El Covid se llevó a sus padres con un mes de diferencia. Poco después, falleció su hijo, que sufría parálisis cerebral. Sin embargo, el 17 de diciembre último rindió su última materia en el Instituto de Educación Superior de Maipú. “Lo hice por ellos”, destacó.
Pese a haber sufrido la peor de las pesadillas durante 2021, Rocío Barberá, que tiene 32 años y vive en Godoy Cruz, sorteó todo el dolor inimaginable y obtuvo, contra viento y marea, su anhelado título de profesora de Matemáticas en el Instituto de Educación Superior de Maipú 9-023.
La etapa más difícil de su vida comenzó el 19 de abril pasado, en plena segunda ola de Covid, cuando su mamá, Adriana, se contagió, quedó internada en la Clínica de Cuyo y falleció un mes después. Pocos días más tarde partió Daniel, su papá, también víctima del coronavirus. La seguidilla de Rocío parecía no tener fin: en noviembre, su hijito Valentino, de 12 años, que sufría un daño cerebral desde su nacimiento, se descompensó y dejó de existir el 11 de ese mes.
“De vivir con ellos tres, que eran mi razón de existir, quedé sola. Fueron tres golpes muy duros, difíciles de sobrellevar: sentí que ya no tenía por quién seguir luchando”, se sincera hoy, en diálogo con Los Andes, exactamente un mes después de haber aprobado el último examen de su carrera.
Abrumada de dolor, cuando el hogar quedó vacío se puso de pie como pudo y decidió retomar la carrera que había iniciado tiempo atrás.
“Siempre había soñado con salir del examen y abrazar a mis padres, agradecerles y darles la alegría de la meta cumplida. Ellos fueron pilares fundamentales para que pudiera criar a Valentino, que sufría múltiples dificultades. No se me dio, pero en cambio estuvieron mis hermanos, sobrinos y amigos de fierro que supieron apoyarme desde el primer momento”, reflexiona.
“Ya con el título en la mano me proyecto buscando trabajo en el ámbito educativo, aunque también incursionaré en programación, algo que me apasiona. Mientras tanto, hasta acomodarme, continúo ganándome la vida en un local de ropa”, cuenta.
La pesadilla de Rocío comenzó el 19 de abril pasado, cuando su mamá debió ser internada con Covid. Su papá se contagió y fue derivado junto a su esposa a Terapia Intensiva en la Clínica de Cuyo.
“Quisiera destacar el gesto del personal de ese hospital, que movió todas las camas y ubicó a mis padres juntos. Mi mamá estaba en coma farmacológico y mi papá no le quitaba la mirada de encima. Finalmente, ella se fue el 10 de mayo y él la siguió el 2 de junio. Los médicos y enfermeros les habían tomado mucho cariño, especialmente a mi padre, un tipo muy educado y amoroso que había logrado un vínculo extra-profesional”, relata.
El capítulo de Valentino, su hijito que sufría encefalopatía crónica no evolutiva, producto de una mala praxis, fue mucho más repentino: tres días antes de morir se descompensó y finalmente el 11 de noviembre sufrió un paro cardíaco irreversible. Falleció dormido, sin darse cuenta.
“Cuando nació le dieron cinco años de vida y sin embargo me regaló muchos más. Vivió 12 años y logró lo que nunca esperábamos, escuchar y hacerse entender. La vida a veces es una caja de pandora y la ciencia tiene sus particularidades”, reflexiona.
Poco después de nacer Valentino, Rocío abandonó sus estudios universitarios para volcarse de lleno a su hijo. Junto a sus padres sacaron al niño adelante. “Retomé el profesorado como pude, con mucha ayuda, sacrificio. A la vez era mi vía de escape. Demoré siete años en recibirme”, relata.
Recuerda al año 2019 como difícil desde el punto de vista anímico. “Sin embargo, poco después, durante el inicio de la pandemia, pude disfrutar en cierto modo de las cosas pequeñas de la vida. Tenía todo. Agradecía tener sana a mi familia y una casa bonita donde atravesar el aislamiento”, resume.
Pero 2021 fue distinto. “Mi mamá estaba llena de temor al contagio pese a que era una mujer joven, de 64 años. El proceso fue difícil y aún mucho más cuando cayó enfermo también mi papá. El deterioro y la involución se dieron sin prisa ni pausa pese a todos los esfuerzos del personal de la clínica, que estuvieron presentes en todo momento desde lo humano y lo profesional”, recuerda.
Agrega, por ejemplo, que habían armado una suerte de cama matrimonial en el servicio de Terapia Intensiva para que sortearan juntos –y en mejores condiciones-- esa etapa.
“Hasta que llegó la despedida. Murieron de la misma manera. Quedamos devastados”, rememora y confiesa que siguió adelante por su hijo.
“Cinco meses después, cuando quedé absolutamente sola, me di cuenta de que debía levantarme solo por mí. Era la única responsable de mi destino”, advierte.
Todavía en pleno duelo, Rocío sonríe cuando repasa su vida en familia y asegura que solo una parte suya es la que “tira hacia adelante”.
Eso sí: no tiene dudas de que el título fue una brisa de aire fresco en medio de aquellos días turbulentos.
Para ella, el año pasado resultó una verdadera prueba. Y más allá de los resultados, su mirada sigue siendo optimista: “Sigo mirando al futuro en honor a mis padres que me dieron la vida y a mi hijo que me regaló 12 hermosos años”, concluye.