“Hoy, en el hospital regional Antonio J. Scaravelli de Tunuyán este señor estuvo regalando un vasito de yerbeado con una tortita para todos los que quisieran desayunar algo. La verdad, es un hermoso gesto ya que muchas personas, incluso niños, salen de sus casas sin poder comer y algunos no tienen para poder hacerlo. Y todos sabemos que ir al hospital nos lleva estar prácticamente toda la mañana. Niños y mamás pudieron tomar un vasito y comer algo gracias a este muchacho”.
Con esas palabras y una imagen de un hombre anónimo con su bolso cargado con termos, vasos y tortitas, Gabi Rodríguez, vecino de Tunuyán, comenzó a generar en el Facebook un revuelo importante. Su posteo corrió como “reguero de pólvora” en esta comunidad pequeña de Mendoza donde todos se conocen. Y los comentarios no se hicieron esperar.
“Hoy en día solamente personas con un gran corazón realizan estos actos. Muchas felicitaciones y que todo lo bueno se le multiplique siempre”, expuso otro vecino en un comentario. “Si alguien lo conoce, que lo mencione”, agregaba otro. Sin embargo, poco se sabía de este vecino solidario que en la imagen aparecía de espaldas.
José Soria escribió: “De esas cosas tendríamos que aprender. Debemos compartir, aunque sea el agua. Que Dios lo bendiga”.
Pety Catalán agregó: “Que Dios le devuelva el doble por el gesto” y Lucía Ortíz insistió: “Gran gesto”.
Finalmente, la intriga se develó: se trataba de Silvio Rueda, un gastronómico oriundo de Tunuyán y papá de dos chicas adolescentes. Un hombre de 50 años que vive mitad de año en España, donde también se dedica a ese rubro.
La fruta no cae lejos del árbol, dice el refrán, y el mejor ejemplo lo puede brindar él mismo cuando habla de su familia, de sus padres María y Emilio, que hoy tienen 81 y 90 años, respectivamente, y siempre fueron grandes referentes en su vida.
“No me considero ejemplo para nadie, simplemente aprendí de muy chico la importancia de ayudar, de compartir, de la generosidad y del gesto desinteresado”, aclara, en diálogo con Los Andes.
Lo cierto es que, mientras permanece en la Argentina y en su querido Tunuyán natal, dos veces a la semana Silvio dedica un rato al prójimo.
En una oportunidad, hace más de cinco años, visitó el hospital y vivió en carne propia las muchas horas que los pacientes esperaban para ser atendidos desde la madrugada. Observaba a los niños junto a sus padres y pensaba en lo reconfortante que podía ser un desayuno al paso. Y así fue que tomó cartas en el asunto.
Desde entonces, como un “soldado”, dos veces por semana prepara en su bolso algunos termos con mate cocido y tortitas que distribuye con una sonrisa de oreja a oreja -y también algún chiste- a unos 25 o 30 pacientes.
Silvio es papá de Luna, de 18 años, y de Amparo, de 15 y tiene un puesto de comidas en el Manzano Histórico. “Jamás me dí cuenta de que me habían tomado una foto y menos aún que comenzó a circular en las redes. Solo noté que comenzaban a llegarme mensajes por todas partes”, relata a este diario y asegura que es una persona de bajo perfil.
“Sin embargo me hicieron entender que visibilizando estas historias tan simples, mucha gente puede tomar el ejemplo y ayudar a otros, sobre todo en estos tiempos difíciles”, reflexiona.
Silvio quedó conmovido hace algunos años cuando a las 5 de la mañana vio a mucha gente en la sala de espera del hospital. Imaginó que muchos no habían desayunado y que las horas se hacen eternas. “Pensé en los niños, en lo importante que es un té para ellos mientras esperan. No se trata solo de ayudar a los que no tienen dinero, que son la mayoría, sino a todos los que están desde muy temprano”, señaló.
