“Crecí en medio de la basura, trabajé y me alimenté a base de desperdicios ajenos y puedo asegurar que se trata de una experiencia triste. Cada vez que uno abre una bolsa se encuentra con un universo”. María Romelia Olmos tiene 33 años, es madre soltera de tres hijos y viene de familia de cartoneros que sobrevivieron merced a los residuos del Bajo Luján, Cacheuta y El Pozo, de Godoy Cruz, entre otros sectores de Mendoza.
Su historia es la de una niña carenciada que, junto a sus seis hermanos, sorteaban como podían el día a día. Sus abuelos y sus padres vivían de la basura y un día, a los 12 años, también ella se inició en esa vida que define como “inhumana”.
Sin embargo, corrió mucha agua debajo del puente y María logró superarse: hoy se desempeña en la Cooperativa de Trabajo Grilli, que funciona en el Centro Verde de Guaymallén. Siempre ligada a la basura, claro, aunque hoy la recibe seleccionada y ese cambio fue clave en su vida.
“Tenía 12 años cuando se había incendiado un supermercado y recuerdo que estábamos ansiosos por ir a ver qué podíamos obtener del basural donde habían ido a parar muchísimos desechos y material para vender. Fuimos con mis hermanos y mis padres”, recuerda María, hoy presidenta de la entidad, situada en calle 9 de Julio al 2000, de Guaymallén, donde trabajan alrededor de 50 operarios.
Agrega que aquel fue el punto de partida de una actividad de la que jamás pudo desprenderse. “Es una herencia, una linda manera de ganarse la vida. Ojo, no quisiera que mis hijos se dediquen a esto. Deseo que estudien y que tengan un futuro mejor. De todos modos, hoy me siento digna. La gente y mis propios niños me miran diferente”, aclara.
María se inició en la basura cuando en su familia los obsequios que solían hacerse eran caballos o carritos para salir a cartonear. “Así empecé, siempre junto a mis seis hermanos. Uno de ellos todavía continúa conmigo y el resto se abrió camino en otras tareas. Me apena que mis padres no hayan podido experimentar las posibilidades y la calidad de vida que brinda trabajar en una planta de reciclaje”, se lamenta.
La vida en medio de los residuos ajenos da lugar para cualquier cosa, asegura. “Los olores se pierden. Animales muertos y fetos en bolsas son moneda corriente. Pero también hay sorpresas, como dinero, teléfonos, alimentos y muchísimo material preciado que se vende a buen precio como latas, vidrio, cartón”, agrega Mari.
Situaciones e historias de vida abundan en medio de estos paisajes desoladores, donde la pobreza y las necesidades afloran en carne propia. “Un compañero se cortó una pierna y debieron amputársela. Las historias del basural son tristes. A nadie le gusta trabajar allí, sin las condiciones mínimas, ropa ni guantes y donde a cada rato llega la Policía”, recuerda.
Un cambio de vida
En 2018, después de toda una vida de hurgar en desechos, María pudo ver la luz. Hoy tiene a cargo distintos sectores de Guaymallén y la basura la recibe empaquetada y seleccionada. Todo llega a sus manos en adecuadas condiciones.
“Toco la puerta de los vecinos y me la entregan mirándome a los ojos. Muchos ya me conocen. Siento que soy alguien, tengo mi uniforme, mi carro, mi espacio. Son condiciones diferentes. Amo lo que hago”, reflexiona y agrega que se siente “persona” cuando regresa a su hogar.
“Mis chicos suelen preguntarme cuántos kilos reuní, porque eso equivale a la ganancia. Todo se etiqueta con nombre y apellido y se pesa, porque el pago es por kilogramo”, cuenta. Su salario suele rondar los 40.000 pesos al mes. “Puedo alquilar y mantener a mis hijos”, cuenta orgullosa.
María no se cansa de agradecer a Alicia Montoya, una referente cartonera de Buenos Aires quien resultó la impulsora inicial para que se formaran cooperativas. “Trato de seguir su ejemplo y siempre digo que nuestro objetivo es sacar a la gente de los basurales. No quisiera que haya más personas trabajando en estos espacios inhumanos, insalubres y peligrosos. Me hubiese gustado ver a mis padres en una planta recicladora pero no llegaron a tiempo. Ellos ya no trabajan, son mayores y están enfermos”, relata.
“Cien mil historias”, según cuenta, tiene María en su haber y también un bagaje de sentimientos. Su sonrisa pegada a la cara en compañía de sus hijos Walter, de 13 años; Aarón, de 9 y Julieta, de 6, hablan a las claras de su felicidad actual. “Soy recicladora y se me hincha el pecho del orgullo”, concluye.
Ayuda para salir
María dejó su contacto para quienes, al igual que ella, desean un futuro mejor en este universo inimaginable, enorme y que delata a la sociedad: la basura. Su teléfono es el (261) 153749880.