El ferrocarril llegó a Mendoza en 1885. El 7 de abril de ese año se inauguró oficialmente la línea desde Buenos Aires a nuestra provincia, bajo la denominación Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico. La obra se ejecutó, en buena parte, bajo la presidencia de Julio A. Roca y, en el ámbito provincial, en la gobernación de Rufino Ortega.
Durante años, este medio de transporte fue el más importante para el desplazamiento de personas y, también, de cargas. Las rutas, en las primeras décadas del siglo XX, eran escasas y precarias, en una geografía nacional de notable extensión y variada topografía. Por ello, el transporte por automotor no podía aún desarrollarse plenamente en esas condiciones.
El tren, a diferencia de la competencia, permitía ofrecer servicios rápidos, cómodos y seguros con una red que, por su longitud, más de 47.000 km, llegó a ser una de las más importantes a nivel mundial.
A partir de los años 30 comenzó una competencia cada vez más intensa entre los servicios ferroviarios y el transporte por automotor. Ómnibus y camiones comenzaron a transitar toda la geografía del país. “Esa competencia entre diferentes medios de transporte, en lugar de una sensata complementación de servicios, produjo una larga decadencia. Finalmente, ocurrió lo peor: se extinguió la mayor parte de los servicios ferroviarios en todo el país”, apuntó Roberto Tomasiello, especialista en Transporte.
Si recordamos las épocas de apogeo del tren, viajar en ellos ¡era un placer! La amplitud, refinamiento y comodidad de sus coches, hizo del tren el medio de transporte preferido por los pasajeros hasta los años setenta y ochenta. La calidad de los servicios ferroviarios, equipados con coche-comedor, lujosos camarotes y toilette, marcaban la clara preferencia de los usuarios.
En nuestra provincia, la red de servicios de trenes conurbanos, de media y larga distancia, alcanzó una extensión significativa en las primeras décadas del siglo XX. El coche-motor Ganz que hasta inicios de los setenta vinculó San Rafael con Mendoza, a través de Monte Comán y Las Catitas, permitió a los habitantes sureños un rápido y eficaz modo de transporte.
Una usuaria de esa prestación fue la escritora Adela Álvarez, residente en Bowen, siendo muy jovencita. “¡Qué tiempos los del coche motor! Recuerdo las cinco o seis horas de viaje de General Alvear a la Ciudad de Mendoza. Primero, el paisaje desierto, luego viñedos y los picos nevados. De pronto, todo parecía mágico y ya no importaba el finísimo polvo que se acumulaba en el rostro y los cabellos”.
También cobraron relevancia, hasta la década del 40, las formaciones de pasajeros a Luján de Cuyo y Maipú. En el primero de los departamentos incluso el servicio se repuso en 1974, pero sólo por nueve meses. Los hermanos Roberto y Héctor Guarici, que eran adolescentes entonces, iban más de una vez por día a la ciudad y regresaban “por el gusto de tener la experiencia”.
Pero, desafortunadamente la caída del ferrocarril no tuvo vuelta atrás, fue sólo un viaje de ida y se dio, como muchas cosas, de modo lento pero inexorable. El declive ferroviario se produjo a comienzos de los 90, con la política implementada por Menem-Cavallo, que determinó la suspensión de todos los servicios de mediano y largo recorrido en las seis líneas troncales de la empresa Ferrocarriles Argentinos. Mendoza y San Juan, que contaban con trenes de pasajeros a través del San Martín, quedaron incluidas en esa decisión, con una alta pérdida de fuentes de trabajo y el derrumbe en la actividad económica en distritos importantes, como Palmira, Justo Daract, Villa Mercedes y otros sitios. En el sur, Monte Comán (punto que concentraba las formaciones petroleras para la distribución nacional).
Para todos los bolsillos
Viajar en tren a Buenos Aires en el pasado era una aventura placentera. La disponibilidad de servicios era variada. Estaban los trenes sociales, más baratos, como el tradicional El Zonda, El Sanjuanino y El Aconcagua, este último con mejores prestaciones. Se componían de locomotora, furgón de encomiendas, el de correos, primera y segunda clase. No había pullman. Luego venían dos coches de la primera y segunda clase y se completaba con un vagón de clase Turista y el comedor. Era un servicio más lento, paraba en muchas estaciones. “Inclusive –cuenta Roberto Bocanegra (59, ex maquinista)- dejaba en algunas paradas paquetes con mercadería, hasta verdura y carne fresca”.
El convoy de lujo era El Libertador, armado con coches pullman y dormitorio, y un coche comedor, otro para bar e inclusive una o dos chatas “automovileras”, donde algunas familias llevaban sus autos para las vacaciones en el mar. Todos los trenes llegaban a San Juan, pero las formaciones se armaban en Mendoza. El Libertador tardaba unas 12 horas y 45 minutos a Buenos Aires, y el Aconcagua invertía 16 horas, como mínimo.
