El fenómeno de los foros, los grupos online y las redes sociales potenciaron la acepción de un vocablo que, si bien existía desde hace más de dos siglos, comenzó a utilizarse con mayor regularidad en el idioma español a partir del 2019. El motivo del creciente uso de la palabra “ultracrepidario” se debe a una realidad que es cada vez más común y de la cual es muy difícil escapar, tanto que hasta uno mismo podría sentirse identificado con su significado.
En el siglo XIX -específicamente en 1819- el escritor inglés William Hazlitt acuñó la palabra “ultracrepidarian” en un texto dirigido al satírico autor William Gifford. Allí, Hazlitt definió a su receptor como un “ultra-crepidarian critic”, o en español: ‘’crítico entrometido”. De esta forma, se plasmó en papel por primera vez esta palabra que proviene de los vocablos latinos “ultra” (más allá) y “crepidarius” (zapatero) o “crepida” (zapato de la Antigua Grecia) para definir a una persona que opina libremente sobre tópicos de los cuales tiene pocos conocimientos.
En el diccionario de la Real Academia Española, ultracrepidario aún no es reconocido como parte de la lengua de los hispanohablantes debido a que “tiene un uso escaso y reciente en español”, explicó la institución.
Sin embargo, la definieron como una voz creada para “designar irónicamente a quien opina sobre cuestiones que desconoce”. En la misma línea, el US English Oxford Dictionaries denominó como ultracrepidario a “una persona que expresa opiniones sobre temas que están fuera del alcance de su conocimiento o experiencia”.
La palabra es un préstamo del inglés que habría comenzado a popularizarse en el idioma español entre 2018 y 2019. Por este motivo, en el primero de estos años fue elegida por el sitio de divulgación de filosofía Philosophy Matters como su palabra del año. En 2020, con la crisis sanitaria mundial por Covid-19, su significado se volvió cada vez más útil y certero para definir a quienes opinaban libremente y sin consecuencias sobre temas relativos a la salud en redes sociales.
La posibilidad de emitir un comentario, una opinión o un juicio que muchas veces no está fundado en un saber empírico o racional, sino en sesgos cognitivos, emociones o información tomada fuera de contexto, ha pasado a ser moneda corriente en las redes sociales. Incluso, en múltiples ocasiones, estos discursos sobrepasan el límite de las pantallas.
En este sentido, diferentes instituciones, fundaciones, medios y empresas que combaten la desinformación aconsejan a los usuarios que contrasten con diferentes fuentes la información que leen en publicaciones o ven en videos de las principales plataformas. Asimismo, recomiendan que si un individuo no cuenta con los saberes suficientes sobre un tema específico, escuche con respeto a quienes tengan más experiencia en ese ámbito o reconozca cuándo no tiene los conocimientos pertinentes.