Nunca mejor aplicado el término de “resiliencia” en la historia personal de Rosa Elizabeth Barrio, a quien la vida puso a prueba el 29 de enero de 2016 con la peor tragedia inimaginable. Sin embargo, casi seis años después, tuvo la capacidad de ponerse de pie.
Aquel día, después de un almuerzo familiar en Rivadavia, tres de sus cuatro hijos y un nieto (Mayra; de 23 años; Valentín, de 12; Román, de 11 y Lautaro, de 8) partieron en moto a organizar el cumpleaños de su hermana mayor, que vivía a unas pocas cuadras.
Rosa aprovechó a tomarles una fotografía a todos sus hijos (incluso a Victoria que tenía dos años y se quedó con ella) a bordo de la moto azul de 110 cilindradas: era la última vez que los iba a ver a todos juntos.
En la esquina de Alem y Mariano Gómez, a unas 20 cuadras de su domicilio en Rivadavia, los cuatro ocupantes fueron embestidos en la banquina por una traffic y murieron en el acto. Habían frenado en una verdulería y estaban a punto de seguir camino.
“Hoy mucha gente suele decirme que es una tragedia que cuesta creer. Yo misma no lo creía y el proceso fue largo y doloroso”, relata Rosa, que es docente y vive por y para su única hija viva y su nieto Leonel, quien también vivió el drama de perder a su mamá y su único hermano.
Mientras repasa las mejores imágenes de los tiempos felices, evoca: “Eran las 3 de la tarde, pleno centro y primera vez que dejaba ir a todos en moto. A las 6 me pareció raro no tener noticias, Mayra solía llamarme a cada rato. Pasó mi hermano por casa y me avisó que algo había sucedido, que fuera a la Policía. Estaba baldeando la vereda, dejé a mi hija menor en casa y cuando llegué había mucha gente, la mayoría familiares”, recuerda.
“¡No me daba cuenta! Me hablaban de un accidente aunque sin detalles. Quería salir al hospital pero me decían que no, que mejor permaneciera allí…”. De pronto alguien le comunicó que sus tres hijos y su nieto habían fallecido. “Fue una confusión total”. La autopsia, el reconocimiento de los cuerpos, el interrogatorio, el duelo, la despedida… Todo llegó de golpe, sin aviso. La familia quedó devastada.
Rosa continúa: “Pertenezco a la Iglesia Evangélica y me enojé con Dios, aunque pasado un tiempo sentí el apoyo de toda su gente y pude reconciliarme. La fe me sacó adelante y también el grupo de autoayuda Renacer destinado a padres que perdieron hijos porque allí todos somos iguales, todos podemos contar lo que nos sucede”.
Más tarde, la agrupación Estrellas Amarillas le abrió un nuevo camino de lucha y esperanza. “Me hace bien pintar estrellas, cada uno debe hacer lo que mejor le salga porque, en estos casos, no hay recetas. Hay fechas terribles, cumpleaños, días del padre o de la madre, fin de año… y pintar una estrella me reconforta” relata.
En 2019 Rosa y su esposo, Mario Orozco, plasmaron en la calle las cuatro estrellas de sus seres queridos en el lugar del hecho. En enero próximo volverán a repasarlas de amarillo. “Atravesamos distintos momentos y apareció la culpa, el reproche, los problemas en la pareja. Es lógico. Iniciamos terapia y nos apoyamos en psicólogos. Salimos adelante y fue gracias a un montón de factores, a la mucha gente, compañeros de trabajo y amigos que han sido verdaderos sostenes”, concluyó.
“¡Sí a la vida!
Hace unos días, el grupo participó de un evento de concientización vial denominado “¡Sí a la vida! De vos depende no sumar una estrella más al cielo”, en el Paseo del Lago de Rivadavia. El símbolo de la estrella amarilla es de atención y de memoria. La estrella amarilla se pinta o se instala en lugares donde ocurrió un siniestro vial que ocasionó una o varias muertes, generando una rápida asociación entre el símbolo pintado y los riesgos de sufrir un siniestro. La jornada fue organizada por Estrellas Amarillas Zona Este, juntamente con el área de Cultura, Municipalidad de Rivadavia y la Unidad de Prevención Comunitaria (UPC) a cargo del comisario Fabián Becerra. “Agradecemos el apoyo del intendente Miguel Ronco, quien en todo momento nos acompaña en las distintas campañas”, dijo Rosa.