Por un lado, una madre que pasó 48 años buscando a su hija y casi se dio por vencida tras caer en una depresión mientras que por el otro, una mujer buscando a su mamá biológica, porque nunca acepto ser parte de su familia adoptiva. Una historia triste y llena de injusticias, pero que tuvo su final feliz.
Dévora se quedó embarazada a los 13, fue madre de Ana Paula por parto natural, pero no pudo ni verla ni tocarla. Y a pesar de que si quería ser mamá, la bebé nació y le fue cruelmente arrebatada y vendida a una familia. Luego le hicieron creer que había parido a un varón y no le brindaron ni los datos de la familia que “lo” criaría.
“Los hijos siempre buscan a sus madres. Las mamás a veces sentimos vergüenza, miedo al rechazo, a no ser comprendidas, a ser juzgadas. Por eso, por más que nos sentimos morir por dentro, muchas veces no comenzamos la búsqueda”, contó Dévora, en una nota exclusiva que brindó junto a Ana Paula a TN.
El encuentro entre ambas mujeres se dio hace menos de un año, en plena pandemia, pero justo a tiempo, porque Dévora, que actualmente tiene 62 años, estaba sumergida en una depresión en la que se le juntaban la sensación de culpa y el dolor por no verla crecer sumado a haberse perdido sus cumpleaños y las celebraciones familiares, durante los últimos 48 años.
Pero fue entonces que el amor de Ana Paula llegó justo a tiempo, antes de que tanta angustia la terminara de derrumbar: “Yo siempre dije que mi alma no estaba entera, y creo que cuando escuché ese `hola mamá', fue como que ya no quería morir. Quería seguir viva, no quería que me pasara nada. Quería verla y abrazarla”, detalló la mujer.
Debido a la pandemia, previo a encontrarse, a pesar de que ambas viven en Buenos Aires, estuvieron durante un mes hablando por videollamada hasta que finalmente se pudieron abrazar: “No dormíamos. Yo decía: ‘A ver si desaparece’. Es un sueño del que no quería despertarme. Creo que hasta ahora, no me quiero despertar porque me parece que va a desaparecer”, agregó la mamá.
Por su parte, Ana Paula, contó que cuando abrazó por primera vez a su madre biológica el 18 de septiembre de 2020 sintió que había llegado a su hogar: “La había buscado tanto, que nunca me había podido imaginar cómo iba a ser. Obviamente que no la quería soltar, y después, abrazar a papá, fue sentir finalmente que tenía uno”.
Era “un varón”
Dévora contó detalles de aquella pesadilla que duró casi medio siglo: “Tenía 13 años cuando quedo embarazada y mi mamá se da cuenta. Con el papá de mis hijos quisimos escaparnos pero a mí me llevaron por la fuerza a la casa de la partera y me tuvieron dos meses encerrada hasta que nació mi bebé”.
Y continúa: “Lo tengo, me dicen que es un varón y obviamente que no lo quería soltar. Para esto, me venían diciendo que para mí era lo mejor. Que era chica, que tenía que estudiar, que tenía que rehacer mi vida”.
De ese día en que las separaron Dévora solo recuerda: “Me agarraron de un brazo y me dijeron ‘subí, subí a la camioneta’. Me sacaron a mi bebé y vi cómo una señora vestida con un delantal se llevaba a mi hija. Esa imagen la tengo grabada. Ahí empezó todo mi infierno, porque no hubo un solo día que en que no haya pensado en ella”.
La búsqueda de Ana Paula
Ana Paula explicó que a ella siempre hubo algo en su interior que la impulsaba a buscar a su mamá biológica: “Me impulsó desde pequeña a buscar a mi mamá, a sentir que no pertenecía a mi familia de crianza”.
Ana Paula tenía la certeza de que su mamá estaba en algún lugar: “Era pequeña y soñaba que a los pies de la cama estaba ella. Era jovencita. Sin embargo, mi madre de crianza era una mujer grande. Hay mucho que yo no puedo explicar desde la razón, y mucho que puedo entender desde el corazón”, sostiene la mujer de 49 años.
Por eso, a escondidas durante la hora de la siesta ella revisaba los papeles, buscando algún indicio de que no pertenecía allí. A los 25 años no aguantó más y viajó a La Plata, a la casa de una tía de crianza: “Ella estaba pelando papas en la cocina, de espaldas a mí y yo le dije ‘viste que al final me dijeron la verdad, que soy adoptada’. Cuando se dio vuelta, vio en mi cara que era ella quien me estaba confirmando mis sospechas”.
