Los viajes de largo aliento por el mundo son bastante comunes en nuestros tiempos, pero aún hoy si alguien proyectara una travesía terrestre por América para luego terminar en avión en Asia, nos parecería un hecho llamativo y propicio de ser evocado.
En tal sentido, no puede ser menos que descripta como “proeza musical”, digna del Libro Guinness de récords mundiales, la travesía de miles de kilómetros que Los Niños Cantores de Mendoza realizaron en ómnibus en 1971 por el continente americano y que finalizó vía aérea en Tokio, la populosa y ajetreada capital de Japón.
Ayer se cumplieron 50 años del inicio del insólito periplo de 32 niños, los componentes del coro, con su director titular Víctor Volpe (creador del grupo) y del recordado Alfredo Dono, como subdirector y cinco mayores más, que cumplían tareas de apoyo de la comitiva. Dos de las voces eran los hijos varones del director, Víctor Antonio y Juan Pablo. La edad promedio del contingente, 12 años.
Este round trip tiene un antecedente: en 1967, un elenco infantil viajó a cantar en Europa también con Volpe, Dono, además del padre Jorge Contreras y el arreglador Emilio Dublanc. Claro, la diferencia es que viajaron en barco.
Los detalles del acontecimiento lo recrearon dos participantes de la excursión musical, Eduardo Llorente (62, empresario) y el director coral y creador de Cantapueblo, Alejandro Scarpetta (63). Este último quedó atrapado en esta historia musical y fue el único que siguió en el canto de manera profesional. A los 15 años ya dirigía el grupo coral de la parroquia Corazón de María.
La historia
El Coro de Niños Cantores de Mendoza fue creado en 1960 por el maestro Víctor Volpe, fallecido en un accidente de tránsito en Mendoza en 1980, a los 57 años. Desde su nacimiento, la agrupación consiguió los elogios del mundo de la música y la prensa especializada.
Al inicio de 1971 (gobernaba de facto el país el militar Alejandro Agustín Lanusse y en Mendoza mandaba Francisco J. Gabrielli) el director y los padres se trazaron una meta, con visos de inalcanzable: hacer una gira que uniera Mendoza con Tokio.
La escasez de fondos para solventar el largo viaje del año 71 exigió un esfuerzo de gestión y administración: el grupo coral fue obteniendo fondos para su subsistencia y para solventar el viaje aéreo a Japón, con sus actuaciones. Dicho de otra manera, en muchas etapas actuaban “a la gorra”, especialmente en Estados Unidos, y así se sustentaron. Fue el primer coro infantil de toda América en realizar una hazaña similar.
La proeza musical y viajera tiene notas periodísticas que la evocan, un libro que la describe con detalle y una obra teatral que la recrea (ver aparte).
Las naciones atravesadas en el recorrido fueron Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, México, Estados Unidos… hasta llegar a Japón. En cada uno de esos países los chicos entregaron su canto, un repertorio de música religiosa, tangos y folclore.
El viaje hasta el canal de Panamá se concretó en un colectivo de la antigua CITA (TAC después), un Mercedes Benz 312, de 1960, al mando del chofer Guillermo Bencke, un as del volante para la delegación. Junto al conductor, el pasaje se completaba con el entones cura Edgar Taricco (como tesorero), el músico y arreglador Emilio Dublanc, Raúl Romero y Eduardo Romero. Del grupo de mayores sólo está con vida Eduardo.
Las peripecias –narraron Scarpetta y Llorente– comenzaron apenas iniciada la “excursión”, porque el Pamperito (así se llamaba el micro) se “apunó” en la subida del Cristo Redentor y con mucho esfuerzo pudo seguir porque, como se ha expresado, el conductor “era un as al volante”. El ómnibus fue adaptado para los 39 viajeros, pero era un vehículo de media distancia, confiable, aunque de circulación áspera y asientos rígidos.
El recorrido terrestre llegó hasta Panamá, donde la unidad no pudo seguir y Becke volvió solo a Mendoza, no sin antes haber trabajado como mecánico especializado en Ecuador.
Uno de los momentos de mayor riesgo se vivió cuando la delegación atravesaba la selva colombiana porque en el camino había “tranqueras” que ponían los nativos como forma de cobrar un peaje, con actitudes amenazantes. Superadas estas tensiones, en Medellín los pibes cantaron al pie del monumento a Carlos Gardel. La Navidad transcurrió en Quito y el año nuevo los sorprendió en marcha. Brindaron con agua de lluvia porque no tenían otra cosa para beber. Perú les dio un disgusto: varios muchachos resultaron descompuestos por tomar líquido contaminado.
Donde la formación coral la pasó mejor fue en la costa Oeste de Estados Unidos, ya que en general se alojaron en casas de familia y sus actuaciones dieron un “rédito” interesante. “Cantábamos y luego antes de que el público se marchara de la sala, salíamos al hall de entrada con bolsitas para recibir la contribución de los espectadores y a cambio entregábamos pequeños obsequios”, contaron Scarpetta y Llorente.
De esta manera se pudo financiar la compra de los boletos aéreos para llegar a Tokio y lograr otros recursos que necesitaban. Cuando terminaba la estadía en el país del Norte, encontrándose el grupo en el aeropuerto de Los Ángeles se enteró que el líder y director, Víctor Volpe, no viajaba a Japón. “Fue una sorpresa, un impacto, pero la misión continuó. Nos dijo: ‘Yo les prometí que los iba a llevar a Tokio y hasta que no lleguemos no voy a parar (aunque yo no vaya)’”, recordó Scarpetta.
En el País del Sol Naciente la conducción fue asumida por Dono (quien había trabajado como redactor de Espectáculos en Los Andes) y tuvo grandes momentos como haber actuado en una audición en la NHK World, la cadena televisiva y radial estatal japonesa. En la capital asiática el alojamiento se consiguió en un colegio salesiano, por los contactos de Taricco, quien luego abandonaría los hábitos tras participar en la rebelión contra la curia mendocina.
El operativo musical terminó en marzo de 1972, días antes de un episodio que alteró la tranquilidad mendocina: “El Mendozazo”.
Fueron miles de kilómetros recorridos, 103 días de gira, 128 conciertos, la mayoría extensos, que contenían hasta 20 y 23 canciones, siendo Mi Buenos Aires querido el tema más ofrecido.
La aventura dio pie a un libro y a una obra teatral
El periplo musical de Los Niños Cantores de Mendoza de 1971, tiene un libro que lo revive casi día por día, De Mendoza a Tokio. Lo escribió (con el formato de una novela de no ficción) el poeta, escritor y periodista de Los Andes, Fernando G. Toledo. Se publicó en 2014 y su presentación fue uno de los eventos más convocantes en la Feria del Libro de Mendoza de ese año.
Además, con libreto del propio Toledo, se hizo una obra teatral sobre el mismo viaje, protagonizada por Guillermo Troncoso quien, además, dirigió la puesta en escena, y por Beatriz Fornabaio, con los testimonios de los ex coreutas Alejandro Scarpetta, Eduardo Llorente, Daniel de la Llana y Federico Zanettini. La obra fue estrenada el 21 de septiembre de 2016, ante un teatro Independencia repleto, que agotó todas sus localidades.