La de Gerardo Bianchetti, que tiene 40 años y vive en San José, Tupungato, es una típica historia de superación personal y de ejemplo para las futuras generaciones: siempre existe una segunda oportunidad para cumplir grandes sueños.
Aunque iba transitando con mucha felicidad su camino universitario en la facultad de Odontología de la Universidad Nacional de Cuyo, la vida lo puso a prueba cuando se enfermó su papá, quien, con mucho esfuerzo, solventaba los gastos que acarreaba aquella “piecita” en la ciudad de Mendoza.
“Llevaba dos años y me iba muy bien, pero como era el mayor de mis hermanos tuve que volver a mi pueblo y tomar las riendas del hogar. Había que trabajar para llevar el plato de comida a la casa, por eso mi proyecto, como futuro odontólogo, se truncó. Nunca me quejé ni me cuestioné qué hubiese sucedido, y en cambio seguí adelante porque soy una persona inquieta. Eso me ayudó”, repasa hoy, en una pausa en la ajetreada actividad de su empresa que presta servicios agrícolas en distintas fincas.
De repente, se encontró barriendo veredas, limpiando acequias, acarreando uva, podando parras, manejando un tractor… Nada de todo eso era lo que había soñado. Confiesa que extrañaba aquella piecita prestada cerca de la facultad donde se hacía ilusiones mientras estudiaba.
“Le buscaba la vuelta, como quien dice y empecé a trabajar en una cooperativa que tenía su propio personal trabajando en fincas y bodegas. Hoy muchos se quejan de que no se consigue mano de obra y es cierto, porque se perdió la cultura del trabajo, sobre todo en estas labores tan sacrificadas en medio de climas rigurosos. Veo que la juventud, con tantas comodidades, busca otras cosas, no el sacrificio”, opina. Aclara que los gobiernos, al incentivar los planes sociales, se alejan del empleo genuino. “Por dos factores: lo ven difícil y no quieren ser blanqueados, algo que no termino de entender después de haber trabajado tantos años en negro, sin bono de sueldo ni mutual”.
Obrero predispuesto
Lo cierto es que corría 2008 cuando lo convocó, en su Tupungato natal, el bodeguero francés Juan Bousquet, quien por entonces tenía unas pocas hectáreas en Gualtallary, a unos 16 km de su casa de San José. Mucho más tarde, la labor de Gerardo se prolongó también en la bodega de Anne, su hija.
Así evoca sus pasos: “Era un obrero más de esa cooperativa. Tal vez un obrero predispuesto, que jamás pensaba en horarios. Una persona que, tal como lo indica, se había empezado a enamorar de esta labor que llegó a su vida casi por azar
“Don Juan tenía por entonces 35 hectáreas de viñedos solamente, y su bodega se estaba construyendo, se dedicaba específicamente al vivero. Eramos muy pocos, por eso aprendí a hacer de todo, recuerdo esos años como de mucho sacrificio y a la vez muy enriquecedores”, relata.
A medida que la empresa francesa crecía, la cooperativa donde Gerardo trabajaba se venía abajo paulatinamente. Un día se disolvió. Por entonces él ya había aprendido el oficio a la perfección y también manejaba al personal. Alguien le dijo de crear su propia empresa y sintió un escalofrío. “No tenía la menor idea de nada, ni de cuestiones contables ni administrativas. Solo me dedicaba a trabajar”, recuerda. Sin embargo, otra vez, hizo lo que correspondía y dio el salto.
Aquel joven que había empezado de abajo y que llevaba a cuestas su familia, se había convertido en empresario. Ni él podía creerlo. “Ya no dependía de otros, era mi propio patrón, pero ojo, la responsabilidad era cada vez más grande, con más de 100 personas a cargo por día en plena temporada haciendo todo para que las fincas produzcan buenos vinos, desde la poda, la colocación de mallas antigranizo, el riego, el desbrote, el trabajo en el tractor… en fin, todo”, enumera. Gerardo no tiene más que palabras de gratitud hacia esta familia que lo empujó hacia un nuevo desafío, incluso capacitándolo en cuestiones que, según dice, lo excedían.
“Me siento orgulloso porque tengo a cargo nada menos que 400 hectáreas de fincas, pero recuerdo intacto el día en que empecé, con apenas 35″, reitera, para concluir: “Como cualquiera que se inicia desde bien abajo, no le tengo miedo a nada y sigo trabajando a la par de mis propios obreros. “La nieve, las heladas ni el calor sofocante me asustan”, aclara.
Gerardo se casó y dice que también es exitoso en su familia. Su papá continúa desde hace años sobrellevando una dura enfermedad y él, asegura, se siente tranquilo de ayudarlo como lo supo hacer desde el primer día en que regresó a Tupungato dejando atrás sus sueños de juventud.