Luego de sus polémicas declaraciones contra el Gobierno, que se volvieron virales, la empresaria de 86 años dijo sentirse apenada porque los jóvenes piensan en alejarse del país cuando a ella -72 años atrás- la Argentina le dio todo.
“Hay méritos, señor presidente. Le pido por favor, no desprecie el mérito. Sin él, no hay aspiraciones, futuro, no hay nada…”.
Sin tapujos ni prejuicios y con un castellano atravesado por el italiano de la región de Le Marche, de donde llegó aquel 3 de noviembre de 1948 en busca de la tierra prometida. Así se expresa, así concibe la vida, María Teresa Corradini de Barbera, la empresaria gastronómica de 86 años que no puede quedarse en silencio ante el sentimiento de tristeza y desolación que la abruma.
Esta inmigrante que forjó su vida a partir del sacrificio, y cuya existencia bien podría transformarse en un libro, cuestionó duramente las medidas del Gobierno en una carta publicada en las últimas horas en las redes sociales que se hizo viral.
Horas después, en diálogo con Los Andes, fue aún más allá y advirtió: “No hablemos de pobreza, presidente. Antes de eso, brinde oportunidades, educación, justicia”.
“Y por favor ¿Adónde van con esos sueldos? ¿No tienen un poco de vergüenza?”, cuestionó.
Lúcida, jovial y con su corazón pleno en la Argentina y en Mendoza, opinó que la pobreza fue creada por los propios gobernantes, a quienes les pidió “ser más solidarios, abrazar a los jóvenes y amparar a las empresas para que nadie decida alejarse del país”.
-¿Qué sentimiento prevalece frente a este contexto?
-La tristeza. Siento que no hay libertad, no hay democracia. Me duele en el alma ver cómo nuestra Patria se cae a pedazos.
-¿Cómo se decidió a escribir la carta?
-Siempre estoy pensando y redactando mis opiniones. Esta vez me ayudó Julieta, una de mis nietas, que trataba de frenarme. “Nonna, es demasiado”, me decía y yo le respondía: “Ma, no. Vos ponelo así como yo te digo”.
-¿Qué es lo que más la entristece?
-Ver que transcurren los años y nada ha cambiado. Uno de mis dos hijos fallecidos, Joaquino, me dijo en aquellos tiempos que había votado a Menem y que estaba arrepentido. Me dijo “Mamá, creo que nos vamos a tener que tomar el buque”. Desde esa fecha la Argentina va de mal en peor. Estamos frente a un muro y sin la fuerza que se necesita para cambiar de raíz.
-¿Quiénes son los que más sufren?
-Todos. Le aseguro que únicamente el sentimiento de progreso, un cambio de cabeza, nos hará salir adelante. Cuando en el restaurante veo que hay colaboradores que lavan platos durante mucho tiempo les pregunto por qué no desean aprender otras cosas, a cocinar, por ejemplo. La cocina es un mundo tan amplio que nunca uno termina de aprender. “Ayudamos a los mozos, los mandamos a capacitaciones, a inglés, portugués, les enseñamos que su conversación y sus modales deben ser impecables; que sus zapatos y sus uñas deben brillar. Les digo que son la carta de presentación del local, de Mendoza, del país. Que nunca se sientan menos”.
-¿Cuál es su sueño?
-¡Tengo tantos! Algunos cuestan más porque con la inflación todo se complica. Pero sueño con que todos mis colaboradores tengan su casita y puedan crecer, puedan mandar a sus hijos a la escuela… También me gustaría llevar a mis nietos a Italia, no voy desde hace 20 años.
-¿Cómo afectó la cuarentena a sus restaurantes?
-Es muy difícil por los muchos gastos fijos y por el personal, que está todo en blanco. Agradezco la colaboración de los proveedores que nos dan facilidades y especialmente a nuestros clientes que nos siguen eligiendo. Esto no es poco, mis nietos son la cuarta generación.
-¿De quién heredó ese espíritu que la caracteriza?
-De mi mamá, Fernanda Torresi de Corradini, que atravesó lo más terrible que puede padecer un ser humano: llegar a la Argentina con un hijo muerto en el vapor Santa Cruz. Falleció de peritonitis en medio de la travesía. Pero ella siempre salió adelante, era una mujer con un empuje increíble. Instalamos nuestro bolichito y se preocupaba cuando el plato regresaba con la comida “¡Quiero saber qué pasó! ¿Por qué este cliente no comió todo lo que le servimos? ¡Quiero hablar con él!”, solía decir. Era despierta, luchadora. Ella me hizo de “puente” cuando conocí a mi esposo.
-¿Cómo?
-El estaba cenando en el boliche, también teníamos pensionistas, trabajábamos mucho. Me pidió a mí que lo atendiera, me dijo: “Andá que es un italiano”. Yo porfiaba con que era criollo. Al final, tuvo razón, era siciliano, pero no parece: de los dos, el huracán soy yo. El acento italiano es lo único que a Franco y a mí nos queda. Hablamos mucho, cantamos, nos reímos. Tiene 93 años".
-¿Cómo forjaron la familia?
-Siempre a base del sacrificio y dándoles estudio. Me acuerdo que un día habían publicado una página entera sobre mi vida en Los Andes, un diario que amo porque dice la verdad. Pero omití, sin querer, mi apellido de casada. Mi marido se enojó muchísimo, me preguntó si no me daba vergüenza ser una “señorita con siete hijos”. Le dije: “Con tantos hijos no creo que el apellido se pierda fácilmente”.
-¿Qué espera?
-Que salgamos adelante. Amo la Argentina y toda mi familia creció y se desarrolló acá. Pero le repito: tenemos que ser solidarios y lograr méritos. Sin méritos seguiremos donde estamos.