Leucemia Mieloblástica Aguda. El diagnóstico resonó en la cabeza de Natalia Quiroga el 27 de enero último y el mundo se le vino encima. Tania, su nena, su única hija de 11 años, sufría un tipo de cáncer en la sangre. Una leucemia muy poco frecuente.
Al menos eso alcanzó a escuchar entre el llanto y la desesperación ¿Cómo podían hablarle de leucemia, cuando sólo presentaba temperatura elevada?, ¿Cómo explicar esta pesadilla si en Las Pintadas, su pueblo de Tunuyán, los especialistas descartaban algo grave?
En una sala aislada del Hospital de Niños Dr. Humberto Notti y luego de peregrinar entre varios consultorios y especialistas,empezaban a vivir una pesadilla. Lejos estaba en sus pronósticos la enfermedad y, menos aún, el Covid-19.
Ni cerca de imaginarse que en la Casa Ronald Mc Donald, en el predio del propio sanatorio, ella y su hija iban a transcurrir largos meses de aislamiento obligatorio y a lograr vínculos inimaginables.
Llora cuando revive aquellos días de incertidumbre que sólo se vieron atenuados, en parte, gracias al amor y la contención que recibió en esa institución situada a metros del hospital y que brinda apoyo a familias con hijos en tratamientos prolongados por cáncer, trasplantes u otras patologías de alta complejidad.
A seis meses de aquella mañana en que la vida de Tania y de sus padres dio un giro inesperado, Natalia vuelca toda su esperanza en un milagro, especialmente en el trasplante de médula ósea que necesita su hija.
Pero tanto Gabriel, su papá, que trabaja en el campo, como Natalia, son incompatibles con Tania, por lo que las posibilidades --con ellos-- están descartadas y deben esperar otra oportunidad, otro donante. “La enfermedad no ha remitido como esperábamos. Pero Dios es grande y los milagros existen”, señala la mamá.
“Tania es la nena más valiente y guerrera que conozco. Sabe lo que padece porque se lo hemos contado paso a paso y jamás se dio por vencida”, la define y agrega: ”Pelea de la mano de Dios con toda la fe del mundo y nos enseñó muchísimo. Por ejemplo, no hacernos problemas por tonterías”.
Se refirió al profesionalismo y la cálida atención de quienes integran las áreas de Hematología y Oncología del sanatorio público situado en la avenida Bandera de los Andes al 2600 y que recibe un importantísimo caudal de pacientes de una amplia región.
Pero también al personal y voluntarios de la casa, entre ellos a Lucía Pitón, con quien Tania aprendió exquisitas recetas de cocina y hasta se convirtió en costurera y bordadora. Como si fuera poco, salió electa Virreina de Casa Ronald en un certamen interno.
Hoy, en medio de un tratamiento riguroso, la familia visita el lugar una vez por mes para realizar la correspondiente punción lumbar. Y sienten estar en su casa.
Natalia sigue agradeciendo. Valora la entrega de la familia y los amigos. Y también trae a la memoria a la mucha gente de buen corazón que fue encontrando en el camino.
“Me llegó al corazón”
Voluntaria desde los últimos dos años, la misión de Lucía Pitón en la Casa Ronald es múltiple, pero acaso la más valiosa tiene que ver con transmitir tranquilidad y generar un clima amigable con los familiares y los pacientes.
“Un día me encontré con Tania, que estaba aburrida. Empezamos a charlar y descubrí que le gusta cocinar. Pusimos manos a la obra y se creó un vínculo hermoso”, recuerda Lucía.
Cada paciente y cada familia que se acercan a la institución tienen su propia historia, agrega. “Hay altas y bajas en el transcurso de cada tratamiento, hasta que un día no los vemos más, siempre deseando la recuperación”, continúa.
Hace poco, Lucía recibió un mensaje en Facebook: era la mamá de Tania, desde Tunuyán, agradeciendo cada momento compartido.“Me llenó el alma y percibí la importancia de haber puesto el oído, de acompañar, de conversar para que el tiempo pase más rápido”, dijo.
“Esa nena me llegó al corazón”, concluye Lucía. Y confiesa que se enamoró de Casa Ronald en el primer minuto en que puso un pie adentro.