En quechua, Samay Huasi significa “Casa de Descanso”. Pero más allá de lo etimológico para los mendocinos es, además, el nombre de un emblema que marcó una época; no solo en el Valle de Uco y en el Manzano Histórico, sino en toda la provincia. Ese mismo emblema se convirtió, además, en el protagonista de un trágico episodio de la historia moderna: en junio de 2003, el icónico hotel ubicado a pocos kilómetros del paraje donde descansó San Martín luego de su Gesta Libertadora en Chile fue consumido prácticamente en su totalidad por un impiadoso y monumental incendio. De milagro –o por una casualidad del destino, para quienes no crean en estas situaciones- no hubo que lamentar víctimas humanas. Pero las ruinas del hotel quedaron allí, camino a Arenales, y dejando en evidencia –como reza el tango de Gardel- “la vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser”.
Durante las últimas semanas, el Samay Huasi volvió a convertirse en noticia; así como lo era constantemente durante sus años de esplendor (fines de la década de 80 y 90); y así como lo fue también aquella fresca tarde del 7 de junio de 2003 en que se incendió y comenzó –como suele decirse- “el principio del fin”. Ahora fue la intención del Gobierno de Mendoza de refuncionalizarlo lo que volvió a convertir al icónico hotel en tema de conversación. De hecho, el Ejecutivo saldrá a buscar inversores interesados en devolverle a ese paraje –el predio del ex hotel cuenta con dos hectáreas- la finalidad inicial; y también un alojamiento de lujo en el lugar.
El predio ubicado sobre la ruta provincial 84, y donde hoy sobresalen las ruinas de lo que supo ser un verdadero gigante y en las que parece haberse detenido el tiempo, es propiedad de la Provincia de Mendoza; y la intención es concesionarlo por 20 años, con el excluyente requisito de que se respeten las condiciones ambientales correspondientes a la zona.
Pero detrás de toda la historia sobre los años dorados del Samay Huasi y de cómo este esplendor –junto con las instalaciones del hotel- fueron consumidos por las llamas; hay distintas historias mínimas (y no tanto). Algunas fehacientes, y que hacen a la historia de dos jóvenes fotógrafas que habían llegado de Buenos Aires, y que aquella fatídica tarde permanecían alojadas en el hotel. Ellas fueron fundamentales en el rescate de una ex empleada del hotel (llamada Rosa), quien logró salvar su vida gracias a que entre ambas la sacaron del lugar en llamas.
“Ni bien atravesamos el umbral del hotel, recuerdo que hicimos un tramo y explotó todo en el interior. ¡Fue como una película!”, rememora Ana Julia Zuliakis (42) a Los Andes, a casi 18 años de la tragedia. “Ni bien pusimos un pie afuera, se sumó más gente que estaba en el hotel a ayudarnos a sacar a la mujer”, agrega la mujer, quien tenía 23 años aquella tarde de junio de 2003, desde Buenos Aires. Sus días como fotógrafa ya quedaron atrás, y actualmente trabaja como Acompañante terapéutica. Pero el recuerdo de aquella tarde la trae nuevamente (al menos en sus recuerdos) al esplendoroso hotel en el que se había alojado con su amiga, Giselle Castro. Y donde habían llegado para deleitarse fotografiando los paisajes cordilleranos del Valle de Uco.
“Hace cinco años, para un Año Nuevo, unos amigos me invitaron a un camping en Mendoza, en la zona de Arenales. Yo no sabía dónde quedaba, y cuando íbamos camino, pasamos por el hotel. Ahí me enteré que estaban cerca. Cuando vi el hotel, se me despertaron todos los recuerdos. Estaba idéntico a cómo había quedado después del incendio, ¡nada había cambiado!”, agrega Ana Julia, quien bajó a recorrerlo. Y se guardó consigo un clavo largo y oxidado como souvenir. “Después de que pasó lo que pasó, nunca más volví al Manzano Histórico. Viajé a la Ciudad de Mendoza, pero a esa zona no volví más hasta hace 5 años. No sabía qué había pasado con el lugar”, escarba en su memoria la mujer.
