Si de historias urbanas se trata, no quedan dudas que los que más las atesoran son los taxistas. Con incontables kilómetros recorridos a lo largo de sus vidas al frente de los característicos autos negros y amarillos por las calles mendocinas, con horas y horas en contacto con cientos de pasajeros, las anécdotas nunca faltan en una charla con ellos.
Muchos serán los pasajeros que pueden contar sus experiencias con estos “personajes”, que no sólo cumplen un servicio de transporte. Al escuchar a los “tacheros” fácilmente uno puede imaginar cómo un auto se puede transformar en diferentes escenarios.
Casi apelando a un juramento o secreto profesional, muchos taxistas eligen guardarse las mejores historias como un acto de fidelidad absoluta con sus pasajeros, su compañía diaria y la razón de su trabajo. “No es de malo pero la verdad es que hay historias que prefiero guardarlas para mí. Por respeto a los pasajeros, además”, admite Héctor Ruíz, taxista hace 48 años.
La postura de los demás choferes no será muy diferente. “Si tendremos historias... Pero no sé si como la de Arjona”, bromea sin dar su nombre uno de los choferes que forma fila en la esquina de Sarmiento y 25 de Mayo, de Ciudad, sobre la famosa canción “Historia de taxi” que versa sobre amores e infidelidades.
Un punto en común se percibe en las charlas; una barrera que sortear para luego entrar en los recuerdos más agradables. Y es que la inseguridad es un fantasma que los persigue día a día. “La situación de inseguridad ha sido de toda la vida. Hubo períodos donde quizás paró un poco, pero nosotros somos moneda corriente todo el tiempo. Manejamos dinero y piensan que llevamos millonadas en el auto”, describe Roberto Milesi, quien ya lleva 30 años como taxista tras empezar muy joven luego de que su padre falleciera, su madre lo emancipara y lograra sacar luego el carnet profesional.
“En el auto generalmente tenemos momentos agradables con los pasajeros”, agrega Daniel, taxista desde hace 15 años. “Antes era canillita y me saqué el carnet. Pasé de ser el Rafa a Rolando Rivas. Está bueno para el título eso”, sugiere entre risas.
Psicólogos y confesores del volante
“Ser taxista significa muchas cosas”, define Roberto. “Conocés a mucha gente que el día de mañana te puede ayudar. Pasás tristezas, alegrías, de todo. Sos ambulancia. Un día me dieron un viaje y me avisaron que era porque un bebé de seis meses se había caído de la cama y se había golpeado la cabeza. No sé cómo hice para pasar de Godoy Cruz a Guaymallén y llegar al Notti tan rápido. Bajé corriendo con la criatura en los brazos, la recibió un médico, la revisó y le dijo a la mamá que el bebé estaba bien”, rememora el “tachero”.
Daniel y Roberto también recuerdan la vez que se convirtieron en conductores de “ambulancia” al trasladar a mujeres embarazadas a punto de dar a luz. “Ni bien terminaron de bajar a la mujer del auto, al ingresar a la guardia tuvo al bebé”, cuenta Milesi. “Prácticamente no dio a luz adentro del auto de suerte”, recuerda su experiencia Daniel.
“También tenés experiencias en la noche, por ejemplo, que te dan risa porque son cosas que ‘nunca pasan’. Por ejemplo, una pasajera en un viaje se olvidó la ropa interior”, continúa risueño.
“Arriba del taxi somos consejeros, somos un cura, se confiesan todos. Desde el que tiene problemas con la esposa, al que se sube y dice: ‘Por favor, seguí ese auto’. Y todo queda ahí. Nosotros escuchamos los problemas de todos. Hay muchas personas que necesitan hablar y desahogarse. Falta contención social”, compare Sergio, que hace 23 años es taxista.
Muchos coinciden en que es necesario transmitir una chispa positiva para poder levantar el autoestima de los pasajeros que les confían sus historias más íntimas. “Muchos te preguntan: ‘Si vos fueras yo, ¿qué harías?’ Y te ponen en un compromiso. He tenido que decir: ‘No te puedo dar un consejo porque quizás meto la pata’, admite Sergio.
“Hay pasajeros que se suben en la mañana y te saludan amablemente y hay otros que sólo te dicen: ‘Llévame a tal lugar’ y listo. Tenés que amoldarte a eso, no podes estar peleándote con el pasajero ni con los que te insultan en la calle. Que nos puteen para nosotros es un piropo. Te lo tenés que tomar así, si no te pasás todos los días peleando”, aconseja Raúl.
“No le ponga Raúl en la nota, él es el Hormiga”, grita desde otro taxi un compañero en una muestra del cariño y la cotidianeidad compartida.
“Yo empecé en el año 93. He trabajado de noche, ahora trabajo de día y hay cosas que ves de noche que no las ves de día”, comparte “Hormiga”. Uno de los momentos que más lo emocionan lo vivió cuando reinaba la luna. “Fue al ver un pibe en la calle Montevideo tapado con diarios, durmiendo ahí, y se me cruzó por la cabeza la imagen de mis hijos durmiendo en mi casa, tapados, calefaccionados y me quedé muy mal”, recuerda.
“La calle me enseñó mucho. A ser más amable, tal vez. A ser mejor persona, que nunca terminás de serlo, como nunca terminás de aprender. En la calle siempre alguien te enseña algo más”, reflexiona.
Uno de los consejos que sí se animó a dar Hormiga fue a un hombre que salió muy amargado del casino tras haber perdido los $20.000 que había ganado. “Cuando te pase algo así hermano, agarrá los veinte mil, tomate el taxi a tu casa; te espero, dejas la plata, te traes sólo mil pesos y si querés seguir timbeando te vuelvo a llevar al casino. Pero vos ya tenés el resto guardado en tu casa. Me contestó: ‘Nunca lo había pensado”, acota.
“Hay cosas que sólo las saben los taxistas”, sentencian. Y es que son muchas las conversaciones que escuchan, las personas famosas y los políticos que pasan por esos asientos, según confesaron. Quedará la intriga a todos los demás. Lo cierto es que son ellos los que conocen los movimientos en las calles y hasta las “oscuridades” que ocurren a la vista de todos aunque no siempre se ven.