Se cumplen 90 años de la erupción volcánica más importante de las que padeció Mendoza

El 10 de abril de 1932 entró en erupción el volcán Quizapu, en Chile. Las cenizas afectaron principalmente a Malargüe y San Rafael (llegaron hasta Brasil), pero todavía están en el sur mendocino. Detalles y relatos de testigos que vivieron aquel día “como el fin del mundo”.

Para evitar que esa ceniza se levantara, muchos sanrafaelinos de entonces (como se aprecia en la imagen tomada en la actual avenida Mitre) regaban las arterias céntricas con baldes de agua. | Foto: Vega Fotografía. Fuente: Diario San Rafael
Para evitar que esa ceniza se levantara, muchos sanrafaelinos de entonces (como se aprecia en la imagen tomada en la actual avenida Mitre) regaban las arterias céntricas con baldes de agua. | Foto: Vega Fotografía. Fuente: Diario San Rafael

El 10 de abril de 1932, día del que hoy se cumplen 90 años, en Chile entró en erupción el volcán Quizapu, que afectó a Malargüe y San Rafael, lo que se convirtió en “una de las más importantes, sino la más importante erupción de la historia” para Argentina, según la reconocida geóloga y vulcanóloga Patricia Sruoga. Aquella mañana y durante las siguientes 25 horas, el día se volvió la noche y la comunidad de Malargüe vio “llover ceniza”. Las secuelas, sin embargo, se mantienen y se pueden ver hasta el día de hoy, nueve décadas después.

Era también un domingo. A los estancieros y puesteros de Malargüe, que igual madrugaban para trabajar sus suelos, cultivos y animales, los esperaba un largo día de sol por delante. O al menos eso creían, porque a las 9 de la mañana “se hizo de noche”.

Así lo titularon los medios de la época (Los Andes contó que “debido a la oscuridad en Malargüe se encendieron las luces en pleno día”), y así lo describieron quienes presenciaron “la erupción más importante de Sudamérica durante el siglo XX”, de acuerdo con la definición de Sruoga, quien además de ser experta en vulcanología es investigadora de Conicet y miembro del SegemAr (Servicio Geológico Minero Argentino).

Vista del volcán en erupción. En un momento se pensó que se trataba del volcán El Desabezado.
Vista del volcán en erupción. En un momento se pensó que se trataba del volcán El Desabezado.

Durante su estadía en Mendoza para estudiar los volcanes de la denominada “Zona Volcánica Sur” (que se comparte con Chile), la especialista realizó una investigación de cómo fue aquella histórica erupción: “Fue un shock, una situación muy dramática. En aquel momento pensaban que era la noche misma que se les venía, y al ver la ceniza no sabían de qué se trataba”, recordó, por lo que “el sur de Mendoza se vio conmocionado por un evento natural desconocido que provocó alarma y pánico en la población”.

A partir de allí, pudo reconstruir la crónica de cómo se vivió ese día en los poblados más cercanos al volcán: “A las 9 horas, aproximadamente, del 10 de abril de 1932, el cielo malargüino se tornó oscuro y comenzó a soplar viento huracanado transportando cenizas de distinto tamaño en dirección oriental muy definida”, relató Sruoga. Según testigos oculares, se formó una columna eruptiva de unos 25 o 30 km de altura, que rápidamente adquirió la forma de un pino y luego la de un gigantesco paraguas, para luego generar una amplia pluma de dispersión sobre grandes regiones del país.

“En comparación con otras erupciones históricas de volcanes andinos que han durado varios meses (Chaitén, Cordón Caulle), este evento fue de corta duración (entre 18 y 25 horas), aunque de gran magnitud”, explicó la vulcanóloga. Como consecuencia, un volumen de 10 km3 de material pumíceo se dispersó los departamentos de Malargüe y San Rafael, y en parte de las provincias de La Pampa y Buenos Aires, “llegando incluso a alcanzar el sector central de Uruguay y Río de Janeiro, a 1400 y 2950 km de distancia del volcán, respectivamente”. Si bien la mayor cantidad de ceniza cayó en Argentina, se registraron lluvias de ceniza fina en ciudades como Curicó y Santiago, en Chile.

El 10 de abril de 1932, a partir de las 13, comienzan a observarse en la cadena del Descabezado los signos inequívocos de erupción volcánica. A las 17 de ese día la ceniza cubre las calles sanrafaelinas y la temperatura se reduce considerablemente. Todas las actividades en el sur provincial se vieron afectadas.
El 10 de abril de 1932, a partir de las 13, comienzan a observarse en la cadena del Descabezado los signos inequívocos de erupción volcánica. A las 17 de ese día la ceniza cubre las calles sanrafaelinas y la temperatura se reduce considerablemente. Todas las actividades en el sur provincial se vieron afectadas.

Testigos de 1932

Según los diarios de la época, el escenario fue “de súbita oscuridad y explosiones en el sector cordillerano”, y con la inmediata caída de cenizas fue augurado como “la trágica hora de Pompeya”. Pero los recuerdos más impactantes son, sin dudas, de quienes estaban en Malargüe y San Rafael aquel 10 de abril, cuyos testimonios fueron buscados por Amalia Ramires y Ernesto Ovando, en una investigación que reunió los relatos de los testigos oculares que aún vivían en la zona y vieron, hace 90 años, la erupción más importante de Sudamérica durante el siglo XX, en el contexto de un fenómeno natural absolutamente desconocido para ellos.

