El trabajo vitivinícola es “muy de varón”. La mujer sigue siendo delegada en el mundo vitivinícola, pocas se dedican completa e íntegramente a la vitivinicultura. Es un campo “minado” por los hombres y donde a las chicas les dan poco y nada de espacio en los lugares de toma de decisiones.
Claro, suele estar visto como un riesgo dedicarse a la producción de la vid. Por eso “hay que ser perseverante, amar la tierra y el cuidado del medio ambiente”, define Elizabeth Lopresti (56), productora vitivinícola mendocina, y ella que ha estado al frente de la Cooperativa El Algarrobal, en Las Heras, considera que el rol de la mujer en el trabajo de la tierra sigue siendo relegado. “Casi no hay mujeres trabajando la tierra; y los hombres siguen protagonizando los destinos de nuestra vitivinicultura”, opina.
Y, ¿cómo es un día en la vida de una vendimiadora?
Cuando el reloj suena a las 5 AM, apenas un susurro delicado del amanecer invita a unos mates al pasar para calzar las botas y salir al campo. Tímidamente empieza a asomar el sol en el horizonte y las montañas parecer desperezarse mientras ella, “Eli” en este caso, recorre las huellas del vino nuevo, esas que todos conocemos como hileras.
Lopresti ha implementado para sus 6,5 hectáreas de parrales el sistema de cosecha asistida para obtener una uva syrah más cuidada. “Pongo mi tractor y alquilo otro, además de dos carros que hice hacer a medida con compuertas para que después se pueda descargar la uva sobre un camión de cosecha sin lastimarla, y llevo un autoelevador que me prestan con una capacidad para levantar 4500 kilos”, comienza a detallarnos así su tarea cotidiana en época de Vendimia.
“Ese autoelevador levanta el carro con una horqueta, se baja la uva y así se cosecha. Los racimos van enteros y sin hojas. Ese es el propósito de esta cosecha asistida, dos personas van sacando las hojas de los carros, que van por la hilera; o sea que el cosechador no tiene el esfuerzo de correr por la hilera y no hay competencia entre ellos” completa. Su idea “es trabajar con la misma gente todos los años, somos una familia integrada por 14 o 15 personas, y quiero que ganemos todos. No quiero que compitan entre ellos. Quiero que trabajen con tijeras, yo les pago bien el tacho, a todos por igual, me gusta ganar y que ganen, quiero que todos ganemos en la producción”, afirma.
En casi 20 años de trabajo vitivinícola, han formado una verdadera familia. Robos en la finca, la piedra, la sequía, incendios, las crisis económicas del país. Nada le es ajeno a esta “familia” de cosechadores liderada por una mujer, que muchas veces pensó en bajar los brazos pero sigue adelante porque ese lugar en el mundo “me devuelve vida”, dice.
Su cosecha dura seis o siete días. “El año pasado tuve muy baja producción, me cayó piedra, así que ahora se tuvo que recuperar. Y gracias a Dios y a la Virgen de la Carrodilla, que le pedí tanto, esta cosecha fue bendita. La tierra nos dio lo suficiente para todos, y lo agradezco”, cuenta con satisfacción y fe católica.
Fin de la cosecha. Asado bajo el parral, con la mejor carne y el mejor vino. Porque el trabajo de la tierra invita a compartir. “Terminamos todos abrazados, felices. Esto es un dar y recibir, permanente”, relata “Eli” Lopresti sobre una labor que no ofrece descanso.
Es que para preparar la Vendimia, hay que empezar a envolver el parral, luego en diciembre o enero se riega para que el grano de la uva syrah se llene de agua y no se deshidrate. “Esto te augura una buena producción, yo riego todo el año. Y esta finca es totalmente orgánica, tengo una sanidad que me sorprende, no le pongo nada de químicos al suelo ni nada arriba tampoco. Mi finca está sana, ¿será el aire?, ¿será la energía que se respira en este lugar? Por eso no puedo despegarme de ella, pese a haber pasado tiempos difíciles, siempre se recupera, es mágico”, admite la productora.
La poda inicia a principios de marzo, tras la cosecha, con el arreglo del campo para dejarlo en condiciones; luego se abre los suelos para que “no te agarre desprevenida la helada”, advierte Lopresti, y detalla: “Hay que atar cada plantita que va creciendo y desbrotarla. Hacemos los barbechos. Toda la producción se hace en la casa. A mí me enseñó mi papá. Se cortan los pedazos de sarmientos y se entierran, después de tres meses se sacan y se van colocando en un pie, hoyando hilera por hilera. En la época de la poda se dejan los murones. Todo lo he ido aprendiendo de a poco, a fuerza de prueba y error”.
Bioquímica y farmacéutica, Elizabeth Lopresti tuvo problemas de visión que le impidieron dedicarse a su profesión. Entonces en las tierras de su papá se puso un criadero de conejos, llegó a tener cinco mil madres; se fue a vivir al exterior, y a su regreso con la inversión de los conejos decidió en 2004 comprar esta finca de 11 hectáreas, de las cuales 6,5 están plantadas. Con su trabajo en España pudo ahorrar para invertir en palos usados, alambres y en contratar unos buenos parraleros para que le armen sus actuales parrales. Mucho sacrificio. Se le ha cruzado por la cabeza abandonar todo, pero cuando pisa ese suelo, la magia vuelve a darse y esa energía la llena de vida nuevamente.
Su abuela se dedicaba a la vitivinicultura en Rivadavia. Su papá, dueño del recordado Balneario El Algarrobal, tuvo siempre fincas en Las Heras. Allí, en su balneario hace exactamente 50 años fue electa representante de la Vendimia 1972 la lasherina María Lourdes Ruiz, quien se alzó con la corona nacional y está cumpliendo medio siglo de reinado.
Muy apegada a su abuela, “Eli” dice que de ella heredó su amor a la vitivinicultura. “Y estas tierras me rescataron, a mí misma, sin poder estudiar y ejercer como farmacéutica me sentía muy limitada; con esta finca encontré la salida. Me aboqué totalmente a la vitivinicultura porque me encanta, es una pasión”, confiesa.
Dos de sus sueños próximos a cumplir en su tierra de El Algarrobal son tener su propio vino orgánico y poner un restó en la finca con exquisitas comidas y mágicas vistas a la cordillera, pensado para el enoturismo.
Y, para cerrar la nota, “Eli” deja un reclamo: más presencia y protagonismo de los productores vitivinícolas en los actos vendimiales. “En las actividades de la Vendimia no siento que se mime a los verdaderos mentores que somos los que vendimiamos. Deberían darnos un espacio destacado en el anfiteatro para ver la fiesta, no sé, yo antes me iba a los cerros; también me gustaría que nos convoquen a participar en las reuniones de negocio o capacitaciones, sería un gesto y un apoyo de parte del gobierno que no les costaría nada y a nosotros nos serviría mucho para progresar”, concluye.