Una tarde inolvidable
Según reconstruye Zulinakis, el sábado 7 de junio de 2003, ella y su entonces amiga, Giselle Castro habían llegado al Samay Huasi. El paisaje del Valle de Uco y la imponente postal de la Cordillera de los Andes en ese punto de Tunuyán habían sido imanes naturales para que las dos jóvenes decidieran perderse –placenteramente- en lo que era una de sus pasiones por aquel entonces: la fotografía. “Eran cámaras de fotos analógicas, nada de digitales. Yo en ese momento me dedicaba al paisajismo dentro de la fotografía. Y en el incendio perdimos todo, los equipos, los lentes, los rollos que habíamos llevado. Y también toda la ropa y el dinero que teníamos. Nos quedamos con lo puesto, y algo de plata que alcancé a manotear antes de tener que salir de la habitación”, sigue Ana Julia, quien hasta recuerda que tenía 4 o 5 fotos que –sin haberlas visto reveladas todavía- sabía que habían sido las fotos que ella había soñado en el lugar. Y también se perdieron.
Aunque parezca algo prehistórico en pleno 2021, la fotografía analógica tenía ese agregado: no había forma de saber si “la foto soñada” había podido ser lograda con exactitud hasta que no se revelara. Pero su pasión y conocimientos por la fotografía en aquel momento hacían que ella supiera que esa foto estaba en uno de los rollos que se quemó.
“La mamá de mi amiga tenía una especie de tiempo compartido, y una de las alternativas que ofrecía para alojarnos era ese hotel. Por eso fuimos ahí. No conocíamos el lugar, nunca habíamos estado. Pero cuando llegamos con todo nuestro equipo, vimos que el paisaje era hermoso”, acota Ana Julia Zulinakis, quien ya abandonó la fotografía; y quien también le perdió el rastro a su compañera de aventura aquella tarde. “La vida nos llevó por caminos diferentes, y no volví a saber de ella”, sigue, con la memoria emotiva a flor de piel.
“Ponete calzado que se está prendiendo fuego el hotel”
Aquel sábado 7 de junio de 2003, las jóvenes habían llegado al Samay Huasi un rato antes del inicio del incendio; y se habían instalado en el lugar luego de una extensa jornada de tomar fotografías. “Había bajado mucho la temperatura, y no recuerdo que estábamos haciendo cuando, de repente, se cortó la luz. Nuestra habitación estaba justo frente a una escalera y, cuando me asomé, vi que había fuego en la planta de más arriba”, relata la mujer.
Entre tantas cosas que jamás olvidará de aquella tarde, Ana Julia resalta que está la primera frase que le dijo a Giselle cuando regresó a la habitación tras ver el fuego en la planta superior. “Eran cerca de las 18, 18:30 y estaba empezando a esconderse el sol. Afuera había empezado a caer agua nieve, y yo volví a la habitación rápido. Mi amiga estaba tirada en la cama y yo le dije: ‘ponete el calzado y vamos que se está prendiendo fuego el hotel’. No tuvimos tiempo ni de agarrar las cámaras, solo salimos con lo puesto y algo de dinero que pude rescatar porque había guardado adentro de una bota, Cuando salimos de la habitación, el fuego ya no era el que había visto yo, era mucho más grande”, recuerda Ana Julia.
Al rescate
Ana Julia y Giselle tenían una única meta en sus cabezas cuando abandonaron su habitación (la 7): salir cuanto antes del hotel, que –para ese momento- de a poco empezaba a convertirse en el ‘alimento’ de las llamas. Pero en una milésima de segundo, sus planes –y la dirección de su vertiginosa huida- cambiaron rotundamente.
“Sentimos un grito que venía de arriba, de donde se había iniciado el fuego; y Giselle me dijo: ‘subamos, hay que ayudar a alguien’. Sin siquiera pensarlo, ella subió y yo fui detrás de ella, íbamos agarradas de las manos. Cuando llegamos arriba, encontramos a una mujer que gritaba; y decidimos sacarla. Era bastante grande ella, por lo que realmente nos costó; pero una de nosotras la agarró de los brazos, otra de las piernas. Y así la bajamos”, rememora; y aclara que no recuerda el nombre de la mujer.
De acuerdo a lo reconstruido por las crónicas periodísticas de la época, la mujer era Rosa; y era una de las trabajadoras del Samay Huasi. La misma crónica de Los Andes resalta que Rosa estaba tomando un té para paliar el frío, e intentó encender un fuego para calefaccionarse. “Se notaba que había sido un hotel muy lindo y de alta categoría en su momento; pero estaba venido abajo, en decadencia. Como hacía frío, quisieron prender la chimenea. El detalle es que, por falta de mantenimiento –y según nos contaron después, cuando fuimos a hacer la denuncia- la chimenea estaba tapada. A ello se le suma que no se quiso encender un fueguito chico, sino que la idea fue encender uno de grandes dimensiones. Y eso, sumado a la chimenea tapada, provocó todo el incendio. Para colmo el hotel era todo de madera y tela, y el fuego se propagó en el acto”, retoma su relato Ana Julia a poco menos de un mes de cumplirse los 18 años de aquella tarde.
