Cuando a Lourdes Pavez le dijeron que el valor del buzo de egresados de su escuela, en Agua Escondida, Malargüe, era de alrededor de 4.500 pesos, no lo pensó dos veces y comenzó a tejer su sueño.
Era mucho dinero. Nada mejor que pensar en juntarlo ofreciendo lo que siempre supo hacer, sus maravillosos tejidos, los tradicionales y también al crochet.
Desde muy pequeña, cuando encontró dos agujas en su casa, su mamá les enseñó a ella y a su hermana el arte del tejido. Poco después ambas se presentaron en un concurso de la escuela y ¡ganaron!
Lo cierto es que Lourdes, que vive en el puesto Agua del León, un lugar inhóspito con escasa señal y caminos intransitables, puso manos a la obra para lograr el buzo y empezó a tejer bufandas, pantuflas, escarpines, gorros, cartucheras y manoplas. En realidad, lo que le pidan.
En la Escuela 4227 “Guadalupe de la Frontera” las fotos de sus creaciones empezaron a circular y, así, con gran alegría, logró algunos clientes.
Es que a sus padres, que se dedican a la cría de chivos, no les sobra nada. Ella es consciente.
“Amo tejer, mi mamá me enseñó los puntos básicos, pero después me regalaron un libro y ahí aprendí muchísimo más”, recuerda.
El mayor inconveniente era –y sigue siendo- conseguir la lana: su casa está lejos de General Alvear, la localidad más próxima donde venden. Es que Agua Escondida está casi al límite con la provincia de La Pampa y más cerca de la ciudad de General Alvear que la de Malargüe. Así, sus tías suelen acercarle la materia prima cada vez que viajan.
“La venta es pequeña, va de a poco”, cuenta con timidez, mientras agradece a Gimena Olivarez, secretaria de su escuela, por ser la primera clienta y quien difundió con fotos el trabajo artesanal de Lourdes.
“Un día publicó que vendía medias de lana y las compré sin dudar frente al invierno que se avecinaba. Me encantaron y empecé a mostrarlas”, confió Gimena a Los Andes.
“No hice más que promocionar su trabajo, que es hermoso y prolijo, y los pedidos no se hicieron esperar”, completa.
Feliz de haber transcurrido su infancia en un lugar alejado del ruido de la ciudad, aunque con algunas carencias y limitaciones, la chica asegura que los niños criados en el campo “son distintos, sanos y fuertes”.
“Vivir aquí es inigualable, me abrió puertas hermosas y me dio una vida lindísima”, define, con una sonrisa.
Su sueño es estudiar radiología, aunque se dicta en un instituto privado y debería trasladarse a San Rafael. “No sé si podrán pagármelo, no creo que sea fácil”, reconoce. Eso sí: el tejido es su terapia y –ahora—también su trabajo. Por eso esto último está decidida a no abandonarlo.