La pasión y el gusto por conocer las rutas del mundo sobre dos ruedas, con el rugido de un motor como fiel compañero, unió a miles de motociclistas en el noveno Encuentro Internacional de Mototurismo Cristo Redentor. La reunión de moteros procuró también sanar heridas que quedaron de uno y otro lado de la cordillera tras la guerra de Malvinas.
Desde las 8 de ayer los motores comenzaron a escucharse en el parque General San Martín. Los Caballitos de Marly fueron el punto de reunión de los más de 3.000 motociclistas que llegaron desde distintas partes del país y el mundo. Pasadas las 10, una extensa y ruidosa caravana puso primera y desfiló por avenida Emilio Civit, luego tomó por Belgrano ante la asombrada mirada de los transeúntes y así siguió por distintas arterias hasta ganar la Costanera y luego la ruta 40 y Acceso Sur.
Tras su paso por Luján, los motociclistas tomaron la ruta 82, traspasaron el nuevo túnel de Cacheuta, llegaron a Potrerillos y desde allí por la ruta 7 terminaron en Uspallata cerca del mediodía. Este domingo por la mañana estaba previsto que la procesión motorizada continuara su itinerario desde las 9 y luego realizara el ascenso hacia Las Cuevas para, alrededor de las 13, realizar un abrazo simbólico con la caravana de pilotos chilenos y el tradicional cambio de banderas.
“Esto es un homenaje a los veteranos de guerra de nuestras islas Malvinas para tratar de cerrar una grieta que quedó entre argentinos y chilenos. Yo soy motociclista y también veterano. Con este evento logramos que arriba del Cristo Redentor, monumento por la paz entre ciudadanos de Argentina y Chile, tratemos de cerrar esa grieta que un día generó una guerra nefasta”, explicó a Los Andes Daniel “Duende” Díaz, alma máter del encuentro.
El lugar de reunión no es caprichoso. El monumento al Cristo Redentor de los Andes fue inaugurado en marzo de 1904, exactamente en el límite que divide a Argentina y Chile, para conmemorar la superación pacífica de un conflicto por cuestiones limítrofes que había llevado a ambos países a estar al borde de la guerra. De ahí que volviera a utilizarse como símbolo de unión y armonía entre las dos naciones.
Hermandad sobre dos ruedas
Dos días antes del ascenso al monolito ya había más de 3.000 apasionados de las dos ruedas inscriptos, pero muchos se sumaron incluso horas antes de sentir la fresca brisa de la montaña en la cara. El evento forma parte del calendario internacional de Moto Turismo de la Federación de Motociclismo Internacional (Fimla) y fue fiscalizado por la Confederación Argentina de Motociclismo (Camod) y la Federación Mendocina de Motociclismo Deportivo.
“El año pasado arriba del Cristo Redentor tuvimos 4.200 motocicletas y esto ha ido creciendo en forma exponencial. Es impresionante cómo va creciendo porque el que viene hoy a este evento, y se va maravillado por los paisajes y por lo que vive, el año que viene vuelve con 10 amigos más. Y esos 10 el próximo año vuelve cada uno con otros 10″, comentó entusiasmado “El Duende”, quien conduce una Honda Falcon de 400cc y por ello es miembro de la agrupación “Falconeros mendocinos”.
Para participar del encuentro bastaba con inscribirse y abonar un canon que incluía seguro médico, ambulancia y traslados en caso de accidente. No importó qué moto tuviera cada participante ni qué potencia guardaba su motor. “Esto es libre de cilindrada y multimarca”, aclaró Díaz, uno de los principales organizadores de este encuentro.
Al pie del imponente monumento, a 3.854 metros sobre el nivel del mar, llegaron moteros de distintas provincias argentinas y regiones chilenas. Pero también lo hicieron mototuristas de España, Francia, Colombia, Italia, Estados Unidos, México, Paraguay, Uruguay y Brasil. “Los que vienen de Europa quieren conocer Sudamérica y los de acá queremos conocer otros países. Ahí vamos intercambiando opiniones y un montón de cosas para poder luego viajar y estar juntos”, apuntó “El Duende”, quien maneja una red de moteros de 25 países conectados por WhatsApp.
Las dificultades que tuvieron en la ruta de camino al encuentro y cómo las superaron, recomendaciones, miles de anécdotas y descripciones de los paisajes visitados se intercambiaron detrás de los manubrios entre los conductores, que seguramente volverán a verse las caras el año próximo. “La idea es generar una hermandad ente motociclistas viajeros. A través de las redes sociales conozco a todos los que vienen. Cuando los veo en persona ya hemos compartido un montón de cosas. Me faltaba verlos para poder abrazarlos nada más”, acotó Díaz. Y aclaró, tajante: “Somos motociclistas o moteros, pero nunca motoqueros porque así se le dice en Brasil a los motochorros”.
“El año pasado presenté a mi hijo motociclista arriba del escenario en Uspallata y este año presento a mis dos hijas, que han venido de Europa, y a mis dos nietos, de 4 y 5 años. Yo soy apodado ‘El Duende’ desde mis 5 años. A esa edad ya andaba con mi abuelo arriba de una Harley y después con mi padre. Soy un viajero de muchos años. Así me educaron a mí y yo lo estoy haciendo con mis nietos”, concluyó Díaz antes de perderse entre el sonido de las máquinas que, en la cima de la cordillera, volvieron a convertirse en símbolo de paz.