas se acercan, preguntan, compran. Para Ana, el trabajo que realiza con su familia durante la semana es bien aprovechado; “los domingos hay buena venta”, dice. Antes sólo dependían del precio que fijaba el intermediario que cargaba la cosecha para llevarla a la otra feria, este nuevo esfuerzo le genera un margen con el que pueden solventar sus gastos. El tomate cuesta entre 80 y 100 pesos, tal vez menos, “como el precio depende de nosotros, puede ser más bajo del que conseguir en el mercado”, explicó la comerciante. Casi no hay regateo, a escasos metros bajo otra carpa se ofrece una oferta similar.
“Son más de 15 los productores de la zona que vienen a la feria para ofrecer sus productos. Se van turnando algunos domingos, pero el primero de mes vienen todos porque necesitan vender”, explica el responsable de la Feria social, Claudio Ortiz. Estas verdulerías tienen un sector específico en el complejo de puestos que se ubican frente a una bodega sobre ruta 15. “Cada vez más es la gente que viene a buscar fruta, verdura, alimentos; tenemos muchos feriantes que no necesitan de intermediarios y sus productos (papas, cebollas, etc.) son más baratos”, puntualizó Ortiz.
Ramiro Flores desde hace un mes trabaja los domingos en el puesto de verduras que abrió en la Feria del Valle, en donde despacha más de 300 kilos de fruta en una sola mañana. “Estamos arrancando con el puesto, la demanda de la gente es grande. Suelen llevar más fruta, para que coman los niños; se venden bien las naranjas y mandarinas”, explica el verdulero. Hace cinco años que se dedica al rubro, antes de la pandemia, vendía en la feria itinerante a la vera de la ruta 15; mientras que de lunes a viernes ayuda en el negocio de su hermano. “Trabajo con productores, porque la gente también pide tomates y zapallitos”, detalla Flores. Pegado a un cajón, un cartel escrito a pulso, ofrece un 2 x 1.
Sueltos o en pack
Cada vez son más los mendocinos que optan por comprar productos en las ferias, alimentando un circuito económico que no abandona el lineamiento de la informalidad. Para el comerciante callejero significa un trabajo y para el cliente un ahorro. “Hace poco que estoy en la feria, en el puesto de especies” sostiene Ramón Ávila. El feriante, que se ha dedicado al comercio como actividad, antes vendía mercadería y especies en Ugarteche, en la banquina de ruta 15. “Últimamente viene más gente a la feria, quiere comprar a precios más económicos. En el caso de las especies, podemos hacerlo porque vendemos directo de la fábrica”.
Frente a los mostradores de casi 8 metros de largo, comienza el pasillo de los almacenes. “La gente busca productos variados y económicos, porque la economía no está bien para todos. La gente está comprando fideos al por mayor porque es más barato que hacerlo en la góndola de un supermercado”, explica Darío. Hace una década de que es vendedor ambulante y que se dedica al rubro de los alimentos, “Luego de la pandemia comenzó a venir más gente, también se abrieron más locales de venta al por mayor cerca de la feria. Yo vendo variedad de fideos, azúcar y aceite”.
En los pasillos comentan que los dos primeros domingos del mes las ventas son muy buenas y que luego caen un 50%. Que mucha gente de otros departamentos va a comprar mercadería y eligen segundas marcas. “Solo me dedico a los artículos al por mayor, la situación está difícil y los aumentos siguen. Trabajo mayormente con segundas marcas, que son más fáciles de poder conseguir; en el caso del aceite hay un límite de stock”, agregó Darío.
“En la Feria del Valle, funcionan 250 puestos en un terreno de 5.000 m2. En temporada alta, circulan por la feria un promedio de 1.500 personas en las horas pico y tienen una rotación de 40 minutos”, cuenta el responsable del predio Mariano Darío. “Se ha incrementado la cantidad de visitas del público, a pesar de que estamos en temporada baja, la gente viene por una cuestión de esparcimiento, de ahorro, de economía. Viene porque se siente seguro”, concluyó el administrador.
El vendedor de enciclopedias
La gente se mueve por el lugar apurada, como fuese un hormiguero. En la entrada a la Feria del Valle le toman la temperatura y le ofrecen sanitizante. En el interior, hay 250 negocios de distintos rubros: verdulerías, almacenes, venta de artículos de limpieza, bazar, ropa (nueva y usada), herramientas, y hasta una librería que exhibe sobre un mesón enciclopedias, textos escolares y libros de interés. Desde hace cuatro meses, Joaquín apuesta por su emprendimiento: “la librería es un rubro en el que nadie trabaja en esta feria; nuestro puesto es algo particular. Aún hay mucha gente que le interesa los textos, apartados un poquito de la tecnología. Hay poca demanda, de los libros escolares, pero lo importante es que aún hay trabajo”.
El puesto en la feria es su segunda fuente de ingresos, los libros son su segundo trabajo: previo a la pandemia él era viajante de libros. Un ejemplar puede costar desde 1.300 pesos; un libro de enfermería, plantas medicinales, de cocina y otras misceláneas aún en sus cajas. “La gente, viene, pregunta; lo más común de vender es una enciclopedia para el primario o secundario. Por ahí nos piden un libro de poemas, pero son textos que no trabajamos”, puntualizó Joaquín.
Por su parte Silvia se reparte entre la mercadería por “temporaditas” dice. “El bazar es un rubro que trabajo desde hace dos años. Antes vendía algo de ropa y juguetes, había probado con un poquito de cada cosa. Cada vez viene más gente, porque en la feria los precios son económicos, y en algunos casos puede conseguirlos un 40% más baratos”, contó Silvia.