La pandemia de Covid 19 ha planteado inmensos retos a nuestro comportamiento como sociedad, al igual que enormes desafíos y carrera contra el tiempo para la adecuación sanitaria, desarrollo de vacunas, distribución y protocolos para hacer frente a la incertidumbre y dinámica del virus SARS CoV-2.
Sirva esta breve introducción para reflexionar sobre el conocimiento y mecanismos que disponemos para detener y revertir otra pandemia, la de la crisis de biodiversidad.
En nuestro país, y más allá del conocimiento y entendimiento cada vez más acabado y avance de las investigaciones científicas, las ecorregiones de mayor riqueza biológica, llámese bosque chaqueño, selva de Yungas o la Paranaense, experimentan elevadas tasas de deforestación, degradación y fragmentación de hábitats, caza, deterioro social, expulsión de pobladores, entre otros. Recordemos que la tasa de deforestación del bosque chaqueño ocupa lugares relevantes a nivel mundial.
No hay duda de que vivimos un proceso de degradación ambiental generalizada. En este escenario ¿es posible manejar, revertir, detener o mitigar la crisis? La respuesta es sí, y se sustenta en que el país cuenta, más allá de altibajos, con cimientos fuertes en el desarrollo científico de diversas disciplinas ambientales, instituciones y universidades para hacer frente a uno de los grandes desafíos de este siglo, como es la crisis de la pérdida de biodiversidad.
Sin embargo, esto no basta para la respuesta positiva dada anteriormente. La otra parte, el instrumento que aún debe ser desarrollado integralmente, es la política ambiental de Estado y voluntad para llevar adelante la magnitud de los cambios requeridos.
“En nuestro país, las ecorregiones de mayor riqueza biológica, llámese bosque chaqueño, selva de Yungas o la Paranaense, experimentan elevadas tasas de deforestación, degradación y fragmentación de hábitats, caza, deterioro social, expulsión de pobladores, entre otros problemas”.
La ilustración de este desafío la encontramos tomando como base la gráfica de Venn, donde el desarrollo sostenible aparece como la confluencia de tres grandes dimensiones: ecológica o ambiental, social y económica. Dicho esto, corresponde preguntarnos como sociedad ¿cuán lejos o cerca estamos de este esquema? ¿Es sólo una idealización, una utopía?
Creo que no estamos errados si decimos que, de las tres dimensiones, la económica es la que tiene el mayor “peso”, a expensas de la retracción y deterioro ambiental y social. Entonces ¿cómo hacemos para equilibrar, armonizar o regular mejor “el peso” de estas dimensiones?
Aquí es interesante ver, y reflexionar entre todos, que el muy difundido gráfico de Venn carece de la instrumentación para llevar adelante la meta de la sustentabilidad. El instrumento o dimensión faltante no es otra que la política. Así, el desafío de la política ambiental es integrar, regular y armonizar las grandes dimensiones que convergen en la sustentabilidad. Dicho de otro modo, el desarrollo sustentable no se producirá por azar, ni por plegarias, ni buenos deseos, sino por una clara y definida política orientada a la sustentabilidad de la vida.
Es claro que para que esta política tenga éxito debe estar acompañada por el conjunto de la sociedad, junto a todos los emprendimientos, instituciones y conocimientos que hagan posible una mejor reorganización de las dimensiones y garanticen el desarrollo social y ambiental como una unidad.
El reciente reporte de Naciones Unidas sobre el cambio climático alerta sobre un umbral o punto de no retorno a escala global. Es lo que vemos a escalas más pequeñas, con paisajes desertificados por sobrepastoreo, o extinciones por pérdida, degradación y fragmentación de hábitats o caza.
¿En cuál punto se encuentran las ecorregiones de Argentina? ¿Cuáles han sido los costos sociales y ambientales del fuerte y acelerado embate sobre la naturaleza? ¿Podemos detenerlos y revertirlos?
No hay duda de los grandes desafíos que enfrentamos como humanidad. Basta ver unos minutos las noticias para bañarnos de sangre, incendios, inundaciones, balsas de migrantes, muros, misiles telecomandados, glaciares que pierden su fuerza, lluvia sobre Groenlandia, o cientos de lagos sobre la Antártida, entre otros tantos.
Cada vez que hablamos, o pensamos estos temas, busco ejemplos locales que permitan reflexionar sobre nuestro papel en el ecosistema. Un caso paradigmático, próximo a nosotros, es el “ocaso” del rosario de lagunas entre San Luis, San Juan y Mendoza, que no sólo representó un fuerte impacto sobre la cultura y comunidad huarpe, sino la pérdida de la extraordinaria diversidad biológica de la región hacia mediados del siglo pasado.
Detener y revertir el deterioro y degradación social y ambiental es el desafío de los años por venir. Es muy importante remarcar y difundir que la gestión ambiental debe hacerse dentro una concepción ecosistémica, en un marco de sustentabilidad, antes de alcanzar umbrales de no retorno.
La política ambiental de Estado es el instrumento para gestionar los bienes comunes, llámese aire, agua, suelo, biodiversidad, y regular el equilibrio entre las dimensiones ambientales, sociales y económicas. En otras palabras, no hay desarrollo sostenible sin política ambiental de Estado que integre las partes, las dinamice y defina los objetivos a alcanzar en bienestar social, conservación de la biodiversidad del ecosistema y la forma y modos de producción.
El desafío, atravesado por una amplia participación social, no es menor, pero, una vez alcanzado un nivel de consenso, podremos tener la certeza de que la administración de nuestros recursos naturales no fluctuará según políticas partidarias, sino que será producto de la sociedad toda, dentro de un espacio y tiempo dado. La deforestación, el cambio climático, extinción de especies, contaminación, invasiones biológicas, la pandemia, la pobreza, tienen nombre y apellido. Focalizarnos en las causas nos permitirá ver el bosque (¡y las soluciones!) con mayor claridad. Parafraseando a Eduardo Galeano, la sustentabilidad de la Tierra está en el horizonte y caminar hacia allí debe ser el objetivo de la humanidad.
*El autor es biólogo e investigador superior ad-honorem Conicet. Iadiza, CCT-Conicet Mendoza
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