Dice que abrazó la fotografía de grande. De hecho, Martín Orozco marca el 2010 como comienzo de su carrera profesional. Pero al hacer un paneo sobre su historia, trae aquella cámara Estman Kodak Duaflex que aún guarda de su infancia cuando jugaba a descubrir un mundo a través de la lente para pasar las horas aburridas de la siesta.
Contar historias es su “misión en el mundo” y lo hace a través de imágenes porque sacar fotos es su pasión. Incluso, advierte, que si se encontrara “la típica valija (de la que muchos hablan como puntapié para un volantazo en su vida) con 50 millones de dólares” no dudaría en “seguir haciendo exactamente” lo que hace hoy.
“Mi sueño último es poder hacer esto hasta que me muera de viejo”, refuerza. Ahora, transitando la década de los 40, confiesa que se ve a los 95 años sacando fotos “un poco más relajado, sin tanta presión”. No es algo de lo que se vaya a jubilar. Tiene algunos proyectos en stand by por el momento, pero también sueña con “mostrar a Mendoza de alguna forma distinta” y con “conocer distintos lugares del mundo contando esas historias”.
Está convencido de que es el mejor momento de la historia para ser fotógrafo. “Una cosa es que todos sepamos usar las cámaras de nuestros celulares, pero de ahí a que se pueda marcar una diferencia es otra cosa”, admite Martín en una de las salas de su agencia que no para de crecer. Y sigue: “Creo que la fotografía está más valorada que nunca; es mucho más fácil vivir de la fotografía ahora que antes. Si sos bueno, tenés un talento y tenés las ganas de hacerlo es más fácil que te contrate una marca internacional viviendo en Godoy Cruz”.
Para mostrar ese diferencial y tener la libertad de probar cosas nuevas es que ideó el Proyecto 365 que ya va por su octava temporada. Siempre con la idea de contar historias ha capturado con su cámara o su celular personas, paisajes, momentos tanto propios como sociales. Ha tenido frente a él a tantas mendocinas y mendocinos que inspiran a otros tantos desde su lugar (algunos incluso que han salido en esta página). Y ha logrado fotografiar a otros personajes más conocidos como Pergolini, Santi Maratea, Claudia Villafañe... Para Martín, la única diferencia tiene que ver con las ganas de hacer cosas que tienen y la exposición.
Cuando habla no puede ocultar el orgullo que le genera su familia -su esposa Mumi y sus muchachos Lucio y Gaspar- y tampoco puede dejar de lado la satisfacción de trabajar con el equipo que ha conformado en su Estudio.
A los 41 años, está logrando mantener un equilibrio entre ambos aspectos de su vida. Precisa que su día arranca a las seis de la mañana para salir a correr y luego de una ducha está listo para afrontar la jornada. “Tenés como otra visión hasta donde vos mismo y del mundo”, dice y apunta que también se da tiempo para meditar 10 minutos al día con una app. “Respirar y concentrarte en el aquí y en el ahora; que se vayan las telarañas”, sintetiza.
Los comienzos
Con anteojos hexagonales de vidrios anaranjados y sin la barba -porque la apostó por el Mundial de Fútbol- que cuidó durante unos siete años, Martín recuerda que trabajó “de chiquito”, que vivió en el barrio Beghin, que fue a la primaria Manuel Láinez y siguió la secundaria en el Colegio Universitario Central.
“Siempre dibujaba, me gusta mucho la literatura; leer biografías y novelas”, dice este hijo de una “clásica familia mendocina de comerciantes”, compuesta por Fanny, Jorge y tres hermanos.
Desde los 15 años, se preparó para ser abogado y cursó la carrera hasta segundo año, aunque no rindió ninguna materia. Fue entonces cuando después de probar otras disciplinas (como piano) se cambió a Diseño gráfico y comprobó que se podía “estudiar con alegría”; así rindió todas las materias (sólo le faltó la tesis). “En la mitad de la carrera, descubrí la fotografía y el cerebro me explotó”, detalla a la vez que reconoce que lo único que se podría tomar como indicio de su pasión es esa cámara que a los 7 años encontró en una vitrina de la casa.
“Si con Diseño me obsesioné, con la Fotografía más”, señala. Sin perder tiempo, con videos de YouTube y preguntando a amigos que habían hecho fotografía calmó sus ansias de aprender y a través de la prueba y error fue adquiriendo práctica, entendiendo la velocidad del diafragma, jugando con las luces. Pero no sabía aún que se podía vivir de sacar fotos hasta que le pagaron y pudo comprar un flash.
Como siempre tuvo alma emprendedora, en 2007 se puso una agencia de Diseño y Publicidad con un socio. Luego se abrió y se dedicó a la fotografía.
Dos mil diez fue un año bisagra: conoció a María Lina (con quien se casaría dos años después y tendrían a Lucio y Gaspar), viajó a España y empezó a vivir como profesional de la Fotografía.
El crecimiento
Desde 2010, la demanda por su trabajo no paró de crecer. De repente, se vio como otros tantos amigos suyos dedicados a diferentes actividades sumergido en esa vorágine laboral que absorbe la pasión y convierte en monótona hasta la tarea más atractiva.
Como una salida a esa rutina, en 2015/2016 ideó el Proyecto 365 para compartir su arte a través de las redes sociales. Es una especie de “gimnasio creativo” donde explora técnicas y las más variadas ideas. Al comenzar se planteó las razones por las cuales sigue a otros fotógrafos y llegó a la conclusión que no es por sus campañas, sino por lo que los hace distintos.
“Estaba cansado de sentir que Mendoza no era cool, que su gente no era grosa. Que mi trabajo era siempre el mismo y que estaba encerrado en un loop de trabajar de lo que me llamasen con fotografía. Me di cuenta de que mis ídolos eran de cualquier otro lugar, y decidí comenzar el Proyecto 365. Cambié mi chip mental, de pensar que afuera están los grosos y acá los chotos. Y empecé a mirar con otra lupa a mis amigos, a mis colegas, a personas que encontraba, a mi ciudad y a todo lo que me rodeaba”, explica con sus propias palabras en un posteo de su Instagram, que en ocho años superó la barrera de los 40 mil seguidores.
Se trata de un “proyecto social” en el que Martín cuenta, con una mirada diferente a través de sus fotografías, las historias de tantos anónimos y de otros no tanto a los que ha tenido acceso. “La única diferencia que he notado entre unos y otros es que pueden tener más ganas de hacer cosas y algunos están un poco más expuestos”, se sincera mientras insiste en la importancia de la historia.
Desde su punto de vista, como asevera en su red social cuando festejaba los 2.000 días en junio del 2021, “el contenido original, las historias, y sobre todo la singularidad de cada uno de nosotros es lo que nos hace únicos. En un mar de contenido, dejé de querer imitar, y empecé a tributar, a seguir mi corazón y a mostrar lo que me enciende el motor”.
Tal como refleja y cuenta, mantenerse fiel a su visión le ha permitido convertir aquella iniciativa en un estudio, en plena expansión, y una marca con una forma de trabajo.
“Hace dos años, armé una agencia de comunicación que está bajo el concepto de boutique creativa, que le pusimos 365. Manejamos absolutamente todo: desde hacer el contenido hasta el diseño de la comunicación”, indica Martín y enumera que ya hay 12 personas en el estudio.
“Soy bueno en las relaciones y creando cosas que llamen la atención y asesorando el equipo. Agus (Cruciani) es como la directora de estudio y es como la parte seria”, admite y se muestra satisfecho de haber aprendido a delegar.
-¿Por qué decidiste quedarte en Mendoza?
-Están todas las herramientas dadas para que desde Mendoza se pueda vivir, salvo que quieras ser ingeniero espacial. Pero se puede vivir desde Mendoza tranquilamente y tener clientes tanto de Mendoza como de afuera. Todo depende del tamaño de tus ambiciones. Hay gente que con tener clientes solamente Mendoza le puede ir extremadamente bien o mal todo depende. Si tenés ambiciones globales, lo podés hacer, están dadas las condiciones: tenemos Internet, tenemos buenas conexiones. Claramente es muchísimo más duro emprender desde Mendoza sobre todo si se necesitan tener algo relacionado con la tecnología porque no hay acceso a materiales.
La base es lo preparado que estés. Pero si vos estás preparado y marcás una diferencia en cualquier ámbito, te van a querer contratar de cualquier lugar del mundo y sobre todo si creás, como en el caso de la fotografía, un estilo personal.
Yo, por ejemplo, trabajo para revistas de afuera y también tengo otros clientes de afuera y les gusta mi laburo.
La cámara que lo salvó del aburrimiento
“Esta historia nunca la conté, tampoco sé si es importante, si es que hay que estar atento a las señales, si es el destino, o algo psicólogico o qué carajo. Pero les cuento igual...” Comienza diciendo Martín Orozco en su posteo de Instagram de diciembre de 2021 y así, como al pasar, como lo cuenta durante la entrevista, acerca una antigua cámara fotográfica para la sesión en la que él es protagonista.
“Mi infancia es de la época analógica, me crié jugando en plazas, sin celular. Las siestas eran aburridísimas y no había cable. Esta cámara estaba en una vitrina de mi casa. Era de la abuela de mi viejo. Nunca la usó nadie. A mí me parecía hermosa. Es una Estman Kodak Duaflex. De formato medio. Mirar por esa cámara es como mirar con ojos del pasado en el mundo actual”, cuenta sobre aquellos días en los que estudiaba en la escuela Manuel Láinez y vivía en el barrio Beghin de donde también -afirma- salieron el futbolista Sebastián Torrico y un DJ que se encuentra en Tailandia.
También reflexiona sin saber a ciencia cierta si eso fue una señal en el camino que tomaría bastante después: “Mucha parte de mi infancia me la pasé mirando en las siestas a través de esa cámara, nadie nunca la arregló ni me compraron rollos. Tampoco lo pedí. Tampoco hubiesen sabido dónde arreglarla”.
“Desde mi carrera de diseñador, esa cámara acompaña mi estudio. Es hermosa. A veces, cuando estoy solo, la agarro y vuelvo a mirar como cuando tenía 7 años”, cierra el posteo y en la entrevista confiesa que tenía 23 años cuando la volvió a incorporar a su vida.