Vivir en Argentina no es muy barato. Y, a juzgar por los números, tampoco lo es morirse ya que el precio promedio de un servicio fúnebre en Mendoza, de acuerdo a las consultas en distintas cocherías del Gran Mendoza, promedia entre 1,5 y 1,8 millones de pesos.
Este monto incluye el ataúd, la sala y los traslados, tanto a la sala velatoria como al cementerio, y en caso de que haya inhumación. En caso de que los familiares del difunto se inclinen por la cremación, el costo no varía significativamente.
“Lo que cambia en definitiva es el destino final, ya que en lugar de ir al cementerio, se creman los restos. Pero el servicio es el mismo”, indica uno de los empresarios mendocinos nucleados en la Asociación Cuyana de Empresas Fúnebres (ACEF).
Como todo en la vida, siempre es posible encontrar opciones más económicas. No obstante, y según advierten los empresarios nucleados en ACEF, es difícil que cualquier alternativa por debajo del millón de pesos (como muy baja) sea “digna”.
En esa cuenta final se incluyen los salarios y cargas de los trabajadores para que estén con disponibilidad horaria plena, ya que la muerte no suele anunciarse previamente, el ataúd, el mantenimiento de los espacios, la cremación (en caso de que sea el deseo final) y otros tantos detalles imprescindibles.
Este monto sólo contempla el servicio posterior al deceso y el traslado hacia el destino final, ya sea inhumación o cremación. Luego, por ejemplo, hay que sumarle el valor de parcela y mantenimiento en el cementerio.
Por ejemplo, en el cementerio de la Ciudad de Mendoza, uno de los más importantes del Gran Mendoza, el valor por dos años de inhumación en nicho tiene un valor de 93.895 pesos, que se paga una sola vez por los 730 días. A eso hay que agregarles 10.000 pesos anuales por los derechos de cementerio, que incluyen luz y otros servicios.
Ahora, en caso de que exista un mausoleo, según indicó el director del cementerio de Mendoza, José Curia, la renovación del derecho de inhumación se hace cada 10 o 20 años. Aquí, la concesión por 20 años de un mausoleo de segundo o tercer nivel tiene un valor de 500.000 pesos.
LA MUERTE NO SABE DE CRISIS
Sin importar el contexto económico o social del país, el rubro de los servicios fúnebres siempre tienen actividad. Por el simple hecho de que la gente no deja de morirse. Y, con más o menos esfuerzo, los seres queridos se esfuerzan por el emotivo y digno último adiós.
“Una gran amiga falleció el año pasado. Y la familia estaba en una situación por demás complicada. Con suerte tenía para comer en el día a día. Entonces, vía Mercado Pago, hicimos una colecta en las redes sociales y con la gente del barrio. Y eso ayudó a que pudiéramos costear un servicio básico para poder despedirla”, explica Macarena, quien vive en Las Heras. Sin embargo, por respeto a su amiga y a su familia, prefiere no dar el nombre de la joven.
“Tenés servicios de hasta 10 millones de pesos. Todo eso depende del tipo de ataúd, de si se ofrece el servicio de capilla y de sala VIP para el velorio. Por eso es que es muy difícil hablar de un precio unificado”, resume a su turno, otro de los empresarios propietarios de una casa de velatorios de Mendoza. Para esta nota prefirieron ser identificados como integrantes de ACEF por sobre sus nombres y firmas particulares.
De hecho, algunas empresas ofrecen seguros de sepelio, otra tendencia que ha crecido en los últimos años. De la misma manera en que cualquier persona paga el seguro del auto o la obra social, esta cobertura –que parte desde los 6.000 pesos mensuales- permite tener una cobertura para el mencionado último adiós.
Resulta un aliciente para no tener que costear de una sola vez y en el acto los gastos del servicio en el momento en que llega la triste hora.
LO QUE LA PANDEMIA NOS DEJÓ: VELORIOS CORTOS Y PROGRAMADOS
En el momento más crítico de la pandemia, y al igual que otras tantas actividades, se restringieron los velorios. Y la gente que murió en ese período fue inhumada sin servicio fúnebre, simplemente sus cuerpos fueron derivados al destino final dispuesto.
