Martín Cacciavillani era apenas un adolescente cuando su mamá sentó, en Las Heras, las bases de una obra que comenzó tímidamente y que, con los años, tomó un rumbo tan enorme como impensado.
Se trata de la Fundación Carmela Fassi (el nombre es en homenaje a una tía de Martín) un espacio de capacitación destinado a jóvenes con discapacidades y en estado de vulnerabilidad que desde el 2000 fue sumando proyectos y hoy, además de su rol inicial de contención y dictado de talleres, distribuye platos de comida a nada menos que 1500 personas carenciadas.
Corrió mucha agua debajo del puente para que Martín tomara la posta del trabajo iniciado por Cristina Macello, su mamá. Un trabajo que, como él cuenta, le dio sentido a su vida y lo convirtió en un “pechador innato”.
De lunes a viernes, un total de 50 alumnos con discapacidad intelectual leve y moderada y en situación de pobreza concurren hasta las 16 a talleres de cocina, panificados y reciclado. Allí además reciben desayuno y almuerzo. Los sábados, en tanto, el lugar desarrolla el proyecto de cocina para distribuir a 1500 personas de los barrios aledaños. La agrupación se solventa únicamente con donaciones y pedidos y no tiene color político. “El hambre y la miseria se agudizaron en estos tiempos y no hay manos que alcancen”, reflexionó Martín, quien agradeció la labor de mucha gente que lo apoya pero que aún así sigue siendo insuficiente.
“Necesitamos personas que destinen un rato de su tiempo para trabajar ad honorem y no se trata solo de cocineros, sino gasistas, plomeros, electricistas, auxiliares y docentes”, enumeró. Si bien se desempeña un equipo docente rentado por el gobierno, el crecimiento de la estructura obliga a ampliar los servicios y la ayuda. “Pedimos a los interesados que se acerquen a visitarnos y comprobar lo que sucede en las villas y los basurales”, reclamó.
-¿Qué hizo la pandemia?
-Si bien ha dejado a la luz las imperfecciones del sistema y del ser humano, abrió un universo de posibilidades de seguir adelante y trabajar en comunidad.
-¿Es histórico este escenario de pobreza?
-Sí, el hambre no da tregua pero, insisto, la Providencia existe y también la gente solidaria. Este jueves (por hoy) iremos a cosechar zapallos a la finca de un vecino que los dona y mañana (por el viernes) a realizar una colecta. En definitiva, esto no es solo alimentar, sino brindar capacitación e inserción socio-laboral a nuestros chicos en situación de calle.
-¿Por qué esta obra?
-Por amor. Mi madre me lo inculcó y al principio tuve miedo porque las personas con dificultades no eran lo mío. Después se me abrió un mundo.
-¿Cómo empezaron?
-Con una casita prestada y algunos chicos especiales que concurrían a talleres de arte dictados por mi mamá y sus amigas maestras. Luego nos cedieron un terreno en comodato en el Parque Industrial de Las Heras y ahora estamos negociando la cesión total.
-¿Qué se siente al observar la tarea cumplida?
-Nunca terminamos de cumplirla, pero claro que al ver hoy los 800 metros cuadrados que hemos podido construir en 2014, es un orgullo. Dos años antes, a través de un convenio con el gobierno, creamos el Centro de Actividades Recreativas (CAE) N| 326 que nos posibilita, al menos, una pequeña estructura de docentes rentados para los 50 alumnos.
-¿Cómo fueron sumando ideas?
-A pulmón, entre todos. Reciclando alimentos, desechando donaciones que no servían iniciamos un proyecto agroecológico y así nos volcamos en el cuidado del medio ambiente. Tenemos huerta orgánica, invernadero y gallinero. En el interior, dos baños con duchas, calefones solares, aulas, galpón para una futura carpintería y metalurgia; habitación para sereno, cocina y hasta oficina.
-¿Cuál es el próximo sueño a cumplir?
-Llevar un módulo y transformarlo en habitación para los voluntarios. Yo también me mudaré allí. Nada mejor que estar presente porque de lo contrario nada se logra. Las donaciones, las dádivas, se reciben y se procesan allí. A veces me siento molesto, me la paso pidiendo y pidiendo pero no me arrepiento porque entendí que es de la única manera que se logran las cosas.
-¿Qué se le enseña a los operarios discapacitados?
-La cultura del trabajo. Acá nadie regala nada. Trabajan y comen lo que elaboramos con nuestras propias manos a través del descarte de las ferias, la comida que se desecha o los restos.
-¿Cuál es el lema de esta obra?
- “Aquí sembramos sueños y los hacemos florecer”. Es tan real que lo tengo tatuado. Además, trabajar con amor sin mezclar jamás política ni religión. Ojo, el amor también es golpear puertas y ser pedigüeño, pechador. Es mi principal talento y no me avergüenzo.
-¿Hasta donde seguirá con esta misión?
-Hasta que sea el fin, el momento de partir.