La obra gigante y solidaria que desarrolló Cecilia Luján, sola y a pulmón, en Lunlunta, no fue por casualidad. Sólo quien sabe de necesidades, porque las ha sufrido en carne propia, como ella que a los 12 años abandonó la escuela para salir a trabajar, pudo haber sentido ese “puñal en el corazón” cuando la miseria más espantosa llamó a su puerta.
Fue hace dos años cuando la imagen repetida de niños con hambre en las calles de su barrio, en Maipú, comenzó a dolerle en el alma. Pero ¿cómo empezar a hacer algo cuando ella misma, con cinco hijos a cargo, también padecía carencias económicas?, se cuestionaba.
Apenas una chapa, un fogón y cuatro postes en su terreno le dieron la primera idea, en 2018. Es que la pobreza no se detenía y a ella le sobraba voluntad.
Y así fue que comenzó dando una taza de leche. Primero fueron cinco, 10, 15 niños y niñas que se sentaban donde podían y recibían la merienda.
De a poco, algunas personas empezaron a ayudar, a difundir, a acercar donaciones, mercadería, sillas, tablones. La cifra de niños iba en aumento. Ya acudían también adultos, abuelos, familias enteras. Y la labor se fue consolidando.
Con un pequeño subsidio municipal que se recibió a partir de la presentación de un proyecto (ver aparte), se cerró el “quincho” con nylon, se adquirieron algunos bancos y una estufa eléctrica, entre otros elementos.
La realidad obligó a extender el servicio a comedor y se lograron incorporar maestras que cumplen una labor trascendente con clases de alfabetización y plástica.
El doble de gente, por la cuarentena
Al comenzar este año, Cecilia se encontró 50 niños en la mesa, en dos turnos. Prácticamente, todo el día. Luego llegó la pandemia y el número se multiplicó: hoy son cerca de 90 los niños que se alimentan y permanecen horas hasta que las mamás los retiran.
Se armó, también un ropero comunitario con ropa donada.
-Cecilia ¿Qué la motoriza?
-Amo lo que hago. A veces me preguntan por qué sigo y no puedo explicarlo. Duele ver las caritas de los chicos, me hago la fuerte pero llego a casa y me derrumbo. Me pregunto por qué.
-¿El aislamiento complicó las cosas?
-Muchísimo. Es incesante la gente nueva que llega, pero también aumentó la solidaridad. Somos pocos pero no paramos ni esperamos, sino que salimos a buscar a quienes no pueden acercarse.
-¿Cómo sostiene tantas horas de funcionamiento diario?
-Imposible hacer otra cosa. En épocas normales los chicos van a la escuela en dos turnos, mañana y tarde, y sus mamás salen a trabajar. Tenemos que estar y además se han apegado. Siento que es mi deber, mi pasión. Hacer esto me da alegría.
-¿Cómo sale adelante con cada historia dolorosa?
-Las cosas que veo son muy duras pero le pido a Dios que me dé fortaleza. Me limpio las lágrimas y salgo adelante. Es tan reconfortante verlos jugar, tomar una leche, tener clase…
-¿Quiénes la ayudan?
-Un grupo reducido de gente, vecinas y amigas, además de mi mamá que colabora cocinando, y a veces mis hijos. Tengo cinco y cada uno tiene sus ocupaciones, pero siempre están y además también pasan tiempo acá.
-¿Cómo se celebró el Día del Niño?
-Fue hermoso, nadie se fue sin regalo. También festejamos otras fechas importantes, como Reyes. Y hacemos eventos, bicicleteadas para recaudar fondos.
Fortaleza para salir adelante
Cuando la mercadería se agota, confiesa Cecilia, muchas veces no sabe qué hacer. Pero el ingenio y la providencia siempre terminan ganando.
“He pasado situaciones difíciles y en medio de la desesperación y la angustia, igual veo cómo actuar. No puedo darme el lujo de quedarme paralizada. Me se siento un poco madre de todos”, reflexiona.
A los 12 años, Cecilia dejó la escuela porque debía colaborar con su mamá, que criaba sola a sus hijos. “Trabajaba en una bodega, cargando botellas. Un día se acercó a casa un encargado, le faltaba una persona. Le dije que estaba disponible, se sorprendió por la edad pero terminó aceptando. Llegué y me vio mi mamá, que casi me mata, pero seguí”, recuerda y ríe.
“El primer sueldo, que me lo dieron en un sobre, lo perdí. Fue tanta la tristeza que mi mamá me dio del suyo”, evoca.
“Si mi abuela pudo cuidar a tantos nietos, 10 o 12, ¿cómo no iba yo a poder con este comedor?”, pregunta.
Anécdotas, señala, atesora a montones. Algunas alegres; otras, no tanto. Como cuando una mamá le dejó, tiempo atrás, a un puñado de hijos a su cuidado durante semanas. “Era verano. Puse camitas, colchones y ahí los tuve. Muchas mamás son dedicadas más allá de las limitaciones, de la pobreza, pero a otras sus hijos no les importan y eso es lo más triste que se ve”, concluye.
Ayuda del municipio
El comedor que lleva adelante Cecilia ha recibido la ayuda de la Municipalidad de Maipú (ya que forma parte de la Red de Merenderos). En diversas partidas, el municipio le ha donado bolsones de mercadería, zapatillas, y garrafas. Además, lo subsidia con el pago del servicio de luz y ha colaborado con el aporte de estudios médicos. Según informó la propia comuna, Cecilia Luján figura como beneficiaria del programa Maipú Solidario desde el 1 de enero de 2018 hasta la actualidad, y eso le ayuda a que pueda seguir adelante con su tarea.