“Es una palabra de la que se habla mucho, pero no siempre se puede experimentar. Creo que no es para cualquiera”. Patricia Timpanaro (50), Pato –como la llaman-, habla de resiliencia, aquella capacidad de adaptarse a situaciones difíciles o perturbadoras, y de superarlas de manera positiva.
Lo hace durante un break de su ya tradicional recorrido en tricicleta por Guaymallén, donde carga todos los días café, yerbeado, leche y bebidas frías. En el mismo rodado lleva sus 6 tuppers con tortitas, facturas y golosinas.
¿Y qué le van a hablar a Pato de resiliencia si ella es la clara muestra de ello? Porque después de años de pasarla mal con episodios de violencia intrafamiliar –un entorno en el que también se crio de chica, viendo y viviéndola de su padre hacia su madre-, a Pato le tocó volver a hacerse de abajo.
“Después de un año de sentirme tirada al abandono, un día me levanté, hice un click y me dije a mí misma que no podía seguir así. Retomé la construcción de mi casa, empecé casi de cero de nuevo, yo sola y me pasé 6 años metiéndole y metiéndole a la casa sin parar. Y hoy aquí estoy”, cuenta la madre de 4 hijos (3 varones y una niña).
“Ellos son mi vida, yo vivo orgullosa de ellos”, describe, con emoción, Patricia sobre sus hijos Matías (27), Gonzalo (23), Ismael (22) y Aitana (10). En cuanto a la más pequeña, es quien hoy hace emocionar a toda la familia. Porque a meses de cumplir 11 años, Aitana brilla en la danza y en la gimnasia artística. Ha ganado distintos campeonatos provinciales y nacionales, y –sin importar lo que pase- su familia siempre está allí con ella, dejando de lado –incluso- los conflictos que llevaron a que Pato y el padre de la pequeña se separasen después de años de vivir un calvario.
“Quizás tenemos lo justo y necesario, y tal vez menos. Pero a mis hijos nunca le va a faltar nada. Y ella siempre va a tener lo que necesite para poder seguir compitiendo y participando. Si un día no se lo puedo dar yo, se lo dan sus hermanos, que afortunadamente ya están trabajando y pueden ayudar con plata”, describe, orgullosa, Patricia.
Si bien Aitana practica danza clásica desde que aprendió a caminar, gimnasia artística fue una pasión que descubrió cuando ya era un poco más grande. Y su madre recuerda que, al comienzo –y sabiendo de las limitaciones económicas de la familia-, la pequeña tomó algunas las primeras nociones básicas viendo tutoriales en YouTube y copiando en casa lo que veía.
A PEDAL
Todos los días, minutos antes de las 11, Patricia Timpanaro sale de su casa, a 3 cuadras del Hospital Notti, para recorrer las calles de la zona con su tricicleta. Ni bien pisa la calle ya tiene algunos clientes fijos esperándola, algo lógico teniendo en cuenta que ella vive frente a un depósito y son varios los transportistas que la esperan ansiosos para comprar algún que otro “tentempié”.
Su recorrido va por Bandera de los Andes, llega hasta el Hospital Notti, dobla por Sarmiento y luego regresa a su hogar, ya cerca de las 17.
Hace más de 10 años comenzó a trabajar en el rubro, primero vendiendo solamente café. Pero un día le dijeron que cómo iba a vender café sin vender tortitas, por lo que agregó tortitas. Luego sumó sanguchitos, luego bebidas frescas y hoy es un casi un almacén móvil.
“¡Le he metido tantas cosas que los clientes me dicen soy un supermercado ambulante!”, se autodefine, siempre sonriente, siempre con buena onda,
Es en la zona del Notti donde mayor movimiento suele encontrar y donde también tiene clientes fijos. Porque siempre hay alguien deseoso de tomar un café, un yerbeado o un chocolate, de almorzar un sánguche de milanesa (Pato tiene de carne y de pollo) o de beber una gaseosa, agua mineral o jugo. ¡Si hasta vende cigarrillos sueltos!
En sus inicios, solo con café y tortitas, Pato se movilizaba en un auto. Hasta que el vehículo comenzó a romperse cada vez más seguido, y lo que invertía en dinero para arreglos era mucho más de lo que ganaba vendiendo. Allí mutó a la bici, y luego a la completísima tricicleta.
VOLVER A EMPEZAR
Patricia se crio en una casa donde convivió con la violencia intrafamiliar. Más puntualmente, su padre era violento con su madre. Años después, ella formó su propia familia, tuvo 4 hijos, y revivió este mismo calvario con quien es el padre de los 3 varones y la niña.
Pato pasó cerca de 30 años casada, de los cuales los últimos 10 fueron bastantes difíciles. Nadie dijo que sería fácil, pero la mujer logró salir de ese infierno. Fue en ese momento cuando hizo el click que la sacó de la depresión, se separó y pudo terminar la tan postergada construcción de su casa.
“Habíamos cambiado un vehículo por una casa y nos estafaron. En ese momento perdí todo y me quedó solamente un terreno donde había solo una plataforma construida”, rememora. Y agrega que hace 3 años se reinventó.
TODO POR MIS HIJOS
Aitana es la más chica de los hijos de Patricia. Tiene 10 años frente a los 27, 23 y 22 años de sus hermanos y todos viven con Pato. La relación de la mujer con el padre de los chicos es cordial, justamente por el bien de los chicos. Como ella misma describe al vínculo, lo justo y necesario (y, si es posible, menos también).
A los 2 años a Aitana la escribieron en danza clásica, y desde entonces se enamoró de la disciplina. Algunos años después, la niña –quien hoy está en sexto grado- descubrió su otro gran amor: la gimnasia artística.
“No me daba el cuero para mandarla a todo, por lo que ella veía videos de gimnasia en YouTube y copiaba todos los movimientos que veía. Me daba cosa que se pudiera lesionar. Entonces la inscribí en el polideportivo Nicolino Locche”, recuerda su madre.
Luego la cambiaron a una academia, en la que sigue actualmente. Aunque ello implicó –e implica aún- un sacrificio mayor desde lo económico, la familia tiene en claro que no va a separar nunca a la pequeña de su amor y pasión.
Aitana ya se ha consagrado campeona mendocina en la categoría de gimnasia artística “suelo”, además de ser subcampeona a nivel regional y entre más de 600 participantes. Toda la familia se entusiasma con la idea de competir en el campeonato nacional de 2025.
“Más allá de las diferencias que podamos tener con el padre, en esto estamos afianzados como familia. Y cuando pasa algo o nuestros hijos nos necesita, allí estamos juntos”, refuerza Patricia.
Los precios de equipamiento e indumentaria que la niña utiliza para sus clases y competencias de gimnasia artística no son nada baratos. Por ejemplo, la malla para poder competir cuesta 100.000 pesos. Y a ello hay que sumarle zapatillas más las inscripciones a torneos y eventos, entre otras cosas.
“No importa lo que pase o cómo estemos, siempre vamos a encontrar la plata en algún lado para que ella haga lo que más le gusta”, concluye emocionada y orgullosa la mujer.