Dentro de exactamente un mes, el 14 de diciembre, un eclipse solar total recorrerá el territorio argentino por segunda vez en años consecutivos. Los eclipses solares totales no son raros: en promedio, ocurre uno cada 18 meses en algún lugar de la Tierra. Pero como sólo pueden verse desde una estrecha franja, de 100 km de ancho, de la superficie terrestre, para disfrutarlos hay que viajar. Y vale la pena, porque un eclipse solar total es uno de los más extraordinarios eventos del mundo natural.
Durante un eclipse solar total la Luna cubre por completo, durante breves minutos, la superficie brillante del Sol, llamada fotósfera. El cielo se oscurece entonces como si fuese el comienzo de la noche y se pueden ver las estrellas. Y alrededor de la silueta negra de la luna nueva puede verse, a simple vista, un velo de luz fantasmagórica. Se trata de la inmensa atmósfera del Sol, llamada corona solar. Está siempre allí, pero por ser un millón de veces menos brillante que la fotósfera está siempre perdida en el brillo del cielo. Sólo puede vérsela durante los eclipses totales, o con instrumentos especiales llamados coronógrafos.
La atmósfera solar es compleja y en buena parte misteriosa, con una dinámica que todavía no conocemos en su totalidad. La región interior, que es la que vemos a simple vista durante los eclipses, es un gas casi completamente ionizado. Es decir, con los electrones arrancados de los átomos por la intensa energía del Sol. Esta substancia eléctrica, llamada plasma, está sujeta a la fuerza del intenso y turbulento campo magnético solar, que la “peina” formando los encantadores pétalos de la corona, que son distintos en cada eclipse. La Tierra se mueve dentro de este complejo medio de radiación y partículas energéticas en una relación que afecta nuestro propio campo magnético, nuestra atmósfera, nuestros satélites artificiales y hasta las redes de transmisión eléctrica y los oleoductos en la superficie. Es una una simbiosis que recién estamos comenzando a entender.
Esta parte gaseosa de la corona se extiende hasta unos 4 radios solares. A partir de allí hay una transición suave entre el gas ionizado y una nube de finísimos granos de polvo, que llenan el sistema solar en el plano en el que se mueven los planetas. Desde un lugar bien oscuro, en una noche sin Luna, es posible ver un resplandor fantasmal formando un triángulo sobre el horizonte occidental después de la puesta del Sol. Es la parte más brillante de una banda de luz solar reflejada en esta nube de polvo zodiacal (llamado así por ocupar la franja del cielo donde se ubican las constelaciones del zodíaco). Conviene tratar de observarla cerca del equinoccio de primavera, cuando se yergue más vertical sobre el horizonte del anochecer y su luz se distingue mejor al alzarse por encima del cielo turbio del horizonte. También se la puede observar antes del amanecer, formando una “falsa aurora” sobre el horizonte oriental; en tal caso conviene hacerlo alrededor del equinoccio de otoño. En la foto vemos esta luz zodiacal sobre el cerro Capilla, en Bariloche, como una flecha de claridad apuntando al corazón de la Vía Láctea, y se puede apreciar incluso su reflejo en el lago Nahuel Huapi. Desde un sitio verdaderamente oscuro la visión es sobrecogedora, ya que las partes más brillantes de la luz zodiacal compiten con la Vía Láctea, y se tiene la ilusión de una “doble vía láctea”.
Los más grandes de estos granos de polvo, cuando la Tierra se los lleva por delante, producen las familiares estrellas fugaces del cielo nocturno. Su origen, su dinámica, su interacción con el viento y la corona solares, y su presencia en otros sistemas planetarios, son en buena parte desconocidos. Uno de los pioneros del estudio de la luz zodiacal es muy famoso, si bien por otras razones: se trata de Brian May, guitarrista de Queen (73), quien la investigó durante años en la década de 1970, hasta que sus obligaciones de músico profesional lo llevaron a abandonar la astrofísica. Cuarenta años después (con una voluntad envidiable) retomó sus investigaciones, completó su tesis y obtuvo su título de Doctor en Filosofía del Imperial College de Londres.
El eclipse solar total del 14 de diciembre de 2020 se podrá ver desde una franja de 100 km de ancho que recorre la Patagonia norte. Cubrirá el volcán Lanín y unas pocas ciudades pequeñas: Junín de los Andes, Piedra del Águila, Sierra Colorada, Ramos Mejía, Valcheta, Las Grutas, San Antonio Oeste y Balneario El Cóndor. Si bien en el resto de Sudamérica se podrá apreciar un eclipse parcial, vale la pena decir que un eclipse total es un fenómeno completamente distinto. La diferencia entre un eclipse del 90% y uno total no es 10%, ¡es 100%! Quienes vieron el eclipse total el año pasado saben que es así. Quienes no lo hicieron, tienen una segunda oportunidad el mes que viene. Dos eclipses totales consecutivos en territorio argentino son realmente una rareza que hay que aprovechar. El siguiente eclipse total que cruzará la Argentina será recién en 2048.
*El autor es Doctor en Física-Div. Física - Estadística-Centro Atómico Bariloche, Conicet e Inst. Balseiro.