Héctor Silva, un docente de 29 años, enfrenta cada día el desafío de equilibrar su pasión por la enseñanza con las dificultades de sostener económicamente a su familia en Gualeguaychú, Entre Ríos. Profesor de Química y Física, trabaja en ocho escuelas repartidas por la provincia y recorre unos 2.500 kilómetros semanales, luchando por mantener a flote su hogar mientras cría a su hijo Eric, de 5 años, junto a su esposa Milagros.
“El otro día, mi hijo me dijo: ‘Papá, otra vez te vas’, y eso me sacudió”, confesó Silva a diario Clarín, quien se enfrenta al dilema de dejar una de las escuelas rurales en las que trabaja, a 70 kilómetros de su casa, para aceptar una oferta más cercana en una escuela privada. “No significa más plata, pero sí más tiempo con mi familia y eso no tiene precio”, contó a ese medio.
Con un sueldo que ronda los 400 mil pesos mensuales, confesó que su vida es una constante carrera contra el tiempo y el cansancio. “Trabajo en cuatro escuelas en la ciudad de Gualeguaychú y en otras cuatro en el campo, en las localidades de Perdices, Parera, Larroque y Alarcón. Me recorro la provincia de Entre Ríos, pero la plata no alcanza”, explicó a Clarín, recordando un episodio en el que faltó a clases por la salud de su hijo y le descontaron el 25% de su salario.
Silva, conocido como “Profe Tito” por sus alumnos, no se rinde ante las adversidades. Si bien el costo de vida lo asfixia —la última factura de luz superó los 120 mil pesos—, él se niega a victimizarse. “Tuve que elegir, o compraba comida para la familia o pagaba la luz. Igual, gracias a una changa, fui a pagar una parte de la factura y le dije al que me cobraba: ‘Tengo 70 mil, el saldo lo pagaré el mes que viene. No me la corten, por favor’. A veces hay que agachar la cabeza, pero no me importa, tengo dignidad y cultura de trabajo”, dijo orgulloso.
Criado por sus abuelos Pedro e Hilda quienes viven con él, recordó con cariño cómo ellos, sin haber sido alfabetizados, le inculcaron el valor del esfuerzo y el estudio. “Ellos me criaron y me dieron todo, no me faltó nada. El abuelo es jardinero, hace mantenimiento y corta el pasto y la abuela limpia casas... No están alfabetizados pero a mí me insistieron para que tuviera una profesión, que estudiara y les estaré eternamente agradecido por los valores que me dieron, por no claudicar nunca y por elegir siempre el esfuerzo por encima de cualquier facilismo”.
A pesar de las largas jornadas y los viajes en condiciones difíciles —a veces tiene que hacer dedo para llegar a las escuelas rurales—, su pasión por la docencia sigue intacta. “Cuando estoy en el aula me olvido de todos los problemas, soy feliz”, afirmó. Para él, el mayor reconocimiento viene de sus estudiantes: “¿Sabés las veces que me dijeron ‘Gracias, profesor Tito, por su apoyo, por sus palabras, o por su paciencia para explicar’? Eso es invalorable, vale cualquier sacrificio que haga. Yo trabajo en dos escuelas nocturnas, donde muchos adultos llegan cansados y desganados por distintas cuestiones. Y personalmente me ocupo y me preocupo para que no aflojen, para que sigan estudiando y esto me enorgullece. Que te digan ‘Con docentes como usted me dan ganas de terminar el secundario’, para mí es espaldarazo”.
“Para la nafta no me da y a veces no coincido para ‘hacer una vaca’ con otros maestros, entonces me mando solo, voy unos kilómetros en bicicleta hasta la Ruta Nacional 136 y ahí espero. Pasa también que a veces estoy en algún pueblo, como el otro día en Urdinarraín, donde no pasaba un alma y esperé una hora y media para que alguien me levante. Es una incertidumbre saber cómo y cuándo voy a llegar a la escuela, o a mi casa. Y en esos momentos, mi cabeza no para de pensar, pero siempre tratando de ir para adelante”, detalló sobre sus largos viajes.
“El año pasado laburaba en 11 escuelas y una de ellas era en Zárate, a 200 kilómetros de mi casa en Gualeguaychú, pero no lo pude sostener físicamente. A mí me cuesta dejar las escuelas, me encariño mucho con los alumnos, con el aula, donde recobro energía...”, contó a Clarín.
El desafío de organizar su semana es una constante. Junto a su esposa Milagros, que también estudia para ser maestra jardinera y complementa los ingresos vendiendo bijouterie y comida casera, planifican cómo sobrevivir sin descuidar a su hijo. “Ella me banca en todo, es un ángel”, dijo con gratitud.
“Es que somos un tándem, todo es diagramado de a dos. El organigrama lo estamos pensando juntos, llevamos toda la economía del hogar de a dos y es ella la que busca alternativas, como pasó el fin de semana pasado, cuando vino a tocar a la ciudad la banda Don Osvaldo, que reúne mucha gente. El día anterior pudimos comprar hamburguesas, chorizos y pizzas y nos instalamos en un puesto cerquita del predio donde iban a actuar. Tenemos un permiso de venta ambulante y nos fue muy bien. Estuvimos nueve horas chupando frío, pero nos volvimos con los bolsillos contentos para pagar todas las deudas”, precisó.
El profe Tito sueña con un futuro mejor. “Por un lado pensamos con mi mujer un emprendimiento gastronómico, una iniciativa nuestra que nos permita estar más tiempo juntos, que tiene que ver con hacer tres o cuatro platos y distribuirlos. Por otro, me gustaría que el Profe Tito -habla en tercera persona- sea un faro para aquellos que están en ese limbo en el que no saben para dónde rumbear. Es importante sembrar y me pongo autorreferencial porque yo estoy al frente del aula, pero quisiera que los pibes y las pibas piensen: ‘Si él pudo salir adelante, ¿por qué yo no?’. Creo que es mi granito de arena para dejar un mundo mejor”, concluyó.