¿Qué tengo para perder? fue la pregunta que hizo Silvina Palmieri a su mentor cuando le ofreció ser la primera artista con NFT (Token No Fungible) y obra física en Argentina.
“Nada. Solamente, tenés que mandarme 10 fotos de 10 obras tuyas”, le respondió Jorge Villalba, escribano público cordobés y especialista en blockchain.
Con el mismo entusiasmo con el que se ha lanzado a otros proyectos, Silvina se sumergió en este mundo de términos y conceptos nuevos que ya venía escuchando a través de capacitaciones virtuales durante la pandemia.
Así esta “escribana pública a la que le gusta pintar” -tal como se define en sus redes sociales y cada vez que se le pregunta qué hace- se apasionó por las nuevas tecnologías en las transacciones. Entonces, aquellas mujeres de cuello largo bautizadas “Las Palmitas” que habían nacido como esculturas de epoxi y que se habían transformado en pinturas ahora daban un nuevo paso para convertirse en representaciones digitales.
“Autodidacta, persistente y atrevida”, Silvina empezó a recorrer un camino que -en poco más de un año- le ha permitido vender cinco NFT de sus obras con sus respectivos cuadros, conocer e intercambiar experiencias con otras personalidades como el fotógrafo de los famosos Gabriel Machado, ocupar el puesto de directora de Arte y NFT en una multinacional, disertar sobre este tema en diferentes espacios, ser un puente entre el arte y la tecnología.
“Me ha gustado esa parte de ser el puente porque lo hago sin pensar en algún rédito económico. Me sale naturalmente. Hay una parte que me hace bien”, admite con esa sonrisa que la acompaña siempre aunque tiene claro que “está bien no sonreír (a veces)”.
¿Quién es Silvina Palmieri?
Dibujar; disfrutar de las películas de leyes, abogados y jueces; rescatar animales son los intereses que han marcado la vida de Silvina desde muy chica. Y no es que sólo ella lo recuerde, sino que ha quedado plasmado en el cuaderno que su mamá Ana María Pérez fue escribiendo. “Mi mamá nos hizo, a las tres, cuadernos sobre lo que nos iba pasando en la infancia de cada una. Ese laburo yo no lo he podido hacer para mis hijos”, cuenta y detalla que hay constancia de su precisa motricidad fina a los tres años y que ya en tercer grado decía que quería ser jueza.
Aquella niña y adolescente que fue abanderada en la primaria y secundaria del colegio Monseñor Scalabrini, de Dorrego, siempre tenía un tiempito para dibujar. “Recuerdo a la maestra hablando y yo dibujando. Era como adictivo. Creo que se te convierte en algo que no podés dejar de hacer, cuando realmente lo sentís”, se sincera.
Pero no era ésa la única debilidad. “Rescatar bichos era mi pasión y el dolor de cabeza de mis padres”, dice a la vez que confiesa que a los 16 años se anotó en la Sociedad Protectora de Animales “sola, sin pedir permiso” y que en otra oportunidad entrenó perros para presentarlos en exhibiciones. “Crié perros bulldog francés y viajé a San Juan y a Buenos Aires a mostrarlos. Lo hacía remal, pero yo lo hice; sentía que lo hacía bien”, reconoce.
Independiente y “mandada” siempre ha tenido como leit motiv: “Si tenés ganas de hacer algo, por qué no hacerlo... te podés arrepentir toda tu vida”. Y sabe que el tiempo de cambiar tiene que ver con la “medida del disfrute”. “Cuando dejo de disfrutar algo, lo dejo. Cuando veo que los ambientes no son sanos, me voy”, aclara.
Esta chica -que sufrió “una especie de bullying” porque era gordita en la secundaria pero que eso no la paralizó para buscar otro grupo- se anima a proponer otro mandato personal que ella misma inventó: “Donde sos invisible, no te quedes”. Es decir, explica, que si uno está en un lugar donde no se nutre y no nutre a los demás, no tiene sentido quedarse.
Así llegó a la elección universitaria. Sus opciones eran las Ciencias Jurídicas y Sociales o Veterinaria. “Nunca se me ocurrió Artes Plásticas como carrera”, rememora, en tanto argumenta que descartó ser veterinaria porque no se sentía cómoda con “la parte de ver partir a los animales”. Entonces, se metió a Escribanía en la Universidad de Mendoza por su vocación de servicio y se recibió en 2007.