Lavinia Moya relató que “el día amaneció nublado, empezó la tormenta, truenos, refucilos, y a eso de las 10 de la mañana ya se oscureció el día y empezó a caer la ceniza, la arena, caía y caía. Se perdió el agua, se perdió todo, no quedó de dónde agarrar”. Magdalena Soto de Maturana no se olvida que “mi mamá nos hizo rezar, todos llorábamos, nos dijo ella que era fin del mundo y que íbamos a morir, ella lloraba desesperada”.

Esa mañana Laureano Lineros estaba en Carapacho, al oeste de la Laguna de Llancanelo, cuando el volcán Quizapu entró en erupción: “Se oscureció por todos lados y después se sentían unos truenos, que parecían truenos como de tormenta, y se veían unos relámpagos, allá, por los cerros. Se veían como llamaradas”, recordó. Horas más tarde, “como a las doce de la noche, ya empezó a llover, ¡llover ceniza! Ceniza finita, eso cayó primero, después cayó la arena”. A esa altura del día, el sur mendocino era un caos: “Aullaban los perros, cantaban los gallos, hasta las gallinas cantaba. Gritaban pájaros, rebuznaban burros y mulas, relinchaban los caballos. Era una cosa como que se acababa el mundo, todos asustados, porque decían que se acabó el mundo”.

Pero lo peor vino después. “Nosotros amanecimos tapados de cenizas, de esa ceniza volcánica chiquita”, contó Olegario Ortiz. Eso fue lo que sufrieron personas, animales, edificaciones y campos enteros: “Yo estaba en Poti-Malal, quedó la mortandad de animales, algunos tenían 1.000 cabras, a algunos les quedaron 100, 50 y a otros no les quedó nada. Se tapaba el pasto, no tenían qué comer”, expresó en detalle Bautista Valdez, que trabaja allí de puestero. Magdalena Soto de Maturana también recordó que “en La Puntilla Huincán la gente quedó sin nada, los pocos animales que les quedaron los tuvieron que llevar para San Rafael. Los corderitos, los chivatitos, se morían de hambre”.

Aunque era chico, a Nicomedes Cáceres le quedaron grabados los relatos de su papá: “Me contó que había muchos puesteros, y que cuando cayó la arena disparó toda la gente. En este campo, que llamamos Campo Invernada del Viejo, la gente se fue y ya quedó esto vacío”. Y así (hasta el día de hoy) “transitando por la ruta 226 desde Las Loicas hacia Valle Noble es posible apreciar como la ceniza blanco parduzca va ganando protagonismo en el paisaje”, y “alcanza su máximo espesor en la zona conocida como Las Tapaderas, a 50 km en línea recta desde el volcán. Los médanos de arena volcánica documentan la incesante acción del viento como agente modelador del paisaje, bajo un clima árido que impide la formación de suelo, al menos en los últimos 90 años”, manifestó la vulcanóloga Patricia Sruoga.

Una mirada actual

En la actualidad, el Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur (OVDAS), dependiente del Sernageomin (Servicio Nacional de Geología y Minería), de Chile, lleva a cabo la tarea de vigilar con variedad de técnicas geofísicas y geoquímicas la mayor parte de los volcanes activos ubicados en Chile y en la frontera con Argentina.

En febrero de este año, el Servicio Geológico y Minero Argentino (SEGEMAR) dio inicio al proyecto Análisis y Mitigación del Riesgo Volcánico en Mendoza, para contribuir a la reducción del riesgo de desastres. “El objetivo principal del proyecto es documentar la actividad volcánica que afectó la región en los últimos 10.000 años, y al mismo tiempo evaluar el impacto en la población y medio ambiente”, explicó la geóloga Sruoga. De esa forma, los expertos podrán “contribuir a elaborar planes de mitigación por parte de las autoridades de protección civil”.

La investigadora de Conicet reveló que “los resultados de campaña muestran que, por un lado, la ceniza Quizapu es omnipresente y sigue afectando la vida cotidiana de puesteros y ganado doméstico después de 90 años. Mientras que, por el otro, el recuerdo de la erupción, fuertemente anclada en la memoria de los mayores, se ha ido diluyendo en las generaciones posteriores”, relató Patricia Sruoga.

Así, aseguró la geóloga, “los habitantes más jóvenes de la región cordillerana no sólo desconocen la procedencia del material blando donde sus caballos se entierran hasta la panza, sino que no perciben a los volcanes chilenos como una amenaza potencial”. Y agregó: “Esto pone de manifiesto la necesidad de seguir trabajando para lograr un grado más alto de percepción por parte de la población acerca de la amenaza volcánica y su impacto socio-económico potencial”.

Mientras tanto, el OAVV del SEGEMAR está desarrollando un programa para la instalación de redes de monitoreo instrumental en los principales volcanes fronterizos (Laguna del Maule, Planchón-Peteroa, Maipo, San José y Tupungatito), que se acoplarán a las redes chilenas ya existentes “con el fin generar alertas tempranas ante una eventual reactivación de esos centros volcánicos”.

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