Tiempo después, fue confirmado –además-que el panorama se agravó aún más cuando las llamas llegaron a una caldera con gasoil ubicada en el subsuelo del histórico hotel. Eso fue lo que produjo la mencionada explosión final.
Casi vacío
Además de Ana Julia Zulinakis y Giselle Castro, aquella tarde había muy pocos visitantes alojados, y también poco personal abocado a las tareas rutinarias de atención y mantenimiento (según la crónica de Los Andes del día posterior al incendio, solo había 3 empleados).
“Había muy poco personal, y también pocos huéspedes. Cuando llegamos nosotras al hotel, había 3 personas más, y eso era todo. Y cuando ocurrió el incendio, había tres grupos familiares más que venían de Chile, acababan de llegar y querían alojarse en el hotel. Pero ni siquiera alcanzaron a instalarse ni desarmar sus cosas, ya que apenas comenzó el incendio, se fueron por la puerta de atrás. No llegaron a perder nada”, recapitula Zulinakis.
Las, por entonces, dos jóvenes fotógrafas salieron del hotel por la puerta de adelante; y lo hicieron cargando a la mujer que habían rescatado de la planta superior. Ya afuera del hotel, otras personas que estaban en el lugar ayudaron a Ana Julia y a Giselle a cargar a la mujer que acababan de rescatar. Y allí fue cuando sintieron –y vieron- la explosión que menciona Ana Julia.
El después del accidente
Ya fuera de peligro e ilesas, las jóvenes bonaerenses se enfrentaban a otra dura situación: intentar regresar a sus hogares sin más que la ropa que llevaban puesta y el poquito dinero que Zulinakis pudo rescatar antes de abandonar la habitación.
“La mayoría de la gente que estaba en el lugar se fue apenas comenzó el incendio, pero nosotras estábamos sin auto y apenas con lo puesto. Estábamos en Pampa y la vía. Por fortuna, cuando estábamos fuera del hotel, nos encontramos con una pareja que era de la Ciudad de Mendoza. Nos subieron al auto y nos llevaron a su casa. Allí pudimos comer algo y llamar a nuestras familias para contarles lo que había ocurrido, y avisar que estábamos bien. Esa misma pareja que nos llevó se contactó con un conocido que tenía un hotel, y pudimos pasar la noche en ese lugar. ¡No teníamos nada con nosotras!”, recapitula la mujer.
El día después del incendio, ya instaladas en la Ciudad de Mendoza, Zulinakis y Castro radicaron la denuncia en la Policía, y también se dirigieron al edificio del diario Los Andes, donde fueron entrevistadas y relataron esto mismo que esta mañana Ana Julia vuelve a reconstruir. “Ese día lo pasamos lo más ameno posible, hasta que salió el micro y volvimos a Buenos Aires. La sensación que nos quedó –y que, en mi caso, se mantiene- es de que tuvimos suerte de poder salir a tiempo. Fue algo de película, en no más de 10 minutos vi las primeras llamas yo, ayudamos a bajar a la mujer, salimos y explotó todo, Si Giselle no escuchaba a esa mujer y no subía, no la hubiésemos podido salvar”, reflexiona en voz alta, mientras toda esa secuencia regresa a su vida.
“Queda una sensación de alivio por cómo se dio todo, fue muy repentino e inesperado. Creo que nunca siquiera terminamos de entender lo que pasó esa tarde. Lo importante es que pudimos salvar una vida; el dinero y lo material es algo que hoy tenemos y mañana no. Pero no es lo más importante”, agrega casi al cierre. Y también piensa, en voz alta, como su camino de fotógrafa mutó a lo terapéutico, a ayudar al otro. De hecho, no se anima a descartar por completo que lo ocurrido aquella tarde en el Manzano Histórico no haya incidido –tal vez de manera inconsciente- en su nuevo rumbo.
El mito de la masacre
Por fuera de esta historia documentada y que cuenta con el sustento de una de las testigos y protagonistas de la inolvidable tarde en que el Hotel Samay Huasi fue devorado por las llamas, hay un sinfín de mitos y leyendas.
