Miles de historias se esconden en las tumbas, lápidas y panteones del Cementerio de Capital, entre entierros opulentos y olvidados, que muestran las grandes diferencias sociales que se mantuvieron en vida y también arrastran en la muerte. En el recorrido por esos pasajes, junto al guía e historiador Juan Carlos González, atravesamos el sector de los imponentes panteones de las familias más tradicionales de Mendoza, también grandes tumbas donde la arquitectura y materiales usados para su construcción asombran, pero a medida que continuamos el camino, vamos dando con los nichos municipales que aparecen entre calles más angostas, como el acceso al espacio en común.
Casi sobre el final del corredor, en dirección al Este, ingresamos a la última fila de la Nichera B, del sector antiguo y que Patrimonio Histórico, que se destaca por eternos paredones blancos tristes con más de cuatro metros de alto por 70 metros de largo, repletos de lápidas simples, ubicadas en un sentido de propiedad horizontal. Notamos, que el sol apenas ilumina, por algunos minutos, una lápida: Zacarías Taboada... leemos cuando nos acercamos a donde flotaba ese punto de luz.
En el espacio, abajo una pequeña placa de fundición acusa: “El Centro Guerreros del Paraguay a su camarada y Consocio, coronel Zacarías Taboada, 4 agosto 1912″, en la misma puede verse una corona de laureles en su parte inferior y un ángel sufriente, que representa la protección del alma del difunto.
Juan Carlos González se detiene y nos relata episodios de la Guerra del Paraguay y seguimos caminando, aunque el nombre de Zacarías Taboada me intriga, ¿Quién es ese guerrero reconocido por sus camaradas y cuyo nicho apenas visita la luz? He tomado un par de fotos, las suficientes para reunir algunos datos, los necesarios para emprender una búsqueda. Ese hombre, que custodia en silencio un ángel apesadumbrado, lo intentó encontrar en las páginas de documentos oficiales, en decenas de registros diarios y en los archivos de historia.
Ese coronel obtuvo tres medallas de oro y una de plata por su valor en varias guerras distintas y por los gobiernos de Brasil, el Estado Oriental del Uruguay y la República Argentina. Participó en más de 100 batallas en el territorio nacional, sobrevivió a cinco epidemias y pestes, en donde fallecieron miles de personas.
El mismo hombre que tiene varias calle con su nombre y está lejos del majestuoso Panteón de los Coroneles de la Guerra del Paraguay en el Cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires. Nos encontramos con una historia que no tenía quien la contara, la del coronel Zacarías Taboada.
De Tucumán a la Campaña
Zacarías Taboada nació en San Miguel de Tucumán en 1850. Sus padres, Juan Taboada y Manuela Castellanos, pertenecían a una familia militar; su educación fue castrense. Su carrera en las armas la inició el 7 de marzo de 1866, como soldado raso en el Batallón Salteño de Guardia Nacional, ascendiendo a fin de ese mes por acciones heroicas al rango de sargento, a los pocos meses era subteniente y antes de fin de año era teniente Segundo, por el manejo del sable y el valor que mostró en 12 batallas.
Se marchó a Rosario en 1867 para alistarse en la Guerra del Paraguay, incorporándose al Batallón 12 de Infantería, donde se destacó en los combates de Tuyú-Cué (el 11 de agosto), comandado por Bartolomé Mitre, y después en Paso Pucú, en Corrientes, durante la toma de las fortificaciones de Humaitá, actual ciudad de Paraguay. Posteriormente participó en Río Cuarto, Córdoba, bajo las órdenes del coronel Lucio V. Mansilla, donde ascendió a teniente primero.
El coronel Zacarías Tabaoda fue recordado por sus tropas como un líder que enfrentaba al enemigo desde las primeras líneas, que nunca detuvo su marcha y estuvo destinado en los fuertes, Sarmiento, Necochea, después en el Fuerte Irrizabal en Santa Catalina y finalmente en Río Cuarto, donde formó parte de la segunda expedición contra los Ranqueles.
Fue destinado a contener el segundo estallido de López Jordán, en Entre Ríos (1873), combatiendo en Arroyo de las Tunas y en Don Gonzalo. La vida le ofreció dos meses fuera de servicio, donde visitó Mendoza y estableció vínculos militares y políticos, hasta el estallido revolucionario y pasó a formar parte del Ejército del Norte, bajo el mando de Julio Argentino Roca.
En ese mismo año realizó varios enfrentamientos contra los Ranqueles, al sur de San Luis. Entre 1875 y 1876 vivió entre cuarteles y fuertes de Córdoba y San Luis, donde participó en más de 20 enfrentamientos. Sobre fin de año, se marchó a San Juan junto al coronel Roca, para aplacar la sublevación que lograron contener en 1878, en San Rafael.
