Sebastián Andía viene “rompiéndola” con sus diseños arquitectónicos tanto afuera como adentro de la provincia. Desde hace 14 años vive en Londres, lugar que eligió para proyectar edificaciones de vanguardia reconocidas en todo el mundo.
El mendocino de 41 años dejó su casa natal de Villa Nueva, en Guaymallén, hace dos décadas, cuando se recibió de arquitecto y su valija era mucho más pequeña que losueños: buscaba conocer nuevos horizontes y trabajar en un lugar que tuviese una “impronta posmoderna”, esa que no encontraba en la ciudad cordillerana.
Después de residir un tiempo en Ciudad de México y en Nueva York, el joven eligió Londres para desarrollar sus ideas y vivir porque ama a las ciudades cosmopolitas. Allí fundó su propia empresa y es director creativo en Zaha Hadid, el estudio de arquitectura reconocido a nivel mundial por sus diseños innovadores y obras de gran envergadura.
“Me sentía más identificado con la generación del posmodernismo y en Mendoza eso no había. Mendoza es una ciudad moderna y yo me críe en una familia de arquitectos que siguieron la escuela del modernismo. Hace 20 años no había Internet como ahora y para aprender o poder trabajar dentro de ese movimiento había que irse”, cuenta Sebastián, hijo de Carlos Andía y sobrino del prestigioso arquitecto mendocino Gerardo Andía.
Arquitectura “menduca”: poco original y estancada
Sebastián, junto a la también mendocina residente en Londres, Valentina Cerrone, crearon OF, un estudio que ambos fundaron en 2017 en la ciudad europea, a la par de su trabajo en la oficina de la arquitecta decontructivista, Zaha Hadid.
Con un concepto de arte, diseño y arquitectura, basado en la sustentabilidad, los dos magister mendocinos apuestan a desarrollar proyectos innovadores de esa índole también para Mendoza.
En la provincia construyeron una casa sustentable y tienen varios proyectos simultáneos, como la construcción de casas en alta montaña, respetuosas con el medio ambiente, y el desarrollo de un hotel boutique en el Valle de Uco, con idénticos objetivos.
“Para nosotros el contexto es un punto de partida muy importante. Implica diseñar y construir de una manera amigable con las vistas, con la materialidad de la zona, con el clima y generando una construcción que requiera la menor cantidad de uso energético”, describe Andía, convencido de que Mendoza tiene “un gran potencial turístico”, pero “poca planificación” sobre qué ciudad quiere ser en el futuro.
“En Mendoza, vemos mucho que las obras no tienen relación con el lugar ni con su contexto sociocultural. Por ahí vemos cosas importadas que se han visto en algún lado y que se replican sin originalidad. Hace falta desarrollar algo más autóctono en relación al contexto”, apunta el mendocino, habituado a “leer” las ciudades desde el punto de vista arquitectónico y social”.
Para Andía, habituado a vivir y a estudiar el concepto de “ciudad”, ese término -asegura- abarca mucho más que una simple aglomeración de gente, edificios y semáforos. “Las ciudades son el reflejo de la sociedad en la que vivís”, dice, y ejemplifica: “Londres es el lugar más cosmopolita en el que he vivido. Es una ciudad medieval que creció orgánicamente, pero que ha sabido planificar, visionar y lo sigue haciendo constantemente”.
Respecto de Mendoza, el arquitecto ve un gran potencial, pero es crítico: “En Mendoza hay posibilidades de hacer muchas cosas y muy grandes. Con proyección económica en distintos puntos. Pero falta una visión urbana, una planificación más integral que supere a la del simple ´ordenamiento territorial´. Desde que fundaron la Ciudad de Mendoza no han proyectado mucho más para el futuro mediato. Ha quedado medio estancada y no crece a nivel demográfico. Se extiende orgánicamente en el territorio, generando más costos de recursos naturales, viales y de infraestructura”.
Acceso a la educación, la base de todo
Son varios “goles” que viene metiendo Andía a lo largo de su carrera como arquitecto en el extranjero. Primero, en su paso por Nueva York, donde trabajó para la reconocida firma Asymptote. Después, en su ingreso a Zaha Hadid, la empresa ganadora del Pritzker, una suerte de “premio Nobel” de la arquitectura.
Sebastián fue parte del equipo creativo que ganó, en 2020, un concurso internacional para proyectar un ícono urbano en Dubai Creek Harbour, de Emiratos Árabes Unidos. El proyecto, aún “en pausa” por la crisis económica que trajo aparejada la pandemia, se conoció como Land Mark y consiste en una plaza de arena que integra los símbolos del desierto en curvas que parecen talladas en el piso.
Entre los últimos proyectos “fuertes”, el mendocino destaca el de Wuhan, en China, que implica tres torres con líneas vanguardistas, unidas por puentes que forman un atrio abierto en el centro. En esos 250 mil metros cuadrados se proyectan oficinas, residencias, amenities y hotel de lujo, además de un coqueto centro comercial.
