El nombre de Juan Gualberto García no es debidamente recordado entre los mendocinos, lo que puede legar a considerarse hasta una injusticia. Sobre todo si se tiene en cuenta que en 1930, él -con sus jóvenes 14 años- y su madre se convirtieron en los salvadores de una leyenda de la aviación: el francés Henri Guillaument. En las inmediaciones de la Laguna del Diamante, Juan Gualberto fue quien dio con el aviador; quien había estrellado su avión una semana antes y deambulaba perdido por ese paraje sancarlino. Y le ofrecieron resguardo en su casa, para que días después pueda reencontrarse en la Ciudad de Mendoza con uno de sus grandes amigos, el también francés aviador y escritor Antoine Saint-Exupéry.
García falleció en diciembre de 2011, en Las Heras y con 95 años. Y aunque los reconocimientos le llegaron en vida -en 2001 fue homenajeado en Francia por el entonces presidente Jacques Chirac con la Legión de Honor-; surgió recientemente otra iniciativa para inmortalizarlo aún un poco más. El diputado sancarlino Mauricio Torres presentó un proyecto en la Legislatura de Mendoza para bautizar con el nombre de Juan Gualberto García a la Ruta Provincial 98, en el tramo entre la Ruta Nacional 40 y la Laguna del Diamante; en el departamento de San Carlos.
La historia
El viernes 13 de junio de 1930, en lo que se esperaba que fuese un vuelo de rutina, Guillaumet -quien había completado su primer vuelo en 1916 con 14 años y quien tres años después había recibido su licencia de piloto civil- salió del aeropuerto de Santiago de Chile en su avión Potez 25 y con destino a Mendoza.
Pese a que el servicio meteorológico había pronosticado un fuerte temporal en la Cordillera de los Andes, el piloto francés -que además era un temerario que disfrutaba de la aventura- despegó desde la capital chilena con destino a Mendoza. En medio del periplo, la tormenta sorprendió a Guillaumet en las alturas; por lo que el experimentado aviador desvió su ruta hacia el sur, siempre con el objetivo de cruzar el cordón montañoso. Sin embargo, y por más sed de aventura que tuviese; debió improvisar un aterrizaje forzoso en la zona de la Laguna del Diamante (San Carlos).
De acuerdo a lo reconstruido en una interesante crónica histórica publicada por Los Andes en 2016; al momento de forzar el aterrizaje en algún punto más calmo de los Andes Mendocinos, el avión de Guillaumet impactó contra el suelo y quedó invertido. Tras el aterrizaje, el experimentado aviador francés se refugió en la carlinga -cabina de vuelo del avión-. Todavía era aquel viernes 13 de junio de 1930, y el hombre debía hacerle frente a una cruda noche de temporal de nieve y viento. “Por suerte, entre sus provisiones tenía algo de licor que ingirió para soportar las bajas temperaturas”, detalla aquel artículo periodístico de hace cuatro años.
A la mañana siguiente, alertado por el ruido de los motores de las aeronaves que sobrevolaban la cordillera precisamente en su búsqueda, Guillaumet corrió y encendió bengalas. Pero todo fue en vano; ya que nadie se percató de su presencia.
Para evitar morir congelado en el lugar, Henri emprendió una caminata con una bolsa de provisiones hacia el este. Y escribió en un de las alas de la estrellada aeronave: “Je pars vers l’Est” ("Voy para el este”, en francés). La caminata también fue accidentada, e incluyó un desbarrancamiento desde un cerro; episodio en que perdió sus provisiones y botiquín. Pero, lejos de bajar los brazos, el piloto francés continuó su marcha vaya uno a saber hacia dónde. O “hacia el este”, como él mismo había dejado escrito.
Mientras esto ocurría en los Andes Mendocinos, el aviador fue declarado formalmente desaparecido. Y desde la compañía francesa dispusieron un operativo de búsqueda para dar con el paradero del piloto francés. Decidieron enviar algunos otros aviones con sus respectivos pilotos, y entre ellos se destacaba nada más y nada menos que Saint-Exupéry, quien quedó fascinado con la cordillera mendocina.
Salvador
Seis días después del aterrizaje forzoso, el jueves 19 de junio de 1930 por la mañana; un joven puestero de la zona encontró prácticamente desvanecido al aviador en las inmediaciones del arroyo Yaucha. Este adolescente era García; y junto a su madre, María llevaron a Guillaumet al resguardo del puesto Cerro Negro de San Carlos, donde habitaban.
Cuando el pesimismo comenzaba a apoderarse de la situación -incluso ya el objetivo había virado a dar al menos con el cuerpo sin vida del mejor amigo de Saint-Exupéry-, sucedió lo inesperado: se informó que Guillaumet había hallado con vida. Y el puestero Juan Gualberto García y su madre, María Romero de García; hicieron las veces de ángeles de la guarda.
El reencuentro
El día siguiente, una semana exacta después del accidente, los puesteros avisaron a las autoridades del hallazgo con tintes de rescate heroico. A Guillaumet lo trasladaron a la Ciudad de Mendoza, donde se encontró con su gran amigo y compañero Saint-Exupéry. El abrazo emotivo fue en el Plaza Hotel (actual Hyatt), y el propio autor de “El Principito” lo llevó en avión hasta Buenos Aires en su L-28.