El pasado 3 de septiembre fue un día de fiesta: Thiago Abad, de 3 años, se sometió a la última quimioterapia en el hospital Notti.
Fue el primer paso para esta familia de Maipú que atravesó una dolorosa cuarentena entre cuatro paredes de una habitación, donde Thiago le puso el cuerpo a una leucemia linfoblástica aguda.
Florencia y Matías, sus papás, todavía se aferran a una foto donde lucen sonrientes junto a su hijo en el jardín y se esperanzan con que pronto todo sea como antes.
Contemplan la imagen en la que ambos plantan un jazmín florecido y reflexionan. ¿Cómo pudo haber cambiado tan drásticamente su vida desde noviembre?
No lo saben, pero sienten que estos últimos meses les dejaron una gran enseñanza: la de abrazar cada momento de felicidad como si fuera el último.
Se acercaba fin de año y Thiago sentía algunos síntomas que hicieron saltar la alarma. Repentinamente, llegó el diagnóstico que menos esperaban. Y así comenzó la lucha lejos de sus dos hogares: su casa de Maipú, junto a su hermanita Juana, y su amado jardín “El Nidito”.
El escenario cambió por una habitación, la 119, del Servicio de Internación Pediátrico N° 6 del nosocomio pediátrico.
Entretenido con juguetes y disfraces para que la quimioterapia fuera más llevadera y siempre acompañado por sus papás, Thiago sobrellevó aquellos días con gran dignidad. Y así fue como finalmente pudo volver a casa y comenzar un tratamiento denominado de mantenimiento, es decir, que no lo obligará a depender tanto del sanatorio.
Inocente, se ilusiona con volver al jardincito, el lugar que lo vio nacer. Porque a los cuatro meses de vida decidieron confiarle al bebé al mismo establecimiento donde tiempo atrás había concurrido su hija.
Pero Thiago no entiende todavía sobre el virus que cambió la vida en todo el mundo y, menos aún, de los efectos devastadores que dejó la pandemia y la cuarentena desde el punto de vista económico. Por eso sus padres aún no le han contado que el jardín ya no está.
“Ama su lugar y cada vez que pasamos por la puerta lo saludamos. Le decimos adiós al jardín, le repetimos que lo queremos mucho y nos acordamos de la seño, del patio lleno de juegos, del jazmín que plantamos juntos”, relató su mamá Florencia.
“Nos llena de tristeza. Todas las personas que cuidaron de Thiago fueron luminosas. Se creó una relación de tanta confianza y amor que para nosotros valía oro”, evocó.
“Aunque está mucho mejor, la enfermedad de mi hijo y el cierre del jardín nos dejaron pensando en cómo la vida puede cambiar en cuestión de días”, reflexionó, para señalar que por esas aulas pasaron los abuelos contando cuentos y agregó que siempre fue un lugar que priorizó compartir cada avance de los niños junto a las familias.
Hasta hace unos días, docentes y directivos enviaron a sus alumnos videos, canciones y algunos “trabajitos”. Pero la imposibilidad de seguir sosteniendo sueldos, cargas sociales y el alquiler llevaron a tomar la determinación de cerrar las puertas el 1 de agosto pasado.
La responsable de la institución, María Rosa Rosales, comentó a Los Andes que 16 docentes quedaron sin trabajo y que alrededor de 120 chicos de entre 45 días y 3 años deberán buscar otro maternal cuando se normalice el ciclo lectivo.
“El Nidito” llevaba, además, una trayectoria de 35 años de labor ininterrumpida.
“Con el cierre del jardín se me va un pedacito de mi vida. Tantos sueños y proyectos quedarán truncos. Es mi fuente laboral, además”, reflexionó Rosales, quien en un principio se desempeñó como docente.
Mientras tanto, Thiago espera, inocente, volver con sus amigos. Y María Rosa, la responsable de “El Nidito”, que esta pesadilla se transforme pronto en un lejano recuerdo.