Luego, en la medida en que se fueron habilitando actividades, se autorizaron velorios de dos y tres horas de duración. Ya no se extendían durante las 8 horas que, tradicionalmente, se hacía. Y, según resaltan los responsables de las casas funerarias de Mendoza, esa costumbre se instaló en la gente.
“No tiene que ver con una diferencia en el precio, ya que el costo es el mismo, puesto que los servicios son los mismos. Pero la gente se acostumbró a que sean breves, incluso por un cuestión de comodidad”, agregan los referentes consultados.
Lo mismo ocurrió con la costumbre de los “servicios programados”. También post pandemia, la gente se acostumbró a tomarse un tiempo para planificar bien todo antes de disponer el traslado de los restos de su ser querido a la casa velatoria.
“Más allá de si es corto o largo, mucha gente se da cuenta de la importancia del servicio para el último adiós. Porque es parte del duelo. Hay gente que, en la vorágine, decide la inhumación sin velorio. Y después, con el paso de los días, caen en la cuenta de que no hicieron el duelo”, detallan los responsables de las casas funerarias mendocinas.
MÁS CREMACIONES Y SIN REGULACIÓN SOBRE LAS CENIZAS
Desde antes de la pandemia, y como parte de una tendencia cada vez más en boga, las cremaciones han ido tomando un mayor protagonismo. A la larga, y como resumen los empresarios del rubro, tiene más que ver con las creencias de las personas.
“La cremación ya se ha establecido como el medio de inhumación más elegido por la gente. Y en el cementerio de Mendoza se observa que hay menos inhumaciones que otros años”, destaca el director de la necrópolis municipal.
Julio y agosto son, estadística y tradicionalmente hablando, los meses con mayor cantidad de muertes. De allí la frase “julio los prepara y agosto se los lleva”. Y, en lo que va de julio de 2024, en el cementerio de la Ciudad de Mendoza se contabilizan 20 inhumaciones.
“Es bajo en comparación a otros años. Generalmente, antes de la tendencia de cremaciones, podíamos tener casi 40 inhumaciones mensuales, y en julio y agosto había entre tres o cuatro servicios por día”, resume Curia.
Para el director del cementerio citadino, la costumbre de la cremación puede estar vinculada, entre otras cosas, a no cargar de gastos y responsabilidades a los herederos, a diferencia de lo que ocurre con el mantenimiento de un nicho, mausoleo o bóveda.
Respecto al destino final de las cenizas, y ante la simbólica costumbre de esparcirlas en sitios puntuales y espacios al aire libre, lo cierto es que no existe una reglamentación que lo prohíba, independientemente de lo que el credo católico pueda aprobar o no –no lo aprueba, de hecho-.
Entonces, lo que no está prohibido -y por una cuestión lógica-, está permitido.
“Va a llegar un momento de regularizar el tema de las cenizas, ya que no hay una norma que lo prohíba. En España, por ejemplo, sí existe la prohibición y hasta se considera un delito al medio ambiente. Y para hacerlo en lugares públicos o el mar, necesitás la autorización especial de autoridad”, explica José Curia.
Incluso, tampoco hay restricciones para trasladar la urna con los restos a cualquier punto del país. Simplemente hay que llevar el acta de defunción y el contrato firmado con la empresa para certificar que la cremación fue regular.
Claro que no todos los familiares que creman los restos de sus seres queridos optan por esparcir las cenizas. Hay quienes los llevan a los cementerios –estos establecimientos cuentan con cenizarios- o, incluso, a iglesias que cuentan con sitios especiales para estos objetos.
En el cementerio de la Ciudad de Mendoza hay espacios dispuestos para depositar las cenizas. El servicio tiene un costo de 35.000 años por 10 años.
Las propias empresas de servicios funerarios ofrecen una alternativa distinta para las cenizas. Una vez cremados los restos, las depositan en urnas biodegradables junto a la semilla de un árbol.
“Se le entrega a la gente, si lo desea, para que entierren la urna y la semilla germine para que crezca un árbol. Es un tema simbólico, ya que representa que la muerte (la de la persona) marca el inicio de una nueva vida (la del árbol)”, concluye uno de los empresarios consultados por Los Andes.