Las travesías ferroviarias de viajes tuvieron miles de participantes. Familias enteras vivieron esos viajes de ensueño. “Viajar a Mendoza en tren era un placer inmenso. El trajín del movimiento era un arrullo enrielado. A la mañana, amaneciendo, se observaban las primeras estribaciones cordilleranas, que te iban abrazando con esa calidez cuyana. Se lamentaba, el fin de ese gozo”. Así recordaba sus viajes a Mendoza Juan Carlos Cena, quien trabajó 44 años en el ferrocarril, tras ingresar a los 12 años como aprendiz calderero, en las locomotoras de vapor. Es autor del libro Ferrocidio.
Similar sentimiento experimenta Julio César Del Monte (63), hijo de ferroviario, al recordar la utilización de El Libertador. “Corría dos veces por semana y, en época de verano, se habilitaba una frecuencia a Mar del Plata. El promedio de marcha era de 100 km/h. Además, la formación no paraba, sólo lo hacía en estaciones muy importantes. En el tren, después de la locomotora, venían el furgón de encomiendas y correos, el del equipaje y los coches pullman (con aire acondicionado). Los tapizados eran azules, alfombras en el piso, los vidrios sellados, en cada vagón se ubicaba un azafato o azafata que recibía al pasajero. En el coche comedor, una belleza, se servían desayunos, almuerzos, la ‘media tarde’ y cenas. Al coche comedor le seguía un bar, con sillones y mesas, para tomar un trago o un refrigerio ligero. Otras atracciones la constituían el coche cine, con alfombras en el piso y un sonido extraordinario, y los coches dormitorios. Se avisaba las horas de los desayunos y las comidas para evitar desplazamientos innecesarios. El desplazamiento de la formación resultaba sereno porque tenía una amortiguación especial. Los coches de El Libertador tuvieron un uso posterior, pero finalmente terminaron arrumbados”.
Al ex maquinista Bocanegra le tocó conducir diversas formaciones, especialmente El Libertador. “Nuestro trabajo –dice el ya retirado conductor- acumulaba adrenalina. Es una cosa seria manejar una masa de 700 toneladas (peso total del convoy) a 100 o 120 km/h, velocidad que nos entregaban las máquinas General Motors GT2 CW, de 2.400 Hp de potencia. Había que estar muy concentrado. El riesgo, claro, eran los pasos a nivel. Una vez tuvimos que detener el tren con mucho esfuerzo en un cruce ferroviario en La Paz, donde se había parado un camión con combustible”.
En montaña, encontramos a Roque Reynoso (81, Puente del Inca), un ex integrante del FCC Belgrano y su típica vía de trocha angosta. Trabajó en esas latitudes entre 1970 y 1992, atendiendo al Trasandino (que movilizaba coches motor Diésel Ganz Mavag), que hacía el recorrido con viajeros entre la Ciudad de Mendoza y Los Andes (Chile). “Esos viajes –comenta Roque- eran de los mejores, a 50 km/h se apreciaba el paisaje de una forma magnífica. Lo nuestro, consistía en mantener en buen estado los rieles, con pico y pala, y mucho frío”.
La última travesía
El miércoles 10 de marzo de 1993, a las 17.06 se oyó el último silbato de un tren partiendo de la Estación Mendoza del Ferrocarril General San Martín. Fue una formación de El Cuyano (N° 512), la que tuvo el honor de despedirse… ¿para siempre? Ese día histórico en el sentimiento de los mendocinos, también fue de luto para muchos trabajadores. Marcó el fin de un sistema de transporte que permitió el progreso de una nación y la unión de sus habitantes, más allá de las distancias (ver: “Partió El Cuyano a Retiro, pero no se sabe si volverá”, 11/3/1993, Los Andes). Héctor Antinori (84), ex tornero del sector y un luchador por la vuelta del tren, estuvo allí, y comparó la sensación que tuvo con la asistencia a un velorio.
Buena noticia: reabre el Museo Ferroviario
En la primera semana de septiembre reabrirá sus puertas el Museo Ferroviario, emplazado en el Parque Benegas. Se trata de un proyecto armado, en 2015, entre la Asociación Ferroclub Trasandino (AFCT) y el municipio de Godoy Cruz. Se determinará el horario.
El presidente de AFCT, Rubén Lepez, comentó que el sitio presentará nuevos objetos, que se añadirán a los tradicionales que ya poseía, entre otros la recreación de un sistema de ferroviario de ocho metros de largo por tres de ancho, que implica más de 90 m lineales de vías. Asimismo, hay un guion sobre la historia del ferrocarril.