En diciembre de 1878 fue destinado a Mendoza, a la 4.ª División del Ejército que partió desde el fortín El Alamito, bajo las órdenes de Napoleón Uriburu, Rufino Ortega y José Salas lo que marcaría la historia expansiva hacia el Sur de Argentina, la Conquista del Desierto, bajo el comando del general Julio Argentino Roca.
En 1880 expedicionó contra los indios de Purrán, capturando a su cacique. Después regresó a Mendoza y de allí partió a Rosario, luego de un descanso de dos meses a Corrientes para combatir el movimiento revolucionario. En esos días obtuvo el grado de teniente coronel, y su destino final fue Buenos Aires, donde pasó a formar el 12 de Infantería, y marchó hacia Neuquén, formando parte de una nueva expedición al Lago Nahuel-Huapi.
Su vida en Mendoza
El 30 de agosto de 1882 se casó con Irene Lencinas, de 20 años, en una ceremonia sencilla, con quien tendría 12 hijos. Se establecieron en un lote -de 72 hectáreas- que le fue otorgado por haber participado en la Campaña del Desierto, sobre calles Terrada y Olavarría, en Luján de Cuyo, según consta en el Documento Sucesorio en el Archivo General de Mendoza.
Colaboró contra la epidemia de cólera que azotó a la provincia a fines de 1886; en escritos que se conservan en el Archivo General de Mendoza, el doctor Conrado Céspedes, hace referencia que el 29 de noviembre se le exige al Teniente coronel Taboada, que disponga del batallón para que preste auxilio al tren que venía de Río Cuarto, ya que en Desaguadero se había establecido una posta sanitaria, donde se obligaba a realizar una cuarentena obligatoria. El soldado, bajo sus órdenes, Felipe Andrada fuera la primera víctima registrada de cólera.
Por días se encargó de la custodia de la ciudad, por el caos originado y los intentos de saqueos. Se sabe que estuvo en desacuerdo con el ingreso del tren, e incluso advirtió que la epidemia entraría a Mendoza con el tren. Taboada había vivido la epidemia de la fiebre amarilla en 1871, la viruela hemorrágica en 1879, la difteria y la viruela en tres oportunidades.
En febrero de 1887 la epidemia fue controlada, porque se cortó el riego en las acequias y se obligó a la población a hervir el agua para su consumo, también se regaban las calles con agua mezclada con cal. La cifra de muertos llegó a las 4.000 personas. Luego hubo una reorganización de las milicias que le llevó varios meses, donde incursionó por casi toda la provincia, era conocido en todos los pueblos porque controlaba el cuatrerismo y porque incentivaba a la educación de la infancia, en esos parajes distantes a las ciudades. Fue encargado de custodiar con armas a los lazaretos construidos en Las Heras y en San Vicente, actual Godoy Cruz, lugar de destino para las cuarentenas obligatorias a los inmigrantes.
En julio de 1888 fue ascendido al rango de coronel e incluido a la Lista de Oficiales Superiores, luego fue nombrado jefe de la Policía por el Gobierno de Mendoza de Jacinto Álvarez. Al tiempo se hizo cargo de la Oficina de Reclutamiento en 1894, hasta que fue nombrado jefe del Regimiento 12 de Infantería en 1904. Al año siguiente lo designarían presidente de la Junta de Excepciones de Mendoza, cargo que ocupó hasta 1905 cuando pidió su retiro por motivos de salud.
La última noche
El domingo 4 de agosto de 1912, a poco de las 2 de la mañana, llovía intermitentemente sobre Luján y tras el último suspiro, a los 62 años fallecía Taboada a causa de una neumonía, que lo hizo agonizar por casi un mes. Su hijo mayor Fernando le cerró los ojos ante el llanto de sus hermanos que estaban en la sala. Luego lo afeitó, fue hasta el ropero a buscar el traje de coronel para vestirlo, tal cual fuera su última voluntad.
Su señora, Irene Lencinas, solicitó en una publicación del Diario Los Andes que no fueran a llevarle coronas de flores a su funeral, que se realizaría en la casa mortuoria de avenida San Martín 624 de Capital. Sobre las 09:30 del lunes 5 de agosto, una imponente carroza fúnebre trasladó sus restos mortales hacia el Cementerio de la Capital, acompañada por cientos de amigos y compañeros de su vida militar, justamente hasta el sector de los nichos municipales, y allí la misma historia, con el paso de los años lo fue silenciando.
Desde el Archivo General de Mendoza, el aporte a la investigación en el tratamiento de la documentación original y su localización a cargo de la técnica universitaria en documentación Alicia Guevara fue fundamental. Agradecer también a la Biblioteca General San Martín, al Archivo General de la Nación, a la Biblioteca de la Legislatura Provincial y al Cementerio de Capital, José Curia y al historiador Juan Carlos González. También al Archivo General de Mendoza. Diarios Los Andes, La Tarde y La Palabra.