“Me costó mucho hacerme un nombre en el ámbito notarial hacerme. Me acuerdo las primeras épocas, esperando que sonara el teléfono fijo y no sonaba”, cuenta sentada en una de las salas de su escribanía que rompe los estereotipos de este tipo de oficinas con sus obras de arte en paredes blancas y otras de ladrillo más rústicas, con muebles que ella misma aprendió a restaurar, con mucha luz natural.
Es que Silvina intenta que quienes acuden a su servicio “salgan con una sonrisa”. Desde su punto de vista, los expedientes no son sólo papeles, “son cargas emocionales, son peleas de años, de abogados, de dinero de pérdida de dinero”.
Ahora con el apoyo del Colegio Notarial y el orgullo de pertenecer a la comisión de Ética, indaga en esta nueva tecnología que es el blockchain ya que “es como un escribano gigante”. “Todo lo que subís a blockchain queda registrado y le das una estampa de tiempo y le das autenticidad”, especifica.
El lado b de la escribana
“Soy escribana pública y además me gusta pintar. Digo ‘me gusta pintar’ porque no tengo formación académica, pero llevo más años pintando que ejerciendo la notaría”, se presenta y señala que son muchas las escribanas y los escribanos que tienen un “lado b” y que cantan, pintan, hacen esculturas.
Persiguiendo ese espíritu artístico, Silvina -que nunca dejó de dibujar- empezó a hacer esculturas en epoxi que mandó a España, a Chile. “Hacía una especie de dama, de muñeca medio mitológica, muy flaca y larga”, describe y agrega que las bautizó “Las Palmitas” inspirada en ella y sus hermanas Eliana y Daniela.
Este trío de mujeres “con ovarios” es el que pasó de la escultura al papel. La falta de huellas dactilares por culpa del epoxi la obligó al cambio y fue a partir del curso que tomó con un reconocido plástico que logró trasladar ‘Las Palmitas’ a las acuarelas.
Esa sensibilidad para el dibujo y el arte está en el ADN de Silvina: su papá Augusto -más conocido como Tito- fue dibujante en publicidad Sarmiento y su mamá, cuando se jubiló de docente y tomó un curso, también demostró que era “una acuarelista muy buena”.
“De más grande le fui dando forma a lo que tenía innato”, analiza y enumera los artistas con los que ha tomado y toma clases. “Los jueves voy a un taller y los demás días me pongo a pintar en la siesta o en la tarde”, precisa a la vez que comenta que también pinta con sus hijos Isabella (10) y Bauti (que hoy cumple 8) los fines de semana. Actividad a la que se suele sumar su esposo Luis Barea barnizando los cuadros.
Las mujeres de cuello largo son el sello de Silvina, quien busca con su obra reforzar la presencia de la mujer. “Si hacés un análisis en cada ámbito, fijate que somos muy pocas las mujeres que ocupamos espacios. Yo pensaba que eso ya estaba resuelto, pero no”, acota.
La autogestión a través de su perfil en Instagram le permitió en 2017 vender la primera acuarela física “Las tres hermanas”.
Cuatro años después y tres meses de haber subido sus obras como NFT, vendió la representación digital y la obra física “La vie en rose” -una dama de cuello largo con una gargantilla-. “Pensaba quién va a querer una foto de mi cuadro y no mi cuadro hasta que por Instagram vendí la primera en mayo de 2021″, dice y explica que sus compradores se llevan dos activos: el cuadro que puede colgar en la pared y el NFT que tienen en su billetera digital para revenderlo o hacer lo que quiera. Uno de los aspectos diferenciales entre la representación digital y la obra física es que si el NFT se vuelve a vender, el autor recibe un 10% de cada nueva transacción.
Desde entonces, ha vendido cuatro NFT más y entre medio fue convocada por la multinacional Criptovisión como directora de NFT y arte. Un puesto que disfrutó muchísimo porque conoció muchos artistas pero al que renunció porque terminó haciendo las veces de notaria, ya que debía certificar que el creador del NFT fuera realmente el artista. “Mi vida es una aventura”, advierte.
-¿Cómo te imaginás en 10 años?
-Lo que voy a decir es bastante duro porque por invertir en un proyecto, perdí mi casa. Pero si no me hubiera pasado, no estaríamos aquí hablando. Busquémosle el lado positivo a todo. Ya superé esa parte, aunque estuve remal, con ataques de pánico. Creo que el artista siempre es alguien que toca fondo y sale a expresar lo que le pasó. Ahora alquilo, pero en 10 años me imagino en una casa propia blanca, con un atelier enorme, lleno de obras y con mucha gente, compartiendo conocimientos, experiencias.