La lista sigue con la construcción de una marina para albergar a los yates más grandes del mundo en islas Bahamas. El proyecto está aún en la etapa conceptual que, además del “estacionamiento de botes”, plantea un casino y residencias turísticas.
Si tiene que evaluar las claves de su éxito, Sebastián deja a la suerte de lado. “Por sí sola no existe. La suerte se busca, se acompaña. Tenés que activar para que las cosas sucedan”, afirma, y enseguida pone en la mesa tres cartas que lo ayudaron a “volar alto”: la pasión por lo que hace, la dedicación y el acceso a la educación, esa posibilidad que hoy tambalea en un contexto de recorte presupuestario para la universidad pública.
Si bien Andía egresó de una universidad privada de Mendoza, asegura a este diario que, de haber existido en ese entonces la carrera de Arquitectura en la UNCuyo, la hubiese elegido. Y agrega: “Siento que no tener acceso a la educación es un limitante. En mi época no había arquitectura en la universidad pública, pero pude tener acceso a estudiar y poder pagarme mi primer pasaje a Estados Unidos para buscar trabajo”.
Para él es clave la formación en la universidad, en tanto como institución que alberga a comunidades “que piensan, se relacionan entre sí, debaten y desarrollan un pensamiento crítico”.
“En el caso de mi profesión fue fundamental la instancia universitaria. Hoy, igualmente, haría muchos cambios en el plan de estudio. A un arquitecto no lo educás para que sepa construir, sino para que sea una herramienta social, alguien que pueda resolver problemas sociales junto a otras disciplinas. No importa la técnica en sí. Eso se aprende y hoy las tecnologías ayudan mucho. Hay problemas comunes, como el cambio climático, y se necesitan profesionales que generen pensamiento colectivo para el bienestar social”, argumenta el mendocino.
La inteligencia artificial y otros demonios
Cuenta el arquitecto mendocino que, antes de que Open AI, “estallara” en todo el mundo el año pasado, tuvo el privilegio -o la mala fortuna- de conocer algunas imágenes generadas por la inteligencia artificial, allá por el 2022. “Me quedé duro. No lo podía creer. Veía imágenes que yo tenía que generar para mi trabajo. Fue un momento muy difícil porque me di cuenta que quizás mi trabajo quede obsoleto muy pronto, como tantos otros que se basan en la creatividad”, confesó Andía.
Desde ese shock inicial hasta estos días, Sebastián jura que ha podido amigarse, en cierta medida, con esa tecnología que amenaza con reemplazarlo en los próximos años: “Hice un proceso mental, una charla interna conmigo y llegué a dos conclusiones: los humanos aún pensamos un concepto y después volcamos eso en imágenes. Es una ingeniería inversa a la AI. Entonces me di cuenta que valoro el acto creativo humano, donde se piensa antes un concepto y donde se logra una conexión emocional con la obra”, explica el profesional.
“Todo está cambiando demasiado rápido y esa es la crisis social que estamos viviendo”, dice Andía, quien asegura que, al menos hoy, aprendió a delegar a la IA las tareas “más repetitivas” de su labor cotidiana, mientras jura que sigue imaginando posibilidades nuevas con la arquitectura. Sin duda, algo que disfruta hacer, “más allá de que lo pueda resolver la inteligencia artificial”.
“Lo importante es que te dediques a hacer algo que te guste mucho y en donde sientas, en definitiva, que no estás perdiendo la vida”, remata, certero y nítido, desde la neblina londinense.
La nostalgia “argenta” con membrillo, rock y bandoneón
Sebastián Andía extraña mucho de Mendoza el dulce de membrillo y jura que se la pasa tomando mate porque ahora es más fácil conseguir la yerba.
Ama el rock nacional y se considera un “tanguero a full”. Sabe que en el país que habita está la génesis de nuestros “próceres” musicales, pero sabe aún más que su patria también es la música de los primeros años.
A Luis Alberto Spinetta, Charly, Fito, Los Piojos, Divididos y Soda Stereo los quiere y los escucha por esas “migas” que se tejieron en su adolescencia provinciana.
Cuenta que en su residencia londinense no paran de sonar canciones argentinas, incluso algunos sonidos nuevos como Wos o la banda indie mendocina, Usted Señálemelo.
El arquitecto posmoderno aprendió a admirar desde muy chico al folclore, al jazz y al tango, y con especial devoción a Astor Piazzolla (por herencia familiar). Todavía se esperanza con aprender a tocar su propio bandoneón, un regalo de su padre y al que considera “el instrumento más lindo del mundo”.
“Tengo un bandoneón AA. Empecé a estudiar con un profesor, pero luego me fui a vivir afuera. Lo llevé conmigo, se rompió el fuelle y lo terminé arreglando en Buenos Aires. Lo tengo acá en Londres, conmigo. Espero poder retomarlo algún día porque es un instrumento muy difícil y hay que dedicarle”, afirma, y no se equivoca en la prudencia.