Sus gestos solidarios también contemplaron las épocas más crudas de la pandemia. Por entonces, como no podía acudir al hospital llevaba 10 viandas al área de Acción Social municipal para que el personal se lo entregara a las personas más necesitadas.
Más tarde, retomó su labor en el Scaravelli donde, día a día, asegura, cosecha miles de historias. “Preparo y elaboro todo en casa y alrededor de las 7.30 voy al hospital. No demoro más de media hora en repartir los desayunos. La cantidad que entrego también depende de mi propia economía”, agrega.
“Siento que hago algo útil, que me hace bien y es increíble la energía que esto me brinda”, relata, para señalar que los comportamientos de la gente son de lo más variados.
“A muchos les da vergüenza, por eso es importante que el primero reciba el desayuno. Si es así, es más fácil. Cuando el primero se niega, por timidez, el segundo y el tercero hacen lo mismo. Suelo hacerles un chiste y se rompe el hielo”, cuenta.
Y agrega que muchos suelen preguntarle si pertenece a algún partido político o a alguna agrupación religiosa. “Cuando les digo que no, me consultan por qué lo hago”, dice. Mucha gente le ofrece dinero a cambio del yerbeado y la tortita. La respuesta de Silvio siempre es la misma: que él no quiere ese dinero, pero que afuera hay mucha gente que lo necesita.
La buena predisposición le surge de manera natural, según comentó. Por ejemplo, en la ruta, cuando alguien hace dedo, no duda en levantarlo.
“Ni hablar si veo un auto que se quedó. Me encanta frenar y ver en qué puedo ayudar. Lo mismo si un ciego quiere cruzar la calle y no puede o si una señora carga con muchas bolsas, esos ejemplos simples. No lo dudo y salgo a ofrecerme. Intento inculcarle a mis hijas que sean buenas personas, que si ellas se comportan como buena gente y aportan su granito de arena, el resto en la vida llega solo”, reflexiona.
La generosidad desde siempre
Cuando era muy chico Silvio solía jugar al fútbol con los amigos. La imagen de su mamá amasando pastafrola, tortas o medialunas para servir con el café con leche, a los 15 invitados la tiene grabada a fuego. “No solo yo, sino mis amigos, que hoy se siguen acordando de aquella costumbre de mi vieja”, señaló.
Su papá trabajaba en Obras Sanitarias y en su casa no sobraba nada. “Pero la generosidad no significa tener, sino compartir. Subíamos los 15 en su camioneta y nos llevaba a la cancha. Hoy tiene 90 años y sigue siendo un ejemplo”, relata.
Sus tres hermanas, Marcela, Silvina y Daniela, también crecieron con el ejemplo de la solidaridad.
“Una vez llegó a casa un amigo que no tenía zapatillas y, automáticamente, mi hermana mayor se sacó sus Topper blancas y se las regaló sin consultar. Mis padres tuvieron que salir corriendo a comprarle otras. Hoy nos acordamos. nos reímos y valoramos esa anécdota”, repasa.
Desde el año 2003 Silvio viaja a España (Mallorca, Valencia y Alicante) para hacer allá la temporada. Puede permanecer seis meses o a veces un año y medio, dependiendo el trabajo.
“Cada vez se me hace más difícil, extraño a mis hijas, al pueblo, a mi familia. Esto de ayudar en un hospital lo hago solamente en Tunuyán, aunque en algunas ciudades de España suelo ver gente carenciada en los cajeros automáticos, en las plazas o en situación de calle y me detengo a darles algo de comer”, advierte.
Mencionó a la familia Cansani, que en aquel país le abrió las puertas desinteresadamente. “Hay mucha gente buena en el mundo”, opinó.
Silvio cierra el relato, otra vez, con el ejemplo de Emilio y María, sus padres. “Soy un convencido de que lo que uno vivió en la niñez quedan grabados a fuego. Siento que soy un reflejo de ellos”, concluye.