Uno de los más repetidos por los lugareños –y que incluso ha trascendido a los vecinos de Tunuyán- es el que habla de una masacre que tuvo lugar en los años en que el hotel estaba siendo construido originalmente. Siempre de acuerdo a la leyenda urbana, fue a fines de los 80 cuando comenzaron los trabajos más modernos en la zona, y de los que participaron varios lugareños que fueron contratados.
En medio de los complejos trabajos de remoción del suelo, cuenta esta historia que ha proliferado del boca en boca, se hallaron huesos humanos en el lugar. Y los antropólogos que trabajaron en el estudio de los restos confirmaron que se trataba de una fosa común en la que habían sido enterradas unas 15 personas, episodio que –según los análisis de los restos- habría tenido lugar al menos 70 años atrás.
Esta misma leyenda cuenta que el dueño del terreno, y quien estaba encarando la construcción del hotel; no quiso detener la obra bajo ningún punto de vista. Y pese al macabro hallazgo y a que restaba determinar a ciencia cierta que había ocurrido en el lugar, el empresario (plata de por medio) ordenó cubrir la fosa común y continuar con la construcción del hotel como si nada hubiera ocurrido.
Cuando el hotel estuvo listo, a uno de los obreros que había trabajado en el lugar, se le ofreció el puesto de guardia de seguridad. Y es de su boca de quien, se cuenta, se reconstruye este relato. El mismo relato que sostiene que una noche –con el hotel ya operativo- una pareja de hospedados le reprochó al propio guardia por gritos y llantos que se oían desde el interior de la habitación 10. ¿Lo curioso?. Se dice que esa noche no había nadie alojado en la habitación. Pero los gritos y sollozos continuaron oyéndose, y el reclamo de los huéspedes se repitió.
Luego de pedirle autorización al joven que se había quejado inicialmente por los ruidos para explorar desde su habitación, el guardia hizo una breve inspección ocular; pero no observó nada extraño. Cuando se disponía a retirarse, tuvo lugar una secuencia totalmente ilógica: él y quien se hospedaba en la habitación, de repente, estaban solos en todo el hotel. La pareja del huésped y la recepcionista no estaban en ninguno de los rincones del hospedaje.
Y, siempre de acuerdo a esta leyenda, repentinamente comenzaron a oírse ruidos, gritos y risas. En ese momento, el joven que hasta ese momento había acompañado al guardia –y quien había hecho el primer reclamo por los ruidos molestos-, de repente escapó corriendo a toda velocidad en el interior del hotel. De un momento para el otro, el sereno encontró a ese mismo joven con un profundo y tenebroso corte en su cabeza caminando a su lado. Y lo siguió hasta el interior de una habitación, donde encontró un sucio espacio repleto de gente discutiendo.
Sin alternativa, cuenta esta misma leyenda que el guardia saltó por una ventana que daba a uno de los filos del punto donde estaba instalado el hotel. Pero sobrevivió, fue hospitalizado y, una vez recuperado, reiteró una y otra vez esta historia sin que nadie lograra creerla.
Esta misma leyenda es la que sostiene que varias décadas atrás, a mediados de la década del ’30, un adinerado terrateniente logró hacerse son el predio para instalar un lujoso hotel en el lugar. Para ello debía contar con el apoyo de los lugareños, y esto fue casi unánime. El “casi” fue porque un grupo de familias se oponía al emprendimiento, que implicaría que los despojen de sus tierras.
Mediante engaños, el empresario citó a los lugareños que se rehusaban a la construcción del complejo a una opulenta cena en un determinado lugar. Y, cuando estaban todos disfrutando de los manjares, repentinamente fueron atacados salvajemente por un grupo de policías que había enviado el terrateniente que intentaba construir el hotel en el lugar.
La leyenda urbana sostiene, además, que fue el propio empresario quien se encargó de abrirles la cabeza de un hachazo a quienes se resistían. Y todos estos cuerpos fueron enterrados en una fosa común, la misma que a fines de los 80 fue encontrada cuando se comenzó con la construcción del moderno hotel. Y que aquel hombre que el guardia encontró caminando a su lado aquella terrorífica noche, era uno de los asesinados por el violento hachazo.
Incluso, es esta leyenda la que sostiene que, ya retirado como guardia del lugar, fue este sereno quien un sábado por la tarde de junio de 2003 –y sin que nadie lo notara- se escabulló en la zona del hotel. E inició el incendio para que evitar que prolifere cualquier tipo de emprendimiento en este “lugar maldito”.