En la casa, también estaba el hijo de ella, que había sido adoptado legalmente. “Por fin te enteraste”, le dijo.
Allí comenzó la búsqueda, junto a su primo que acompañó a Ana Paula a la casa de la partera. Fue recolectando pistas y tiempo después supo que fue su abuela materna quien la había entregado y que fue la partera quien decidió que la vendieran. “Yo fui comprada. Al llegar, la partera estaba en la puerta. Me dijo que había nacido allí y no quiso darme más información. Yo sentí que ese era el lugar en el que tal vez iba a estar más cerca de mi mamá”.
Luego se enfrentó con la mujer que la crió y la obligó a que le dijera la verdad. Ya sin excusas ni forma de sostener la versión con la que la habían engañado toda su vida, confirmó que no eran sus padres: “Desde ese momento golpeé puertas en la secretaría de Derechos Humanos, fui a Abuelas, escribí a programas como Gente que busca Gente, pero sabía que era buscar una aguja en un pajar”.
“Fueron 24 años en los que no me di por vencida. Nunca dejé de buscar a mi mamá. Hace 10 años, empecé a usar las redes sociales para mandar mensajes a ver si obtenía respuesta. Para mi cumpleaños subía un video contando mi historia”, resumió.
El posteo del encuentro y el ADN
El 27 de abril de 2019, Ana Paula escribió: “Hoy como muchas veces te pienso mamá. Pero no me pregunto qué pasó exactamente ese fin de octubre o principio de noviembre de 1972. Quiero encontrarte, miro el cielo y sé que estás”. El texto es extenso y al final, compartió las fotos en las que su prima, creyó ver a una de las hermanas.
Ya en contacto con su hermana decidieron hacerse un estudio de ADN que estuvo listo el 19 de agosto de 2020. El análisis le dio una coincidencia del 99,9 por ciento por parte de madre y padre. El día que conocieron la noticia, decidieron hacer una videollamada.
48 años de esperanzas y el abrazo más esperado
Al momento de la llamada, Ana Paula recuerda que estaba junto a su esposo y que cuando atendieron, ella vio la cara de su madre y lo primero que le salió fue decirle “mamá”: “Mi papá lloraba y ella me decía ‘mi amor’”.
Al tiempo llegó el primer abrazo: “Por el tema de los permisos y la logística para viajar se demoró un mes. En realidad, fueron tantas cosas que me pasaron también internamente al saber que iba a finalmente verlos que creo que eso también necesitó de un tiempo para procesar las emociones”.
“Cuando finalmente abracé a mi mamá después de 48 años me di cuenta, al escuchar su corazón con el que había estado en contacto durante los nueve meses de la gestación, de que no necesitaba ningún ADN. Era ahí donde siempre debía haber estado. Lo mismo me pasó al escuchar la voz de mi papá”.
La lucha por su identidad
Más allá de la felicidad por haber encontrado a su familia biológica, para Ana Paula la lucha aún no termina. Legalmente, en los papeles, sigue siendo Marcela Elías, el nombre le pusieron cuando la compraron. “Uno firma con un nombre, que nos acompaña en todo lo que hacemos, que nos identifica y yo necesito recuperar mi identidad de origen, mi nombre”, cuenta a TN.com.ar.
Desde que se enteró de quien era, cuál era su verdadera familia, busca incansablemente a un abogado que la ayude para que su historia siente un precedente: “Lo mío no es un cambio de identidad, es un restablecimiento de nombre de origen, con el que siempre tendría que haberme llamado, Ana Paula Tolosa Safigueroa”.
En ese camino hacia el reconocimiento de su verdadera identidad, Ana Paula reclama que para poder ser llamada con el nombre original que le pusieron sus padres de 13 años, debe renunciar a todos los bienes de Marcela Elías: “Uno de los grandes problemas es que pese a que Marcela Elías es una identidad falsa, vivió 48 años e hizo mucho”.
Ana Paula explica que con ese nombre se recibió de profesora de Lengua y Literatura. “Me casé, anoté a mis hijas y además tengo propiedades con ese nombre. Es totalmente injusto cómo funciona el sistema”, cerró.