Los conocimientos de Ramón Acebo fluyen, unos tras otros, casi de manera natural durante su charla. Albañil, boliviano de la zona de Potosí y mendocino por adopción, no sólo es producto de su prodigiosa memoria sino de los innumerables libros que “devoró” desde que aprendió a leer.
Tal vez por eso y por su deseo de seguir aprendiendo cada vez más sobre sus temas favoritos -historia, literatura y filosofía- se juró que algún día, más allá de la edad que tuviera, iba a transitar los pasillos de alguna universidad.
Y así lo hizo: a los 68 años, le quedan ocho materias para graduarse en Ciencias Políticas y Administración Pública en la Universidad Nacional de Cuyo, carrera a la que ingresó con un examen en el que obtuvo 95 puntos sobre 100.
Sin embargo, nada en su vida fue fácil: de origen extremadamente humilde, la vida lo golpeó duro desde muy pequeño, cuando vivía en un campamento minero y fue el único sobreviviente de cinco hermanos, que fallecían a poco de nacer por causas relacionadas a la pobreza y a la falta de acceso a la salud.
También quedó huérfano de padre de manera prematura. Su papá era un trabajador minero que sufrió a los 27 años los efectos de una tuberculosis que no superó. Así, Ramón fue criado por su madre, que sólo hablaba quechua y sobrevivía lavando ropa de los obreros en una precaria vivienda situada a más de 3.500 metros de altura.
A los 3 años, Ramón halló en una valija el único legado material que le dejó su padre: una colorida revista Billiken que le llamó la atención entre montones de revistas “Selecciones”, de Reader’s Digest.
“Me enamoré de la historia de San Martín, su nacimiento en Yapeyú, sus batallas, la organización del Ejército, el cruce de los Andes… y creo que desde entonces soñaba con conocer Mendoza”, evoca.
Un paseo duradero
Finalmente, rumbo a la Tierra del Sol y del Buen Vino partió en abril de 1974 para permanecer un tiempo, aunque al final ese plazo se prolongó toda su vida. Llegó en tren y asegura que nunca olvidará la felicidad que sintió aquella noche en la estación ferroviaria de calle Belgrano. Alquiló una piecita junto a su primo y consiguió empleo como ayudante de albañil.
Esa actividad, que finalmente lo salvó porque no tenía estudios, lo acompañó siempre, incluso hasta hoy, en que se especializa por cuenta propia en terminaciones de obras finas. “Soy muy minucioso y pocos valoran el hecho de ser detallista, por eso nunca prosperé demasiado económicamente, sino que sobreviví”, diferencia Ramón. Sin embargo, la universidad rondó siempre por su cabeza.
“Hubiese deseado otra cosa para mí, por ejemplo ser escritor, pero si apenas pude terminar la primaria… Además, las posibilidades como extranjero no abundan”, se resigna. A través de un programa de la UNCuyo destinado a adultos de más de 25 años, pudo inscribirse en la carrera, que cumplió al pie de la letra hasta que la pandemia lo “descontectó”.
“El día anterior al que iban a colocarme internet comenzaron las restricciones y quedé un año y medio sin poder cursar ni rendir. Recién ahora estoy retomando. No estudio para ejercer, aunque uno nunca sabe. Estudio para saber. De hecho, no entiendo cómo un político no tiene su título en esa área”, señala.
Para inscribirse en la carrera, en 2012, primero esperó que sus hijas Solange y Egle estudiaran. “Una de ellas asistía a una universidad privada y me costaba muchísimo costearla. El último año de su cursada la becaron en Psicología y entonces supe que era mi oportunidad. Me anoté en Ciencias Políticas y también en Filosofía”, relata. En ambas sacó el mismo puntaje: 95 puntos sobre 100 para ingresar. Sin embargo, Ramón debió optar por una sola, por falta de tiempo.
“Ambos exámenes me resultaron fáciles; casi no tuve que estudiar porque soy una persona que leyó durante toda su vida y eso, sin dudas, brinda cultura general. Admiro a la gente que estudia y que progresa. En la universidad conocí a un policía jubilado con cinco títulos. Lo envidié por el respaldo económico que tenía y que le permitía estudiar sin problemas”, señala.
Ingresó a la UNCuyo con 58 años, hace 10. “Con los profesores, muchos de los cuales están por jubilarse, hablamos de igual a igual y eso es muy enriquecedor”, dice.
En cuanto a los políticos, Ramón es tajante: “Rechazo a la casta privilegiada que no cumple su rol en beneficio del pueblo sino en el propio, para perpetuarse en el poder”.
“Eso sí, en Mendoza la Constitución no permite reelecciones y me parece muy bien. Espero que nunca se modifique”, se esperanza.
Además de leer sobre Historia y Literatura –dice que pasaron por sus manos autores como Shakespeare, Dostoievski, Hemingway y Homero, entre otros—también es un gran amante y coleccionista de películas antiguas. Es que, según recuerda, en el campamento minero donde transitó su infancia, el cine para los hijos de los obreros era gratuito, además de todo un acontecimiento. Y allí nació su fanatismo.
“No hay nada que me cause más placer que leer o mirar una buena película. Creo, de todos modos, que los libros en papel irán desapareciendo de a poco. Mientras tanto, disfruto a pleno de mi biblioteca, la que extrañaré el día que me vaya de este mundo”, resume.
Ramón, que también se desempeña en el Instituto Tecnológico Universitario como encargado de la distribución de herramientas para los estudiantes que realizan prácticas, sufrió hace poco la amputación de un tendón de su dedo anular.
Pero como a todo le busca un lado positivo, dice que ese accidente, que lo mantiene de licencia por unos días más, le dio el puntapié para escribir.