En una bodega lúgubre y abandonada que en sus mejores épocas le dio vida a La Dormida, pequeña población del departamento Santa Rosa, tres familias sin hogar pasan sus días en condiciones de extrema pobreza.
Seis niños, tres mujeres y un hombre viven entre paredes húmedas y descascaradas y el peligro que representan los cables sueltos y el piso parquet repleto de huecos.
Imágenes desoladoras de un lugar que supo brillar a la vera de la ruta provincial 50 y del que hoy solo quedan vestigios.
La vieja Bodega Salvarredi alguna vez fue una de las empresas fuertes del lugar junto con otras firmas dedicadas a la elaboración de frutas de carozo como durazno, ciruela o damasco, principales producciones de la localidad situada a 1 km de la Ruta Nacional 7 y que limita al oeste con Las Catitas y al este con La Paz.
Rosa Domínguez tenía 17 cuando nació su primera hija, Celeste, que hoy tiene 7. Poco después llegó Juan Bautista, que sufre epilepsia.
Hace un año, en plena cuarentena, cuando anduvo peregrinando y ya no tuvo a quién recurrir, no le quedó más que instalarse en el único resguardo que halló: la pileta de la vieja bodega, de seis metros de largo por dos de ancho.
Sí, en el mismo lugar donde en las viejas épocas se almacenaba el vino, allí duermen, comen, juegan. Sin baño, solo un pozo y un balde que cumple varias funciones.
Rosa vive de lo que obtiene por la Asignación Universal por Hijo y la tarjeta alimentaria, que en total suman 11 mil pesos.
Ella representa, en definitiva, una fiel exponente del triste porcentaje de mendocinos pobres que alcanza el 36,7% de la población y que afecta con más crudeza a niños y mujeres.
Rosa necesita trabajo y un hogar para poder afrontar lo que necesita: garrafa, alimentos, ropa. Pero al mismo tiempo, según ella misma cuenta, es consciente de lo devastadora que resultó la cuarentena en términos económicos y de progreso.
“Ya empezó el frío y a la noche se siente”, señala, cuando se la consulta sobre sus días en este lugar. Agrega que compró una cama –”ya no dormimos todos juntos”, aclara— y que gracias a una cocina que alguien le acercó, se arregla mucho mejor a la hora de elaborar el alimento. Resignada, remata: “Mi vida y mi infancia fueron siempre difíciles, por eso deseo un futuro mejor para mis hijos”.
En el sótano
A escasos metros de esa vieja pileta, Graciela Milano, su marido y dos de sus siete hijos ocupan un sótano oscuro y peligroso. Un viejo mueble y una heladera desvencijada dividen los minúsculos ambientes plagados de humedad y goteras. “Y pulgas en verano”, agrega, su hermana, madre soltera, también optó por instalarse en el mismo lugar cuando su situación familiar se complicó. “¿Dónde vamos a ir?”, se pregunta Graciela, mientras cuenta que si bien las condiciones son “inhumanas” (ella tampoco tiene baño y se higienizan en un fuentón), aún no les ha llegado la ayuda que tanto necesitan y que vienen pidiendo desde hace meses. Y reclama: “en una época alquilaba, pero me desalojaron. Somos gente de bien que quedó afuera de toda vida digna. Necesitamos ayuda”.
Cómo colaborar.
Quienes deseen ayudar a estas familias pueden comunicarse al 2634368208