Listo para volver a su casa después de un domingo agitadísimo en el cuartel de bomberos voluntarios de Guaymallén, donde se hallaba de guardia, Miguel Romero recibió el aviso de otro incendio en el centro de Mendoza y salió de inmediato junto a sus camaradas.
Miguel, que sufre de diabetes -aunque está controlado con medicación- tiene 45 años y lleva casi 30 en el cuerpo. Está casado con Cristina, que es docente, y tiene tres hijos, Gustavo de 22; Gabriela de 21 y Pablo de 16. También tiene una nieta, Malena, de un año, su “perdición”.
Trabaja en una fábrica de tapas de conserva en la zona industrial de Las Heras. No obstante, como bombero voluntario, no cobra un solo centavo.
“Llegamos al siniestro como apoyo de otros cuarteles, y subimos al cuarto piso del edificio de Colón 423 para arrojar agua hacia el tercero, donde se había iniciado el fuego. Una vez controlado, se ve que el humo negro y denso, sumado a que no había tenido descanso en todo el día, me descompensó”, relató a Los Andes, ya dado de alta luego de permanecer en un primer momento en el Hospital Fleming y luego en el Lagomaggiore hasta las 4 de la mañana.
“Me siento bien ¡De 10! Fue un orgullo haber podido actuar. Solamente me controlaron la glucemia por no haber ingerido alimentos durante muchas horas y me dejaron en observación. La atención fue un lujo en los dos hospitales”, dijo, minimizando su accionar.
Ayer domingo, la guardia estuvo más movida que nunca: debutó con un incendio en una fábrica de botellas de Rodeo de la Cruz; le siguió otro en un campo cerca del barrio Paraguay y, antes del edificio de Colón, actuó en una casa de familia donde el fuego destruyó todo.
“Ya me iba a casa, cansado, y nos llegó el aviso para salir a apoyar a otros compañeros. Esta tarea no tiene horarios, a veces no frenamos en todo el día, como ayer”, dijo.
Mareado y descompuesto, Miguel fue atendido en el Fleming, donde le suministraron oxígeno. Luego lo derivaron al Lagomaggiore para el control de la glucemia.
“La familia es la que acompaña y sabe que estas cosas pueden suceder”, valoró, para contar que a los 18 años, luego de siniestros ocurridos cerca de su casa, se decidió a iniciar esta apasionante misión.
“Ser bombero es tener vocación las 24 horas los 365 días del año. No es solo apagar el fuego sino colaborar en distintas situaciones de la vida cotidiana”, reflexionó, con una ancha sonrisa.
“Sigo eligiendo esto y me enorgullece ser bombero”, concluyó.