En el momento más crítico de su vida, cuando la cuarentena la dejó prácticamente en la peor miseria, Estela Cruceño pidió ayuda con tanto énfasis que, finalmente, sus plegarias fueron escuchadas por gente solidaria de Mendoza que le cambió la vida.
Fue luego de una nota que publicó Los Andes el miércoles 12 de mayo, cuando confesó su desesperación y la de su familia: vivían amontonados en una choza de caña y nylon en Alto Salvador (San Martín).
No había transcurrido una semana –en la que comenzó a recibir ropa, abrigo, mercadería, cama de dos plazas y otra ayuda- cuando apareció el “milagro” gracias a un vecino anónimo, a quien de todos modos nada le sobra. Excepto grandeza, claro.
“Llegué del merendero Madres Unidas, donde solemos ir a comer con mis hijas, y al volver al rancho, mi esposo me dijo que tenía una buena noticia”, recuerda Estela, todavía emocionada.
La propiedad, humilde, pero de material y con espacios generosos -y hasta un hogar donde calefaccionarse- se encuentra a pocas cuadras de la anterior vivienda improvisada. Estaba deshabitada por el momento y el dueño no dudó en ofrecerla.
“Me parece una belleza. Enseguida nos pusimos a limpiarla y a acondicionarla. Tenemos mucho más espacio, estamos muy cómodos y ahora tenemos que correr las frazadas a un lado”, bromea.
Despojados
Antes de la pesadilla por el Covid-19, los integrantes de la familia sobrevivían con algunas changas en Las Heras, aunque poco antes de la pandemia se mudaron a Alto Salvador, en San Martín, para trabajar en la cosecha de la aceituna.
Al finalizar la temporada, regresaron a sus pagos y comprobaron que le habían robado lo poco que tenían. No les quedó más remedio que permanecer en ese habitáculo de caña y nylon, sobre calle Vélez, sin cocina ni calefacción junto su familia numerosa.
Lo cierto es que en la primera vez que esta mujer debió acudir a Los Andes para buscar ayuda, la suerte o el destino estuvieron de su lado.
“Nunca imaginé tanto. Estoy agradecida por todo lo recibido, pero la casa… eso sí que fue un regalo del cielo. Le he pedido tanto a Dios que se me terminó cumpliendo”, señala, mientras acomoda y limpia el nuevo hogar donde ahora pueden desplazarse, cocinar y las niñas cumplir con sus tareas escolares con mayor comodidad.
La casa podrán utilizarla hasta tanto se decida vender, aunque para eso no hay apuro, según les han dicho.
Pero más allá de la casa, ahora Estela tiene televisor, una mesa adecuada y hasta lavarropas y una cama para cada uno de su familia. “La heladera no funciona, pero no me hago problema. Estamos casi en invierno”, se conforma, y vuelve a valorar la actitud del merendero Madres Unidas, a través de cuya creadora, Natalia Arce, Estela se comunicó con este diario.
El merendero nació en el inicio de la cuarentena frente al frío y las necesidades extremas de las familias de la zona. Un grupo de siete mamás comenzaron a pedir donaciones y montaron una estructura que, más tarde, se derrumbó con un temporal. Y así fue que debieron cocinar a la intemperie, a la vera de una acequia.
Allí una tarde llegó Estela junto a sus hijas: Angela, de 14 años; Jazmín, de 12 y Naír, de 10, cuando la situación se agravó en su hogar y ya no tuvo ni para comer. Sin embargo, la vida dio un vuelco en su hogar gracias a la difusión de su historia. Aún le falta ayuda para estar mejor, pero ella ya está convencida de que los milagros existen.
Cómo seguir ayudando.
Estela Cruceño: 263431037 / 261541724. También el merendero Madres Unidas necesita ayuda. Su teléfono es 2634531732.