El lugar es pequeño, la tarea es inmensa. Desde hace tres décadas, en una minúscula oficina ubicada en el 7mo piso de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (UBA), un equipo de científicos y científicas trabaja en la resolución de los casos judiciales más resonantes de Argentina. Lo hacen bajo la dirección del investigador superior del Conicet Daniel Corach.
El Servicio de Huellas Digitales Genéticas (SHDG) se conformó el 5 de noviembre de 1991: fue el primer laboratorio institucional de Argentina que utilizó el ADN para identificar personas. Desde entonces, contribuyó con la Justicia en la investigación de los atentados de la Embajada de Israel y de AMIA, el accidente de aviación de LAPA, el suicidio de Alfredo Yabrán, la caída del avión de la empresa SOL y la muerte de Ángeles Rawson.
“Incluso ahora, en un momento tan atípico como la pandemia, no paramos de trabajar”, señala Corach, que además de dirigirlo es su fundador. “Solo en el último año, analizamos más de 2.000 muestras: la mayoría de casos son por violencia intrafamiliar”.
La herramienta que desde hace treinta años utilizan en el SHDG para desentrañar los casos que les acerca la Justicia es la genética forense. Una rama de la ciencia a la que Corach define como “un trabajo multidisciplinario. Tiene aspectos vinculados al derecho -como los procedimientos que deben cumplirse para que el ensayo científico pueda llevarse a cabo-, la criminalística –el modo en que se protege y se toma la evidencia, cómo se garantiza la intangibilidad de ese material para que no sea adulterado- y al campo de los marcadores genéticos -estudios desde el punto de vista poblacional, análisis estadístico de los resultados-.
Todos esos procedimientos convergen en una súper disciplina que es la genética forense, y que bien hecha, puede cambiar la balanza de una investigación judicial”, asegura el científico. “En realidad, todas las disciplinas científicas, desde la antropología, la botánica, la odontología o la fonología, pueden convertirse en forenses”, aclara. “Eso sucede cuando las requiere un juez. Tal fue así, que el Servicio tuvo que mudarse a la oficina del séptimo piso de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA.
La verdad en una gota de sangre
En uno de los extremos de la oficina del SHDG hay una biblioteca que ocupa toda una pared. Está atiborrada de libros y revistas de medicina y ciencia forense en inglés y en español. “La compra de esa bibliografía es parte de nuestra filosofía de trabajo: son libros muy caros, que nos permiten mantenernos actualizados, y podemos costear gracias al volumen de trabajo que tenemos. Y no solo eso: también, con las ganancias del Servicio, que es una suerte de modelo de negocio que diseñamos, hemos podido viajar para capacitarnos y comprar equipamiento de última generación”, comenta Corach. En el extremo opuesto a la biblioteca, detrás de una pared vidriada, está el laboratorio con el equipamiento que utilizan todos los días para hacer los análisis genéticos. “Los primeros 7 años lo que hacíamos era manual, artesanal, no había pautas internacionales para hacerlo –comenta Corach-. A partir de 1998, una empresa ofreció tener el primer secuenciador de ADN del país. Desde entonces, podemos hacer nuestro trabajo mucho más rápido y reproducible. Las nuevas herramientas lo convirtieron en una maravilla”.
Realizar la pericia de un caso, con el análisis de todas las muestras de ADN necesarias, les lleva hoy un plazo de treinta días como máximo. Las muestras que reciben varían: pueden ser desde un recorte de tela hasta una parte del cuerpo de un cadáver. “Como recibimos el material codificado, no sabemos de qué caso se trata. Eso es de gran ayuda, porque nos permite tener la abstinencia del analista. Lo que vemos, es. No hay una posición personal sobre las muestras: determinamos quién es el que está debajo de una uña, como por ejemplo nos pasó con el portero Mangieri en el caso de Ángeles Rawson, sin sesgos”.
Las muestras suelen llegarles vía postal, con una cadena de custodia que cuida la evidencia. De esas muestras, si logran extraer al menos 500 picogramos de ADN –equivalente a menos de una gota de saliva-, tienen una muestra suficiente para identificar a un individuo. Una vez que cuantifican el ADN que encuentran, lo amplifican, lo analizan, lo revisan y finalmente emiten un informe pericial: suele tener alrededor de 15 páginas en las que explicitan la metodología de trabajo usada y los resultados. Y más de cincuenta páginas anexas, en las que incluyen el material respaldatorio, como los perfiles genéticos de los individuos y las muestras analizadas o la bibliografía de las técnicas utilizadas.
Un caso puede requerir una sola muestra, o cincuenta, según su complejidad: para develar el caso de la muerte de Ángeles Rawson, analizaron 183 muestras. Por la caída del avión de Sol Líneas Aéreas (2011), 418 muestras: en ese caso, sólo en la primera semana de trabajo, lograron identificar la identidad de 23 de las personas que habían fallecido en el accidente. “A lo largo de estos 30 años –advierte Corach-, llevamos analizados más de 15.000 mil casos”.
Como director del SHDG desde sus orígenes, Corach siempre privilegió que los integrantes del equipo investigaran: en el Servicio, se concluyeron doce tesis doctorales, cuatro de maestría y una de licenciatura.
Se publicaron más de 150 papers a lo largo de los 30 años de existencia del servicio.