La pequeña villa andina de Las Cuevas está situada en un valle estrecho bordeado por el río del mismo nombre, en un área donde las cumbres andinas alcanzan su mayor altura. Su cercanía al paso natural, delineado por las caprichosas formas de los cordones montañosos y las particularidades del terreno del valle, que proveen refugio frente al frío, el viento o la nieve persistentes, se conjugan convirtiéndolo en un punto estratégico de los Andes meridionales.
Aunque nada parece cambiar en este sector de la geografía andina, las distintas maneras de transitar la cordillera a través de los siglos han ido acumulando huellas materiales, fragmentos de historias y ecos de antiguas memorias que exhiben las formas en las que se ha concebido y experimentado la cordillera en el tiempo. Son rastros de paisajes superpuestos que pasan desapercibidos para los actuales viajeros, pero que esconden un denso y antiguo legado patrimonial.
Los primeros caminos
La cordillera constituía, para las sociedades andinas, una fuente de recursos y estructuraba sus cosmovisiones. Moradas de sus dioses y ancestros, las alturas fueron el escenario de ceremonias para solicitar o agradecer sus dones. Las investigaciones arqueológicas, en las cuevas y aleros de la localidad, muestran que este espacio fue recorrido desde, al menos, unos 6.000 años antes del presente. El análisis de variados restos materiales, junto al de dos entierros de infantes, indica que el valle era visitado por pequeños grupos de cazadores recolectores provenientes de la vertiente occidental de la cordillera.
La evidencia recuperada muestra que varones, mujeres y niños aprovechaban rocas, animales y plantas durante el verano. Grupos de agricultores y pastores de llamas continuaron ocupando estacionalmente el valle en los siglos siguientes. Más tarde, ya en el siglo XV, el paraje era atravesado por una senda transversal del Qhapac Ñan que comunicaba los ramales principales del sistema vial incaico situados en ambas vertientes de la cordillera. Esta senda, que señalaba la hegemonía que el pueblo incaico ejercía sobre el área, tenía un significado simbólico asociado al santuario de altura del Aconcagua, al que conducía.
En los márgenes del imperio
Hacia 1540, los conquistadores siguieron el tramo oriental del Qhapaq Ñan y encontraron el paso que conducía a Santiago. La exploración de las tierras huarpes, donde fundaron Mendoza y San Juan, consolidó la ruta. Indígenas, esclavos, funcionarios, sacerdotes, monjas o comerciantes atravesaban la cordillera rumbo a Santiago y Lima o en dirección a Buenos Aires y Tucumán. Por entonces surgió el topónimo Las Cuevas que, ya en el XVII, era el punto en el camino de Uspallata que anunciaba el Paso de la Cumbre.
Las ásperas sendas que la nieve y los derrumbes modificaban, dificultaban el tránsito en los márgenes del imperio, aunque la idea de la sierra nevada como un obstáculo también era un argumento de los cuyanos para evadir las órdenes reales. Para facilitar las comunicaciones, a mediados del siglo XVIII, se comenzó a modernizar el servicio de correo construyendo las casuchas del Rey que protegían a los caminantes. A fines del siglo, se realizaron las primeras representaciones cartográficas de la ruta que unía Santiago con Mendoza. En 1794, los oficiales de la Real Armada, José de Espinosa y Felipe Bauzá, integrantes de una expedición científica que reunía información sobre el imperio, realizaron observaciones astronómicas para levantar un plano del Paso de los Andes, que publicarían en Madrid en 1810.
Un punto en la frontera
La fragmentación del imperio español convirtió a la cordillera en un límite internacional y a Las Cuevas en localidad fronteriza. La delimitación de la extensa frontera chileno-argentina se prolongó a lo largo del siglo XIX y algunos desacuerdos amenazaron las relaciones pacíficas mantenidas por ambos países desde la independencia. Luego de la resolución del conflicto se estableció en la cima del cerro Santa Elena, sobre la línea divisoria, la monumental escultura del Cristo Redentor que otorgó nuevos significados simbólicos al Paso de la Cumbre.
Los cambios políticos también estimularon el arribo de exploradores y aventureros. En 1835 Charles Darwin recorrió el valle y, en su diario de viaje, recordó el magnífico caos de montañas que se apreciaba luego de la esforzada subida en zigzag que conducía al paso. Casi al mismo tiempo, el pintor y dibujante alemán, Mauricio Rugendas, atravesó la cordillera capturando fragmentos de la majestuosidad del paisaje y los personajes locales que plasmó en óleos como Casucha del Paramillo de Las Cuevas o Punta de las Vacas, registro nocturno de un grupo de arrieros. La circulación de sus representaciones visuales potenció el atractivo del área y multiplicó su conocimiento entre públicos diversos.
De cables y rieles
El desarrollo de los medios de comunicación y transporte, cuya expansión se aceleró a mediados del siglo XIX, alcanzó la cordillera a fines del siglo reconfigurando su paisaje. Ingenieros y peones conquistaron el valle para extender sobre el Paso de la Cumbre el cable del telégrafo que, en 1872, unió las redes de ambos países. En la década siguiente, iniciaron el tendido de las vías férreas que, luego de superar obstáculos financieros, políticos y técnicos, alcanzó Las Cuevas en 1903.
En 1910, al concluir la construcción del túnel Caracoles, el Trasandino comenzó a unir con velocidad inusitada el Atlántico con el Pacífico. El paisaje del valle se humanizó y comenzaron a multiplicarse los edificios para el personal ferroviario y del Correo. La cordillera se transformó en un destino para el turismo y los deportes de montaña, permitiendo el disfrute de la naturaleza.
Descubrir la villa
A mediados del siglo XX, para jerarquizar la localidad como puerta de ingreso al país, se construyeron nuevos edificios que dieron forma a la villa Eva Perón. La expansión del automóvil desde los años ‘30, alentó la renovación del antiguo camino denominado ruta nacional Nº 7, que concluiría en 1980 con la apertura del Túnel Cristo Redentor.
Distintas escenas de este recorrido podrán apreciarse este verano en la cartelería interactiva desarrollada por un equipo multidisciplinario de investigadores de la UNCuyo y el Conicet, concentrado en la puesta en valor del patrimonio de la villa para enriquecer la experiencia de los viajeros que la transitan.
(*) *La autora pertenece a UNCuyo-Conicet. Esta Nota fue realizada en coautoría con Alejandra Gasco, investigadora del Conicet y la UNCuyo.
*Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar