Marisol Chirino es mendocina, pero desde hace 11 años eligió Tafí del Valle, en Tucumán para vivir y para criar a sus hijos. No sólo eso, fue la primera mendocina en el pueblo y es la única veterinaria profesional del pintoresco lugar por lo que cuenta que en la plaza, en el mercado, en la calle, la saludan como “la doctora”, algo a lo que le cuesta acostumbrarse porque es de perfil bajo.
Este pequeño y pintoresco pueblo en un valle en las alturas del jardín de la república guarda su propia cultura y resguarda su identidad. Tiene cerca de 15.000 habitantes. Está anclada a la historia del país, a las cultura de las poblaciones originarias y propia del norte argentino como así también a los cambios que se generaron tras la llegada al territorio de los europeos.
Pero es un lugar muy tranquilo, la gente se conoce y le ha permitido a Marisol, que tiene 37 años, criar a sus dos hijos en un entorno muy distinto del que se tiene en una zona más urbana.
El vínculo con el lugar surge por un tucumano que fue su pareja y así conoció Tafí del Valle. “Era una linda oportunidad porque no había ningún veterinario, y fue un poco una elección de vida para no vivir en ciudades, vivir en un lugar más seguro, más tranquilo, poder criar niños en un ambiente natural más agradable”, cuenta la chica oriunda de Guaymallén.
Aunque ya no está con aquella pareja “sigo eligiendo vivir en el valle”, destacó.
Desde hace 8 años tiene su veterinaria en un punto neurálgico de lo que sería la zona céntrica del pueblo. Es la única clínica profesional, conformada como tal, aunque aclara que en la zona hay muchas personas que atienden animales aunque no hayan estudiado para ello sino a partir de sus conocimientos prácticos, como ocurre en los entornos más rurales.
¿Qué es lo bueno de vivir allí? Entonces Marisol comienza un relato que pinta su cotidianidad.
“Lo más hermoso que tiene el valle es la tranquilidad, semáforos tenemos hace un año, antes no teníamos y calles asfaltadas en los alrededores también hace poco; tenemos mucha seguridad, si bien hay algunos actos de vandalismo en casas abandonadas”, contó.
“Nosotros acá dejamos nuestros vehículos estacionados, inclusive con la llave puesta, cargado con todo lo que vos quieras adentro, nadie toca nada; en los jardines de nuestras casas tenemos sillas, mesas, los cierres perimetrales de los terrenos acá son con alambrado, no son con medianera, o sea que cualquiera puede entrar y salir de los terrenos, sin embargo, todos sabemos quién vive dónde, entonces nadie toca nada. No se roban cosas de los jardines”, continuó.
“En mi cochera tengo tres bicicletas y toda mi parte de taller, porque también soy artista, y nadie toca nada”, subrayó.
Como en todo pueblo, la plaza convoca
Las actividades de entretenimiento y culturales también son bien de pueblo aunque dijo que no abundan y obviamente, la plaza es un punto de encuentro: “Uno vive en un espacio muy tranquilo, por ejemplo, uno va los domingos a la plaza con los niños y no está detrás de ellos, van y vienen jugando y con certeza si se cayó alguno, algún adulto conocido lo encuentra y lo ayuda, porque todos nos conocemos”.
Pero igualmente reconoce: “Lo difícil, que yo por lo menos extraño de mi amada Mendoza, es la oferta cultural, la oferta artística, recitales y demás”.
Dijo que los últimos años la zona ha ganado en actividad. Quizás antes lo único que había para hacer era folclore y fiestas municipales. Entonces enumeró: “La fiesta del queso, la fiesta del gaucho, la fiesta de la verdura, la fiesta del día de la madre, y se terminó; en cambio, ahora de a poco se ha ido activando, por ejemplo, toda una movida con el tema tango, se han empezado a armar milongas, a veces inclusive milongas en la plaza, con invitación libre obviamente, eso lo hacemos con amigos. Yo no bailo tango, pero como apoyo la actividad, estoy ahí colaborando en llevar y traer micrófonos y parlantes. También la plaza se está poniendo linda porque está la feria de artesanos, pero además, en paralelo a la feria de artesanos que es municipal, hemos podido armar una feria, una asociación civil de artistas y artesanos del valle, que también hacen partidos de ajedrez, hacen campeonatos de ajedrez una vez al mes, más o menos”.
No todo es tan fácil
No todo es tan fácil aunque dijo que se ha ido acostumbrado. Uno de los desafíos ha sido la distancia con Mendoza para volver a visitar a sus familiares. La opción ha sido ir por tierra, en colectivo o en el auto propio. Otra alternativa disponible es el avión aunque había que hacerlo con escala y se hacía más costoso. Pero desde octubre Mendoza cuenta con un vuelo con conexión directa con Tucumán y destacó que eso ha sido una gran cosa para ella.
Para recorrer los 952 kilómetros que separan las provincias, por tierra se requieren 12 horas de viaje, sin embargo, con la nueva alternativa, se puede estar en uno u otro punto en poco menos de una hora y media.
Los servicios disponibles son los miércoles y sábados para el tramo Tucumán-Mendoza y los lunes y jueves para la conexión Mendoza-Tucumán.
“El tema de la distancia es complicado porque son mil kilómetros, que parece que no es mucho, pero andando en vehículo con dos criaturas si, lo he hecho varias veces, pero el vehículo tiene que estar en muy buenas condiciones para viajar”, explicó. Antes viajaba dos veces al año y después de la pandemia solo ha podido hacerlo una vez al año por las condiciones de su auto y desde junio del 2022 que no vuelve a Mendoza.
“Pero por suerte ahora vamos a volver, en diciembre vamos a poder viajar en avión porque mi vehículo sigue sin estar en condiciones para hacer mil kilómetros con niños. Gracias al vuelo directo; durante muchos años hemos sufrido que no haya vuelo directo porque han ocurrido muchas circunstancias familiares, te imaginarás en once años con nacimientos de niños y toda mi familia en Mendoza, familiares que han fallecido, situaciones límite en las que uno tiene que llegar rápido y al final tomarte dos aviones, hacer escala en Córdoba o en Buenos Aires, te terminás demorando lo mismo que tomarte un colectivo a la noche o manejar los mil kilómetros. Entonces realmente pensar que ahora hago cien kilómetros desde Tafí del Valle, me subo un avión y en una hora me estoy bajando en mi provincia, es un placer de los dioses, de verdad”.
Otro aspecto que fue un desafío fue adaptarse: “Fue difícil para mí al principio, ahora un poco me he ido acostumbrando, pero cuesta igual venir de una provincia donde siempre uno fue NN, como yo explico a la gente de Tafí y acá de repente pasé a ser la doctora. Entonces para mí fue y sigue siendo bastante complicada esa parte, porque me siento incómoda con ese reconocimiento extra que no puedo ubicar en mi escala de valores, en mi personalidad, soy una persona de perfil bajo, un laburante más, igual que todos”.
Contó que la idiosincrasia del pueblo está muy marcada por la historia, todo arrastra historia y es como que hacen todo lo posible por resguardarlo. Aunque con diversas miradas está en los relatos, costumbres y posturas de los pobladores, pero también en los varios puntos de interés turísticos que se ha buscado resguardar, como antiguas casonas de origen jesuítico o en la gastronomía, como los quesos manchegos.
El entorno irradia un pintoresquismo particularmente atractivo, los paisajes enamoran y la decoración de los lugares destinados al turismo han buscado reflejar la cultura típicamente norteña.
Hay otra particularidad de la zona. Se trata de un lugar que se usa para el veraneo, por eso hay muchas casas que se habitan especialmente para los tiempos de descanso, muchas más modernas quizás, con otro diseño y que contrastan con las de los pobladores. Por eso también hay un clima muy distinto en el verano: los tafinistos viven muy tranquilos todo el año, pero el lugar se llena de gente que llega de las ciudades, va y viene para la temporada, lo que cambia por completo el ritmo calmo y el entorno.
“Se revoluciona todo, nos volvemos locos”, apuntó la joven.
Los cuatro mendocinos en Tafí
Ella fue la primera mendocina en el pueblo y luego llegaron otros y conformaron una comunidad.
“Un día en mi consultorio me avisan que ha llegado un paciente e ingresa un muchacho con un perro, me siento en mi escritorio a comenzar a escribir la historia clínica y el muchacho se me para al lado y me mira bien fijo y me dice ¿Vos sos mendocina? Sí, le digo, ¿por qué? Me dice, yo también. Y hubo un impulso mágico. Me paré y nos abrazamos. El resultado del partido es que es mi co-keeper, mi mano derecha en mi clínica, es mi hermano perdido de la vida, somos familia, es el tío de mis hijos”, cuenta sobre Cristian, el rivadaviense. Luego también se fue a vivir allá su mamá.
“Ellos, gracias a este vuelo, en enero van a poder ir y volver rápidamente porque lo bueno de la conexión es que podés ir y venir como el fin de semana, digamos. Porque es el cumpleaños de su abuelita, cumple 90 años y estamos en plena temporada, o sea que no podés demorar tiempo en ir en auto, volver en auto”, agregó.
El cuarto mendocino es Facundo, un chico que tenía un bar en Uspallata y eligió irse a Tafí. “Uno de mis mejores amigos acá fue el que trasladó en camión los pedazos de bar que tenían en Uspallata hasta acá, hasta Tafí del Valle; al final no lo puso al bar”, concluyó la historia.