Año 2011. Una mañana de tantas y tranquila, como la mayoría de ellas, en el banco RBC de la ciudad de Gaston (Virginia, Estados Unidos). Un hombre ingresa a la entidad financiera, como cientos de personas lo hacen a diario y se acerca a una de las cajeras del lugar, quizás como esas mismas cientos. Pero, a diferencia de sus pares, este hombre le entrega una nota a la cajera del lugar. “Esto es un robo armado. Dame un dólar”, se lee en la hoja.
Asustada -pero, principalmente asombrada ante la actitud del hombre-, la mujer da aviso a la Policía. Lo que más sorprende de la actitud del “pacífico” asaltante es que el hombre, quien no iba armado, se sentó a esperar a que llegaran a detenerlo. De hecho, ni siquiera opuso resistencia ni intentó escaparse cuando los uniformados llegaron para detenerlo por haber intentado asaltar el banco (o, al menos, eso fue lo que él mismo le había comunicado a la cajera minutos antes).
El hombre, identificado como James Verone, tenía 59 años por entonces. Y, aunque a juzgar por su actitud inicial no quedaban dudas, tiempo después él mismo reconoció que buscaba que lo detuvieran y trasladaran a prisión. ¿La razón? Poder recibir asistencia médica gratuita y a raíz de varias enfermedades que arrastraba desde hacía años.
“Elegí la cárcel”, reconoció tiempo después y en una entrevista que brindó al diario local Gaston Gazette.
ASALTÓ UN BANCO PARA TENER ATENCIÓN MÉDICA GRATUITA EN LA CÁRCEL
James Verone había trabajado 17 años en una de las empresas de bebidas gaseosas más importantes del mundo. Sin embargo, en 2008 -3 años antes del llamativo asalto al banco- lo habían despedido. En ese tiempo consiguió un nuevo trabajo, esta vez como repositor en un supermercado. Y allí comenzaron los pesares físicos en la vida de Verone.
Los 3 años como repositor le dejaron, a modo de secuelas, una hernia de disco, un síndrome del túnel carpiano, un problema en uno de sus pies y hasta una protuberancia en el pecho. Todo ello derivó en que volviera a quedarse sin trabajo y, al mismo tiempo, en una especie de limbo. Porque, con 59 años, era demasiado joven para acceder a la cobertura médica pública que se ofrece en Estados Unidos para los jubilados. Hablando mal y pronto, el agua no dejaba de subir, ya estaba en el cuello y el ahogamiento era inminente.
Aunque tenía a sus hermanos que hubiesen podido ayudarlo económicamente, Verone optó por no hacerlo. También consideró la posibilidad de ir en búsqueda de refugio a un parador junto a otras personas en situación de calle y pedir ayuda a distintas organizaciones de caridad. Pero nada de ello lo convencía del todo. Y así surgió lo que sería su “jugada maestra”.
No fue una decisión improvisada. De hecho, ni siquiera la ejecutó de un día para el otro. Ya teniendo todo fríamente calculado, Verone vendió todos sus muebles, primero. Luego pagó el último mes de alquiler del departamento donde vivía, se instaló algunos días en un hotel y, cuando consideró que había llegado el momento, ejecutó su plan digno de un episodio de “Los Simuladores”.
James Verone tomó un taxi, eligió un banco al azar -tal vez el más cercano- e ingresó. Luego, la secuencia es la que se describe al comienzo de esta nota.
ASISTENCIA MÉDICA GRATUITA
Cuando la policía llegó a la sucursal del banco RBC y encontró al “asaltante” sentado en un sillón y esperando paciente, fue trasladado a la cárcel del Condado de Gaston. Mientras esperaba una cita con el médico de la cárcel -aquello que tanto había deseado y por lo que había llegado a prisión-, se disculpó con la cajera por el momento que la había hecho pasar.
Verone fue condenado a solo un año en prisión, ya que al haber robado solamente un dólar, fue acusado formalmente por hurto. Una vez cumplida la condena, podía salir a cambio de una fianza de 2.000 dólares (inicialmente la habían fijado en 100.000 dólares, aunque la rebajaron). Pero, además de no contar con ese dinero, el asaltante (que ni siquiera llevaba armas el día del atraco al banco) tampoco tenía intenciones de salir tan rápido, ya que quería que el médico de la cárcel lo asistiera y tratara ante todos sus inconvenientes de salud.
Con 59 años, aún le restaban 3 para llegar a los 62 y tener derecho de acceso al beneficio económico de seguridad social.
“Soy una especie de persona lógica, y esa fue mi lógica, lo que se me ocurrió. Si manipulé el sistema judicial, fue por necesidad”, contó el hombre en la misma entrevista con el medio local.
