El trabajo, tanto de información como de propuestas de abordaje que los ambientalistas científicos y divulgadores han realizado, especialmente en las últimas cuatro décadas, está dando sus frutos, aunque no en la cadencia esperada. Como resultado de ello, una buena parte de la humanidad ha tomado conciencia de los riesgos ambientales que estamos corriendo, riesgos que irán aumentando en mayor progresión en los próximos años, en la medida en que el mundo no haga algo efectivo para mitigarlo, como por ejemplo ralentizar el ritmo de crecimiento poblacional, reducir el uso de combustibles fósiles, parar con el talado de bosques, conservar el agua dulce y la salud de los suelos, sólo para mencionar los principales factores.
Es claro que no todos los países han caminado por la misma senda. Algunos de ellos hacen oídos sordos y mirada desinteresada poniendo sus prioridades en orden a sus intereses personales o particulares, ya sea ideológicos o económicos sin tomar nota del peligro que nos acecha. La pregunta es: si estamos dispuestos a reducir consumos prescindibles, a reciclar, a re usar, a mantener limpios nuestros espacios, a cambiar nuestras dietas, a vivir sin lujos, a terminar con el uso del plástico, a concluir con actividades y/o entretenimientos creados en base a consumo o uso abusivo de recursos naturales útiles para la vida. No parece que esto sea fácil como no lo fue el conseguir que la gente usara barbijos en lugares cerrados o se vacunaran para la doble protección frente a la pandemia y más con la vocación cortoplacista de resultados que hoy ostentamos.
El valor de las universidades
El punto de partida de acciones concretas debería estar en las universidades, que son los centros de reflexión, análisis y construcción de un pensamiento científico direccionado a brindar soluciones a los problemas de la humanidad. Podríamos agregar que las corporaciones y los Estados son los que deben cerrar el círculo productivo de soluciones a las que nos estamos refiriendo, sin omitir a las comunidades que son las que realmente tienen el contacto con la naturaleza.
Por los fenómenos sufridos en los últimos años observamos que la concentración de CO2 (dióxido de carbono) en la atmósfera ahora es más intensa de lo que ha sido siempre por lo que podemos inferir que habrá cada vez peores eventos como huracanes, tormentas severas, vientos fuertes, ondas de calor intenso, sequías, contaminación, inundaciones repentinas en lugares insospechados, o pérdida de permafrost en lugares helados, entre otras calamidades.
Lo importante es que la mayor parte del mundo sabe que no puede aducir ignorancia acerca del fenómeno climático en crisis y tampoco desconocer la recomendación científica surgida de la COP 21 de París de 2015, que señaló el compromiso de las naciones participantes de mantener la temperatura en no más de dos puntos sobre los niveles preindustriales asumiendo una población máxima de 9.000 millones para 2050. Esto significa echar a andar los sacrificios arriba explicados, que son conservacionistas del patrimonio natural. Está claro que en el mundo de hoy el crecimiento basado en energía barata será un combo que no abandonará por causa de las presiones medioambientales. Luchar hoy contra el gran poder corporativo no será una tarea fácil. Al menos con las grandes potencias que, de algún modo, son las que fijan el camino energético por el que hoy estamos transitando.
La población mundial
Una excelente forma de colaborar es estabilizar la población mundial y con la debida planificación bajo la forma de un gran acuerdo mundial. Recordemos que al inicio del siglo pasado éramos 1.650 millones, pasando a 2.518 millones a la primera mitad. Pero, atención, en la segunda mitad el número llegó a 6.070 millones, un aumento de 241% en sólo 50 años. Luego al final del año pasado se registraron 7.800 millones o sea un incremento de 29% en 20 años mostrando un descenso en la velocidad de crecimiento que, a las claras, no es proporcionado a la necesidad de protección del planeta.
Ya hemos pasado la COP 26 desarrollada en las dos primeras semanas de noviembre pasado, en la ciudad de Glasgow (Escocia). Allí unos 30.000 participantes de más de 190 países junto con manifestantes, en su mayoría juveniles, participaron de ponencias, debates y conclusiones de ajuste a lo decidido en París en 2015.
Los puntos conflictivos de esta cumbre fueron la reducción del uso del carbón, la financiación de proyectos de energías limpias y la conservación de los bosques en pie, así como la disputada ayuda financiera que los países ricos deberían otorgar a los más vulnerables frente a los eventuales daños del clima.
También quedaron sobre la mesa de negociación la manera como se contabilizan las emisiones, las normas de transparencia y las reglas de controles mutuos. Es decir: la forma en que negocian permisos de contaminación, una fórmula que, sin embargo, despierta críticas en algunas organizaciones no gubernamentales, y comunidades indígenas. Para muchos países latinoamericanos, como los que comparten la enorme cuenca amazónica, también es importante la noción de pagos por servicios ecológicos, es decir, por preservar la selva, que es considerada el principal pulmón del planeta lo cual es motivo de fricciones ya que los gobiernos suelen no compartir beneficios con las comunidades que efectivamente trabajan para la sustentabilidad. Lamentablemente sigue habiendo una enorme brecha entre lo que los científicos piden, que es reducir inmediatamente el uso de combustibles fósiles, y lo que los gobiernos, las empresas y los ciudadanos están dispuestos a hacer para continuar la vida de la mejor manera posible.
El tema de la energía
Gobiernos y corporaciones no abandonarán el uso de combustibles fósiles hasta que haya suficiente energía limpia y barata para sustituirlos. Eso llevará más tiempo o requerirá sacrificios mucho mayores de los que se están discutiendo en la cumbre”. La oferta mundial de energías renovables crecerá en 35 gigavatios en 2021/22, pero el crecimiento de la demanda mundial de energía aumentará en 100 gigavatios durante el mismo período. Consecuentemente, los países que no quieran ceder en sus programas de crecimiento tendrán que recurrir a las fuentes de combustible tradicionales para satisfacer la demanda complementaria aun sabiendo que la transición energética no se puede ignorar.
La tecnología más la inteligencia artificial pueden cerrar esa brecha entre lo que el hombre está realmente dispuesto a hacer para mitigar el cambio climático y lo que realmente se necesita. Eso sí, habrá que rezar para que la humanidad empiece a entender que preservar nuestro futuro requerirá una considerable cuota de dolor.
Veremos en los próximos meses cómo evolucionan los acuerdos obtenidos en esta cumbre tales como la reducción de 30% en las emisiones de metano que se vierte a la atmósfera dentro de los próximos ocho años. Un acuerdo bilateral entre Estados Unidos y China, relativo a detener la tala de bosques, algo ocurrido por primera vez y con visos de seriedad. Los compromisos de India y China, dos grandes contaminadores, que han comprometido llegar a la neutralidad para 2070 y 2060, respectivamente. El país anfitrión ha planteado una reducción del 70% de sus emisiones para 2030 mientras que la Unión Europea sólo lo ha hecho por el 55% y finalmente los mayores treinta países productores de automóviles han firmado compromisos de cese de producción de vehículos a combustión interna para 2035. Se espera que los países ricos y a través del Banco Mundial, doblen su contribución al fondo común para ayudar al resto a realizar acciones tendientes a mitigar el riesgo ambiental provocado por el calentamiento global.
“El mundo en 2050″, que fue el hito más importante de la cumbre de París, no será producto del azar ni del voluntarismo informativo. Será como la humanidad quiera que sea, para bien o para mal y allí sabremos quiénes son los héroes y quiénes los villanos.
*El autor es especialista en temas ambientales
*Producción y edición, Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar